En las primeras dos semanas de gobierno, el presidente Donald Trump ha estremecido a loa Estados Unidos (EE. UU.) y todo el mundo.
Muchos creían que sus planteamientos durante la campaña electoral eran solo promesas políticas y que una vez en el poder tendría que actuar de otra manera. Pero Trump no es un político profesional y tradicional y, por tanto, no tenía por qué comportarse como estos suelen hacerlo. Evidentemente, Trump, de formación empresarial vertical y talante autoritario, es de las personas que hacen lo que dicen y cumplen lo que prometen.
Los nombramientos de personalidades muy conservadoras para integrar su gabinete de gobierno —especialmente en áreas de mucha sensibilidad como relaciones exteriores, defensa, seguridad nacional y educación—, han perturbado a sectores de la derecha democrática y escandalizado a la izquierda estadounidense, que es muy fuerte e influyente en la prensa tradicional, medios intelectuales y académicos, círculos artísticos y comunidades minoritarias.
Pero también con sus primeras medidas para revisar los tratados de libre comercio, de política exterior, defensa y migración, Trump ha conmovido a la comunidad internacional y provocado grandes protestas, inclusive un fuerte rechazo en los mandos de la Unión Europea. Y en todas partes del mundo —inclusive en pequeñas satrapías como la de Nicaragua— hay una tensa expectativa por lo que hará el nuevo presidente de EE.UU. en lo sucesivo,
Es muy temprano, todavía, para calificar positivamente o para descalificar al gobierno de Trump, a quien se le ha negado el beneficio de la duda que por lo general se concede a los nuevos gobernantes durante los primeros cien días de su ejercicio. Prácticamente todas las medidas dispuestas en estas dos semanas por Trump, han sido rechazadas o condenadas por sus detractores, que parecen haberse multiplicado después de las elecciones de noviembre y la toma de posesión del 20 de enero pasado.
Sin duda que algunos de los actos de Trump no han sido precisamente correctos. Tal es el caso, por ejemplo, de sus ataques indiscriminados contra la prensa que han merecido la declaración de rechazo de la SIP que nosotros respaldamos. Trump tiene que entender que como cualquier gobernante —que es servidor del Estado, no dueño de su país— está expuesto al escrutinio y la crítica pública.
Lo que no parece correcto es que se le condene por querer defender los intereses de su país tal como él los entiende. EE. UU. tiene derecho y soberanía para cambiar sus políticas internas y exteriores, incluyendo la de ingreso de extranjeros al país, que como muy bien se ha dicho no es un derecho y mucho menos incondicional. A Trump ni siquiera se le puede condenar por querer terminar de construir un muro defensivo en la frontera con México que el presidente demócrata Clinton comenzó hace veinte años, sin que se hiciera el escándalo que se ha hecho ahora.
A lo que no tiene derecho EE. UU. es a tomar medidas que violen la ley nacional e internacional y dañen a otros países, a humillar al país vecino e imponer el propio por encima del mundo. En este caso sí merece ser repudiado y pedir que se adopten las medidas defensivas pertinentes.