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Antonio Gamoneda. LA PRENSA/ARCHIVO

Antonio Gamoneda. LA PRENSA/ARCHIVO

La máscara de Antonio Gamoneda, el Premio Cervantes

El hombre que escribió “durante un instante me visitó un crepúsculo cuya profundidad no me pertenece”, me escribe para pedirme que le lleve una máscara de Costa Rica para su colección.

El hombre que escribió “durante un instante me visitó un crepúsculo cuya profundidad no me pertenece”, me escribe para pedirme que le lleve una máscara de Costa Rica para su colección.

Imagino que en su salón de máscaras la costarricense figurará entre la Máscara de Agamenón y la de Nefertiti.

La pregunta que salta, como la rana de Basho, es… ¿de qué hablan sus máscaras durante los viajes de Antonio? ¿Quiénes usan las máscaras de Antonio para no ser reconocidos en las calles de León? ¿Acaso sus poemas?

El punto es que no podía llevarle a Antonio una de esas máscaras hechas en serie, para impresionar turistas. Así que viajé a la Reserva Indígena en Guatuso, al Palenque Tonjibe, para hablar con Wuayra, la última talladora de máscaras de madera balsa de la tribu Maleku. Wuayra tiene manos de tormenta que habla con los modales de la brisa.

Su edad es una llanura en la que todavía galopan manadas de venados. Wuayra se acordó de cuando anduve por ahí cámara al hombro filmando un documental.

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Cuando le dije que sí, que pedí permiso al dios Nharíne Cha Cónhe antes de cruzar el río Pataste y entrar al Palenque, se tranquilizó y me ofreció chicha.

—¿Qué te trae por aquí, José María?
—Vengo a rogarte que talles una máscara para mi Maestro, Antonio Gamoneda.
—¿Y qué me darás a cambio?
—Fuego apagado para que lo enciendas —le respondí mostrándole ocho cajas de velas grandes, muy apreciadas por los maleku porque ellos entierran a sus muertos en los patios de sus casas, para no olvidarlos.

Alcanzado el acuerdo Wuayra me hizo la única pregunta que realmente importa para tallar la máscara de Gamoneda:

—¿Antonio tiene alma de lapa roja?
—No —le contesté.
—¿De tucán?
—No.
—¿De búho?
–No.
—¿De jaguar?
—No.
—¿De serpiente de coral?

Titubeé, porque los poemas de Antonio tienen poderes curativos y son plantas medicinales brotando en las páginas, pero respondí que no.
—Entonces, ¿quién vive en el alma de Antonio? —me pregunta Wuayra.
—Un jaika —le respondo, la palabra maleku que significa poeta.
—Dime algo escrito por este jaika.
Antonio se preguntó: “¿Sabes qué es el olvido? ¿Qué has encontrado tú en la reserva del olvido?”

Cuando Wuayra salió de su silencio pidió a su ayudante Kabil un tronco de madera balsa, no, de esos recién cortados no, de los guardados en la bodega, de los que cantan por la noche, de los que se queman sin fuego en noches de luna llena. Y Kabil le pasó un tronco que una vez fue rama para un nido de colibríes.
—Regresa el viernes, deja las candelas, trae ron, que mis muertos además de luces, tienen sed —me dijo Wuayra.

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Así que regresé el viernes con cuatro botellas de ron. Y ya la máscara de Gamoneda estaba al sol, esperándome. Me acerqué a la máscara y le susurré, “voy a llevarte con el hombre que escribió ‘La inexistencia es hueca como las máscaras y su visión es lívida, pero tú oyes el grito de las madres del agua y acaricias los ojos que vieron la inexistencia’”.

La máscara de Gamoneda sonrió. Le pregunté a Wuayra por los dos jaguares enfrentados tallados en la máscara. —Simbolizan poemas que luchan por ocupar la cima del alma de Antonio. A veces ganará el iluminado, otras ganará el oscuro.

Mediodía. Wuayra estaba asando iguanas, condimentadas con albahaca, jengibre, menta y hierbabuena. Así que me quedé a almorzar, con chicha fría y tortillas de maíz.

Antonio ha desembarcado en Centroamérica provocando que en Costa Rica humee el volcán Turrialba, que en Panamá los peces amarillos del río Tuira amanezcan rojos, que sobrevuelen quetzales en el lago Cocibolca en Nicaragua, que las siete estelas del rey Chan Imix K’awiil canten en Copan, en Honduras, que broten flores de loto en la laguna turquesa del volcán Tecapa en El Salvador, y que del lago Atitlán en Guatemala salten anguilas convertidas en relámpagos.
O sea, Antonio ha despertado la Poesía en el Istmo.
Y ahora, en León, entre Agamenón y Nefertiti, la máscara de los Jaguares canta en noches de luna llena.

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