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Enrique Sáenz

A todo esto ¿y el “Gran Canal”?

El régimen de Daniel Ortega inició con buenos augurios el año 2014. En enero de ese año, concretamente el 10 de enero, Ortega y Wang Jing, el especulador financiero chino y concesionario del proyecto de Canal Interoceánico, emitieron un comunicado conjunto. En dicho comunicado, además de transmitir un saludo de año nuevo al pueblo de Nicaragua y a la comunidad internacional, anunciaban lo siguiente: “Las obras de construcción, según lo contemplado, iniciarán en diciembre del presente año”.

Y ambos personajes cumplieron su palabra. Porque, en efecto, el 22 de diciembre de ese mismo año, con camiones, fanfarria y actos solemnes se dieron por iniciadas las obras del “Gran Canal”. El empresario chino afirmó en su discurso que en el rugido de los camiones se anunciaba el inicio de la megaobra que cambiaría al mundo.

“Hoy podemos decir con orgullo que hemos superado todos los retos”, afirmó el empresario chino ese día, y agregó: “Con el pleno apoyo del distinguido presidente de Nicaragua y de las pertinentes agencias gubernamentales, con la cooperación de las empresas líderes y los mejores científicos de Estados Unidos, Inglaterra, Bélgica, Australia, China y otros países, especialmente con la comprensión y el apoyo de la mayoría del pueblo nicaragüense, hemos dado con plena confianza el primer paso histórico y monumental de empezar la obra”.

Y pudimos ver en los medios de comunicación los camiones y maquinarias que comenzarían a desguazar la tierra para abrir la zanja más portentosa en la historia de la humanidad, por donde transitarían gigantescos buques de un océano a otro. Y pudimos ver a funcionarios del régimen, militares, policías y ejecutivos chinos, algunos encorbatados y todos protegidos por relucientes cascos nuevos, posar orgullosos en el sitio preciso donde despuntaba la nueva aurora.

Y los sindicalistas, como locos, anunciando miles de contrataciones; hasta acreditaron y tenían listos y listas de los trabajadores a ser enganchados. Y Paul Oquist, el ministro de Ortega para propaganda en el exterior, como loco, haciendo presentaciones y presentaciones preñadas de delirios, en un lado y otro. Y Telémaco, como loco, inventando mil cuentos más. Y grupos de empresarios, como locos, hablando de obras y cifras pasmosas. Hasta un debate se produjo sobre qué comerían los chinos que vendrían  a trabajar en la obra. Si nuestros agricultores debían aprender a producir los alimentos de la dieta china, o si los chinos se acostumbrarían a comer gallo pinto.

Tristemente, después se supo que todo fue una farsa. Resultó que los camiones pertenecían a una Alcaldía municipal desde donde los cogieron prestados; el primer contrato que con tanto alborozo celebraron los empresarios seleccionados, al final se redujo a la rehabilitación de una trochita de unos pocos kilómetros. Y los que posaron de corbata y casco resultaron ser unos payasos. Porque no hay circo sin payasos.

Tres años después de aquellos promisorios augurios el silencio sobre el tema acompañó el despuntar del nuevo año. Y a dos años de la fanfarria inaugural la trocha luce abandonada y en lugar del rugir de las maquinarias y el afán sudoroso de los miles de trabajadores que serían contratados, lo que se ve son caballos y vacas, pastando ajenos a las quimeras que yacen enterradas bajo sus pezuñas.

Se anunció que la obra costaría 50 mil millones de dólares. ¿A alguien se le ocurre que un empresario serio, con una inversión de semejante magnitud, ni siquiera se aparezca al país donde se supone que está invirtiendo? El flamante inversionista tiene dos años de no aparecerse por Nicaragua. Al menos que se sepa.
Así, el pasado 10 de enero, en el acto de consagración de la dinastía, se registraron dos notorias ausencias. Wang Jing brilló por su ausencia. Otro gran ausente fue el “Gran Canal”. La prodigiosa obra no mereció una sola mención.

¿Por qué? ¿Es que ya no hay Canal?

La verdad es que a la inmensa mayoría de los nicaragüenses nos tiene sin cuidado que el especulador chino no se aparezca más. Los ilusos que creyeron el cuento chino, tal vez lo extrañen; y quienes se frotaban las manos con la expectativa de que el dinero pasaría a borbollones a sus bolsillos, seguramente rumian su desconsuelo.

El empresario chino puede no aparecer, pero el problema para los nicaragüenses no desaparece. Los privilegios adjudicados al especulador chino son de tal gravedad que no necesita venir aquí para negociar los derechos que le otorga la concesión. Porque esa concesión lo entrega todo. A estas alturas del partido no sabemos qué negocios puede haber realizado.

Mientras Ortega se encuentre en el poder y siga reconociendo la concesión, los propietarios de tierras en la zona donde presuntamente pasaría el Canal, estarán amenazados con el despojo. La economía nacional estará amenazada porque las reservas financieras internacionales se encuentran comprometidas. Los ahorristas del Sistema Financiero estarán amenazados porque un porcentaje de los depósitos bancarios se encuentra dentro de las reservas financieras internacionales. En fin, mientras Ortega se encuentre en el poder y siga reconociendo la concesión, el régimen dispondrá de una formidable plataforma para el trasiego de capitales dudosos y todos seguiremos amenazados, porque la concesión abarca el territorio nacional entero y la entrega de nuestros derechos soberanos es total.

El empresario chino puede no aparecer pero la amenaza no desaparece. Por tal motivo, los nicaragüenses debemos seguir poniendo el dedo en la odiosa llaga que representa la concesión de Ortega a Wang Jing.

El autor es ex diputado.

Opinión Canal de Nicaragua Enrique Saenz Wang Jing archivo
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