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rebelión del 4 de abril
Hugo Ramón García

El crimen tiene que ser castigado

El crimen, venga de donde venga, tiene que ser castigado por la ley con base en los preceptos de la justicia. La delincuencia que viene operando en Nicaragua  se ha vuelto indetenible, porque se registra mucha flexibilidad de quienes tienen la responsabilidad de hacer cumplir la ley. Cada vez más se  pone al descubierto una tolerancia que sacude la seguridad ciudadana, hoy más que nunca azotada por el delito que cercena  la vida humana y atenta contra los  valores de la sociedad.

A la Policía Nacional, en acatamiento a sus funciones jurisdiccionales le asiste la función de velar por el orden público y su prioridad principal es combatir la delincuencia, para devolverle a la sociedad la tranquilidad que es su derecho irrenunciable.

La delincuencia es un cáncer que corroe progresivamente la sociedad  al cual hay que extirpar para que sus raíces no sigan extendiéndose. La muerte violenta de los policías Howard Urbina Flores y Julio César Narváez, abatidos a balazos por una banda criminal en el barrio San Luis de Managua, es una evidencia inobjetable de la misma inseguridad que está viviendo la comunidad nicaragüense frente a estos cobardes hechos que desdicen de lo que debería ser esta República que tiene  vocación de paz, pero ese codiciado concepto cada día se aleja de la realidad porque  el atraso cultural se manifiesta en la dramática experiencia que llevamos de cara a los nuevos tiempos que cada día se vuelven difíciles,  por hechos criminales que son cuestionados y altamente rechazables.

La violación al quinto mandamiento sigue su macabro curso en Nicaragua, donde las estadísticas de la violencia aumentan considerablemente sin tener a disposición algún método que evite la propagación del delito y  los aires de la tranquilidad nacional puedan entrar por las ventanas de la historia y que las actuales generaciones puedan vivir en un clima de saludable fraternidad. Si bien es cierto que la violencia engendra violencia, en este sentido los nicaragüenses no tenemos por qué estar abocados a tesis absurdas que traerían indudablemente más luto, y dolor, a esta sociedad que se debate entre el bien y el mal.

Unos y otros que caen ultimados por las balas homicidas de la delincuencia, son también nicaragüenses nacidos de las entrañas de una misma patria. Es doloroso que mientras el país se halla abocado a una apertura de reconciliación nacional “el glorioso pendón bicolor se siga manchando con sangre de hermanos”, como lo dejó dicho para la posteridad el renombrado escritor Salomón Ibarra Mayorga.

Muchos son los Cristos en sus distintos signos ideológicos que siguen desfilando hacia el Gólgota moderno, como también son muchas las madres que, buscando un consuelo en su dolor, enjugan sus penas con una lágrima que pende de sus marchitas miradas acompañado hasta la última morada al que ha sido víctima del terror en la escalada de violencia que vive la nación.

Los policías asesinados por combatir la delincuencia se han sumado a la larga lista de inmolados por defender, y proteger la tranquilidad nacional. Es indispensable que los tribunales no se vuelvan insensibles a estas barbaries que ponen en mal predicado a Nicaragua, situándola como una nación atrasada en sus aspiraciones culturales.

El autor es periodista de Somoto.

Opinión crimen delincuencia Policía Nacional archivo
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