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Wilmer Hernández

Wilmer Hernández trabaja con “Chocolatito” González desde el 2014. LAPRENSA/ LISSA VILLAGRA

La historia de Wilmer Hernández, entrenador de Román “Chocolatito” González

Wilmer Hernández un día trabajó como guarda de seguridad, que cuando niño quería ser policía y que padeció sin reniegos los embates de la pobreza.

Pocos saben que Wilmer Hernández un día trabajó como guarda de seguridad, que cuando niño quería ser policía y que padeció sin reniegos los embates de la pobreza, contra la cual luchó desde temprano para escaparse de sus manos. Ahora, convertido en un hombre de 34 años, con una familia estructurada y con dinero en los bolsillos, “El Tigre” se mueve en un carro y eleva constantes oraciones al cielo porque siente que su vida ha cambiado.

Es febrero y Wilmer está en Costa Rica, con su celular pegado al oído, escuchando preguntas y dando respuestas. Esta vez no hablará tanto del trabajo que hace como entrenador en el campamento del tetracampeón Román “Chocolatito” González en Costa Rica. Hablará más bien de quién es él, de la historia detrás de su figura, de ese hombre sin cercos, accesible, que apenas se acostumbra a las entrevistas.

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“Antes mi nombre no salía a flote, pero en el fondo sabía que estaba haciendo un buen trabajo”, dice. Cuando se refiere al antes, Wilmer se transporta al momento cuando todavía estaba vivo Arnulfo Obando, quien era el entrenador de cabecera, y él, quien cargaba el rótulo de preparador físico, se sentía a un lado, apartado de la tensión de los medios de comunicación. “Yo siempre he dicho que al César lo que es del César”, expone.

Entre Alexis y Román

Un día, cuando aún “Chocolatito” no era campeón del mundo, Wilmer recuerda una escena en la que Román entró al gimnasio Róger Deshón una tarde, sin saludar a nadie, con aires de estrella, y Alexis Argüello lo vio. “Lo hizo que saliera, volviera a entrar y que le diera la mano a todo el mundo. Le dijo que no era ni campeón del mundo ni el presidente de la República, lo bajó de la nube. Alexis fue una buena influencia para nosotros. De él lo aprendimos todo”, cuenta “El Tigre”.

Los días de su adolescencia Wilmer los pasó primero en el gimnasio Alexis Argüello, luego en el gimnasio Róger Deshón. Era boxeador. Ahí conoció a Román y al “Flaco Explosivo”, este último los tomó, vio en ellos un futuro brillante. “Alexis confiaba más en Román, el enano le copió todo, yo de chavalo era irresponsable, no estaba en vicios, pero perdí mucho tiempo”, recuerda. “Alexis no se quedaba tranquilo si uno no se iba a la casa con las manos sangrando”, agrega.

Eran tiempos de escasez económica en las vidas de Wilmer y de Román como boxeadores amateur y Alexis era el benefactor de canastas básicas y de pequeños premios. Ambos pertenecían a una camada que el tricampeón mundial mimaba, de la que también formó parte Carlos “Chocorroncito” Buitrago. Sin saber que más adelante la vida los uniría para hacer equipo, Wilmer y Román solo se trataban como compañeros de trabajo: “No éramos tan amigos, pero nos saludábamos, estábamos en la Selección de Boxeo, ahora hay entre nosotros más confianza”, relata.

“Tuve pocas oportunidades”

Wilmer Hernández de niño veía a su padre matar cerdos y sembrar la tierra para poder llevar comida a la mesa. Nació en Zelaya Central en 1983 y allá vivió sus primeros años, en medio de un ambiente de temor porque en el país se desarrollaba la contrarrevolución de los años ochenta. Era el menor de cuatro hermanos y su vida dio un vuelco por la separación de sus padres siendo pequeño. Su familia se desintegró.

“Mi mamá se lleva a mis hermanos grandes y mi papá se queda con los dos más chiquitos. Uno de ellos era yo, y de ahí comencé a luchar en la vida, a buscar cómo estudiar, éramos pobres, mi padre puso una ‘ventecita’ y de ahí comíamos. Para entonces ya vivíamos en Managua”, dice Wilmer, en medio de la amenaza del Internet de anular la llamada y la conversación.

Cuando tenía 15 años, “El Tigre” comenzó a coquetear con el boxeo. Pero antes de esto, su hermano inmediato lo llevó a una clase de karate. “Me salí porque mucho gritaban”, comenta y suelta una risotada. Su paso de risa por el karate lo llevó al boxeo. “Es que ya estaba aburrido de que en la escuela se fajaran en mí, inicié en el Alexis Argüello con ‘El Chocoyo’ Acosta”, dice.

“El Chocoyo” es el apodo del entrenador Leonel Acosta, al lado de quien Hernández dio sus primeros pasos como boxeador. “Para no gastar en pasaje me iba corriendo desde el gimnasio hasta mi casa, yo lo hacía porque no tenía dinero, mi situación era difícil, en un tiempo pensé en ser policía, pero mi papá no quiso y yo le obedecí”, refiere Hernández. Tiempo después se mudaría con su sueño de ser campeón del mundo al gimnasio Róger Deshón, para encontrarse con Alexis y Román.

Su sueño materializado en Román

Wilmer Hernández ve hasta dónde ha llegado Román “Chocolatito” González y se emociona. En los zapatos del pequeño destructor se siente realizado. Él directamente no pudo atrapar nunca una corona mundial, pero ha tenido que ver en las últimas dos que consiguió Román en 112 libras ante el japonés Akira Yaegashi y en 115 libras frente al mexicano Carlos Cuadras.

“Yo pude dar el salto al profesionalismo, pero un día descubrieron que tenía problemas en mis ojos”, cuenta. El problema es que Wilmer veía borroso, como en sombras, y por momentos veía chispazos delante de él. Como boxeador profesional no había tenido un mal inicio, en el año 2004 ganó seis peleas, todas por nocaut en el primer round, salvo ante Erwin Urbina y Mario Díaz, quienes soportaron un round más.

“Me operaron de las retinas la primera vez y el médico me dijo que ya no debería seguir peleando. Pero yo quería y después perdí tres peleas por desobediente. Yo quería ganar mis riales, tener un título del mundo, pero no pude. Me dio miedo quedar ciego y me agarró una depresión bien fea”, apunta Hernández, quien hasta el día de hoy se ha sometido a ocho cirugías.
Sin más opción dentro de un ring, Wilmer recibió la oportunidad de trabajar como guarda de seguridad, más tarde se fue a Costa Rica para realizar un curso como entrenador y regresó al país con muchas esperanzas.

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“Junto a Román comencé a trabajar en el mascoteo, con lo que nos había enseñado Alexis, combinábamos bien, él era rápido. Le pedí a Prodesa que me contratara, recuerdo que me daban como dos mil córdobas al mes. Me fue gustando trabajar en el acondicionamiento físico, ya Román estaba con Gustavo Herrera”, comenta “El Tigre”, hasta que las inconformidades lo llevaron a romper relación con la promotora, pero su relación con “Chocolatito” se mantuvo.

“Yo no le voy a enseñar nada a Román”

Esta es la primera vez que Wilmer Hernández estará en la esquina de “Chocolatito” como la voz principal, es el nuevo entrenador, al menos para asuntos de protocolo, porque en la práctica desde hace mucho lo venía siendo. Wilmer les absorbió los conocimientos a Leonel Acosta, a Alexis Argüello, a Gustavo Herrera y al fallecido Arnulfo Obando.

“Yo no vengo a enseñarle nada nuevo a Román González, solo vengo a recordarle lo que nos enseñó a Alexis Argüello. Román tiene el boxeo de Alexis, solo que mejorado, pasando golpes, moviendo la cintura y haciendo uso de los pasos laterales. Yo no tengo nada que enseñarle, repito, solo le voy a ayudar a que siga adelante con todo lo que he aprendido”, manifiesta.

Wilmer estará en el centro del huracán el próximo 18 de marzo cuando “Chocolatito” suba al ring del Madison Square Garden de Nueva York para defender por primera vez su título supermosca (115 libras) del Consejo Mundial de Boxeo. “Sé que será difícil quedar bien con todo el mundo, nadie es monedita de oro, pero lo que puedo asegurar es que Román y yo vamos a hacer las cosas lo mejor que podamos”, explica.

Antes de su pelea por el tercer título del mundo contra el japonés Akira Yaegashi en septiembre del año 2014, Román tocó la puerta de Hernández y desde esa vez permanecen juntos. “Ese Akira Yaegashi fue tremendo peleador, después fue Cuadras, estábamos contentos porque habíamos ganado, pero mirar así a Román con los ojos inflamados, eso me dolió”, apunta.

“Quiero lo mejor  para mi familia”

Wilmer ya no es aquel hombre que padece hambre, tampoco sus hijos, dos varones, de 8 y dos años, y una niña, de cuatro. Ha podido comprarse un carro con un escape escandaloso. Pero Hernández no se siente tranquilo, sus padres no viven en casas que él considera decentes, y por eso está ahorrando dinero para construirlas pronto.

“Yo tengo mis planes. Una casa para mi mamá y una para mi papá. También quiero poner un gimnasio. Pero sé que esto es con calma. Todavía no he ganado mucho dinero, ya abrí una cuenta en el banco y estoy ahorrando para cumplir con mis metas. Una vez leí que a los hijos que ayudan a sus padres todas las cosas les salen bien”, afirma Hernández.

“A los 25 años tuve mi primer hijo, en ese tiempo anduve como loco, caí preso, pero mis hijos me cambiaron, ellos son mi vida, quiero ayudarlos en sus estudios y en todo. Darles los que mis padres no pudieron darme a mí, no porque no quisieron, sino porque no tuvieron”, agrega “El Tigre”, quien suele verse acompañado de su hijo mayor en el gimnasio Róger Deshón.
En los próximos días, Wilmer Hernández será entrevistado en medios de comunicación especializados en deportes, se dirá de él que es el nuevo entrenador, será cuestionado y él contestará como siempre lo ha hecho, con humildad. Lo que hace será más conocido y las críticas le lloverán, buenas y malas.

“Espero estar con Román hasta el final de su carrera, hasta donde pueda llegar. Quiero que Román se retire bien, no tan golpeado, con dinero, y yo quisiera ser reconocido como un gran entrenador”, afirma.

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