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Gina Montaner

A las mujeres del siglo XXI

El pasado 21 de enero a la vez que veía en el cine 20th Century Woman, en Washington tenía lugar la multitudinaria Marcha de Mujeres que congregó a unas 500,000 personas.

Mientras un día después de la investidura de Donald Trump la capital era un mar de manifestantes —hombres y mujeres hombro a hombro— en defensa de los derechos de las mujeres, inmigrantes y el medioambiente entre otros reclamos, con el filme de Mike Mills me trasladé al año 1979. Jimmy Carter era entonces el presidente y la mayoría de los estadounidenses había absorbido los cambios radicales que se experimentaron con el Women’s Lib la década anterior.

La historia de esta película intimista que tira de la nostalgia y de vivencias del propio director (en los Óscar competirá por el mejor guion original), se centra en el recuerdo de su madre, una mujer nacida en la era de la Depresión que bebió los vientos liberadores de los años sesenta, sobre todo en un estado tan progresista como California.

Dorothea, una madre separada que comparte su casa a modo de comuna con inquilinos bohemios, está resuelta a formar a su hijo adolescente en una suerte de kibbutz, donde dos jóvenes mujeres y un hombre con alma hippie y nómada participarán en la educación sentimental de un chico en los albores de la vida adulta y con las hormonas tan revolucionadas como la música punk que escucha en su habitación.

Lo más importante para esta mujer madura que fue madre a los cuarenta es que su hijo sea un hombre libre y de bien, solidario con las mujeres de su tiempo. De ese modo el muchacho se embarca en una serie de lecturas seminales en aquella época (y que todavía hoy se leen), como Our Bodies Ourselves o Sisterhood is powerful.

Hace poco una buena amiga me decía que a los hijos se les cría para que no nos necesiten y eso es lo que Dorothea pretende hacer con el suyo: prepararlo para la vida con las herramientas necesarias para administrar su libertad y toma de decisiones, capacitado para enfrentarse a los dilemas éticos que surgen en todo momento. Feminista al fin y con la experiencia vital de sacar adelante sola a su hijo, la madre quiere asegurarse de que el chico no perpetuará el machismo y la desigualdad del pasado, convencida de que solo en un mundo más justo hombres y mujeres son más felices.

La historia de la madre de Mills y ese pequeño grupo de personas que la ayudó a formar un núcleo tan válido como una familia convencional es trasladable a nuestro tiempo, en el que el modelo monoparental ya no es una excepción. Si Dorothea fue una mujer del siglo XX, las de este siglo se enfrentan a retos similares.

Lo más sorprendente es que vivimos un momento en el que la lucha de mujeres como la madre de Mills es tan vigente como hace más de veinte años. A fin de cuentas, no es casualidad que hace tan solo unos días una marcha tomara Washington con pancartas a favor de que se preserven el fallo de la Corte Suprema de Roe contra Wade o los fondos destinados a Planned Parenthood, dos símbolos de los avances relativos a la autonomía de las mujeres y los servicios de salud reproductiva.

En una de las escenas más singulares del filme Dorothea y sus amigos están reunidos frente al televisor. Eran tiempos tumultuosos para el gobierno de Carter y el presidente le habla a la nación sobre la “crisis de conciencia” que afecta al país. Un discurso que bien podría repetirse hoy, en medio de la niebla de los “hechos alternativos” y una corriente populista con acento autoritario que recorre el planeta.

Para muchas mujeres en este tambaleante siglo XXI las vivencias de Dorothea y el viaje iniciático de su hijo son verdaderas lecciones de supervivencia y entereza. Era el año 1979. Tan lejos y tan cerca. ©FIRMAS PRESS

La autora es periodista.
Twitter: @ginamontaner

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