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Joaquín Absalón Pastora

Manolo Cuadra

Conocí personalmente a Manolo Cuadra. (1907-1957). Lo tuve de frente y en amena charla en la rienda fiestera y conclusiva de 1954. Ocurrió a través de la entrañable amistad que prevaleció entre José Francisco Borgen y el poeta en ocasión en que derramó los conocimientos que este tenía del boxeo en el programa “Comentarios de Chepe Chico”, transmitido en hora vespertina en la Voz de la América Central. José Francisco Borgen se escapaba a veces del abrigo del intelectual, cronista cultural del diario LA PRENSA y asistente del doctor Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. En la plenitud de la primavera el suscrito codiciaba los misterios de Hertz, andaba  en la búsqueda del porvenir en la radiodifusión. Durante la intervención de Manolo me empapé de su estilo persuasivo y fulminante. Daba la sensación de hablar con las manos. Chepe Chico y Manolo caminaban en la corta distancia que había entre “La Voz de la América Central” y el barrio Bartolomé para asistir al “Petit Café”, una taberna que tenía el privilegio de ser la sede de los poetas. Ahí se juntaban con disciplina cotidiana Guillermo Castellón, Emilio Quintana, Guillermo Arce, Juan Aburto, los aludidos Manolo y José y otros de la estirpe lírica. Fui testigo desde la prudente distancia, de las tertulias donde lo que más sonaban eran las carcajadas con tesitura de barítonos. Era de presumir que las de Manolo eran las más tímidas.

Escribo sobre este personaje no porque haya metros de distancia de la coyuntura luego del festejo —el décimo tercer Festival de Poesía Internacional— celebrado en Granada sino porque la figura de Manolo cabe en cualquier anchura del tiempo. El homenajeado nunca tuvo la consideración subjetiva de ser poeta. Subestimaba los honores con sus contemporáneos, José Coronel Urtecho, Joaquín Pasos Argüello, Pablo Antonio Cuadra, Octavio Rocha, Luis Alberto Cabrales y Joaquín Zavala Urtecho, quienes según Fidel Coloma lo veían cultivar el populismo y el purismo vanguardista y posvanguardista.

En una ocasión y durante un año a partir de 1950 paralizó el movimiento activo de sus versos justificando la abstinencia porque era un poeta fracasado puesto el concepto en un frágil rótulo de cartón, reflejo de una timidez que nunca venció. Era el novio de la soledad porque representaba el “estado más natural del hombre”.

A sesenta años creo que es la primera vez que una conmemoración poética como la mencionada, avivaba la memoria latente del triste y solitario corazón. La dedicación saca a Manolo de la tumba para que en la resurrección —la suya— alcance una medalla. La que no tuvo en el torbellino de su existencia. Nunca disfrutó el ritmo equilibrado de la vida, la cadencia placentera en la simetría del siglo. Situado en los saltos del estado anímico ante el peligro con el pañuelo mortal de un torero que nunca lo fue, “amateur” dentro de las cuerdas del “ring”, riesgoso ante el mar donde nadaba confinado por Somoza García donde le cantaba versos a los tiburones, retador en la montaña, especialista en las crónicas de guerra en la transfiguración de su estilo que vestía a la prosa con el atuendo de la poesía y a la poesía con la prenda de la prosa. Con qué júbilo recibí —y tantos más— el reconocimiento. Solo faltaron los óleos de la consagración y el agradecimiento desde la cuna de Malacatoya.

El autor es periodista.

Opinión Manolo Cuadra poetas archivo
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