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Joaquín Absalón Pastora

Entre Obama y Trump

Anduve de vacaciones por Estados Unidos (EE. UU.) en las palmeras con son de trópico en Miami,  en gozo bendecido por el amor familiar y de tantos afectos dispersos alejados del terruño donde por tantas circunstancias de distintas índoles ha quedado partido el seno de la unidad. Pero dentro de ese trayecto no podía el visitante fisgón eludir la política electoral de ese país donde un resfrío gringo puede transformarse en pulmonía pinolera. De ahí el interés de estar cerca de la competitividad de dos protagonistas tal como lo fueron una mujer, Hillary Clinton y un “macho” envalentonado, Donald Trump. La dama quedaba exenta de figurar como favorita auténtica en una sociedad cuyo voto rubio tenía el prejuicio primitivista de ser también “machista”.

Una campaña electoral resulta ser siempre mentirosa. “El arte de mentir” le ha dado a la política licencias extravagantes nunca previstas en el lenguaje de la lógica. Donald Trump es el oriundo estelar del reino fantástico, juramentado el 20 de enero. Parte de la primera conferencia de prensa que ofreció desnudó la posibilidad de que el fruto solo tuviera la efigie de una maniobra pero fue al grano en una exposición donde oficializó sus proyectos para ser implementados ahora  que ya está ungido. Ya no podrá ser el impredecible así considerado por los analistas sino el realizador de los muros y de cuanta jerigonza venga a su imaginación.

Cuanta distancia hubo entre esa presentación y el último discurso, el de la despedida,  de Obama en Chicago. La diferencia fue medida a diez días del estreno gubernativo de alguien que podría estar limitado por la duración de su período por cuanto la política de EE. UU. no es el individualismo voluble. No es la autonomía personal del presidente sino el conjunto del sistema. El individualismo hace tercia con la sistematicidad donde el Congreso ha destituido a presidentes, donde sumisamente no se aprietan botones, donde lo prevaleciente es el criterio propio, donde la CIA a través de John Brennan le pide al presidente “que cuide lo que dice” Obama en la otra acera visualiza el futuro de la nación, remarcando que corresponde a todos los ciudadanos ser guardianes de la democracia donde no solamente  haya una elección sino durante toda la vida, enfatizando que la democracia está amenazada.

Las referencias se clavaban en el pecho supuestamente airoso del adversario extrovertido, “bravucón”. Desde luego no expresó que iba a “gobernar desde abajo” Pero sí se comprometió a estar en un plano constructivo, sugiriendo que no se quedaba rezagado en la hamaca de su retiro. Una realidad está mostrada a través de la restauración que alcanzó un nivel histórico. Son hechos reconocidos por la severidad exacta de las cifras.

Obviamente entre las posiciones, una de introducción y otra de despedida, entre Obama y Trump hay una radical separación. La distancia entre la retórica y el desempeño es mayor en la economía. No cabe una alocución pesimista saturada de adjetivos quiméricos. Las posturas políticas de EE. UU. se han caracterizado —salvo excepciones— por alcanzar techos altos en los espacios del respeto y de la objetiva veracidad. Esas lomas han sido sostenidas por manos dispuestas a preservar los objetivos de  gobernar en ambiente de independencia. La estatua de la libertad es algo más que un símbolo pétreo. Su mirada no debe ser vulnerada por el antojo arbitrario.

El autor es periodista.

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