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Auxiliadora Marenco

Educando para el desamor

Desde la infancia el ser humano tiene una tendencia a juntarse para intercambiar experiencias. El saberse diferente le crea inseguridad y la necesidad de controlar y dominar al otro para asegurarse un lugar frente a cualquier relación.

Ante el miedo de los segundos lugares, crece el egoísmo del  “yo primero”, “lo mío es mejor”, “necesito estar en control”, o al revés, “no valgo nada”, “cedo para que me aceptes”….

Si además los padres padecen de indiferencia afectiva, enfatizan en los valores económicos o intelectuales y las escuelas están llenas de competencias por el primer lugar, el narcisismo tiene su mejor lugar de entrenamiento y crece la angustia de ganar, al precio que se tenga que pagar.

Estos estilos de educación, lejos de desarrollar mejores personas, crean mecanismos que imponen esquemas enfocados al logro y no al placer de aprender compartiendo los talentos de todos.

El padre pregunta por las calificaciones y no por los aprendizajes. Demuestra su “amor” pagando diversiones caras o el celular del año sin interesar cómo se sintió en su primera fiesta de quince años.

Es así como ese sistema educativo  “carcelario”, preestablecido  y competitivo, lleva al adolescente a tornarse defensivo para tomar poder y dominar a los otros, debilitándose a sí mismo en su propia libertad de elegir.

Y si además los hábitos consumistas le enseñan que tener y desperdiciar equivale a un estatus de superioridad, no solo en lo material,  sino también en relaciones y trabajos,  termina usando y descartando por lo siguiente, que sin ser necesariamente mejor, responde a la tentación de la novedad.

Como resultado, los graduados que salen al mercado laboral, social  y de pareja, serán producto de un modelo de dominación que se impone sin cuestionarse, atropellándose a sí mismo en nombre de la eficiencia y la excelencia académica.

El alto costo que se pagó por eso es  la autoexclusión de sus propios sentimientos, la comunicación interactiva, la capacidad para la intimidad, la expresión espontánea, la confianza y el amor desinteresado.

Se entrena personal altamente especializado para doblar al débil y acabar con el incompetente, imponiendo por estrategia de mercado, productos de segunda, vendidos a precios de primera y disfrazados con cara de excelencia.

En las relaciones con sus pares, socios, amigos o novios, se convierte en la terrible necesidad de imponerse al otro sin mostrarle un sentimiento verdadero, como el respeto, la inclusión o el afecto en su significado más profundo.

Se controla o domina porque solo importa la propia causa condicionada por el entrenamiento.  O se polariza ocupando el lado opuesto, sometiéndose o invalidándose  para hacer entre ambos extremos relaciones simbióticas,  codependientes e infelices que terminan,  en el caso de las parejas, destruyéndose.

Urge cambiar desde la educación en la infancia el sistema de exigir,  por el de estimular. Razonar en vez de imponer. Incluir en vez de excluir. Cada quien tiene algo que aportar y derecho a un lugar de dignidad.

Debemos enseñar el respeto por las diferencias, relaciones de alteridad, de intercambio, de dar en la medida de recibir, tal como la simple equidad demanda.

El amor verdadero y universal es el afecto entrenado en ver la importancia propia y ajena por partes iguales, desde la niñez hasta la muerte; una evolución completa para aprender a convivir rescatando del sí mismo y del otro lo mejor en asociación y producción, como lo hacen las células vivas, juntas en cadena para formar la esencia,  sin destruir la que tiene al lado.

Visto de esta manera, el amor, tiene su lugar para que el mundo cambie y ande.

La autora es psicóloga.

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