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Educar para reducir los accidentes

La tasa salvaje de accidentes está diezmando la población; además de dejar secuelas importantes en los involucrados. Únicamente disiento con el vocablo determinativo que se usa… Accidente, entre sus acepciones resalta su carácter de suceso eventual, lo cual no es la realidad que vivimos. A lo mejor lo definiría más exactamente: “Habitual tragedia de tránsito”.

En la edición de LA PRENSA del 2 de febrero de 2017, en primera plana, leemos: “Tragedia familiar por accidente”. Ayer una tragedia personal, hoy familiar, mañana bien podría ser hecatombe comunitaria.

Educación define el Diccionario: “Conocimiento de las costumbres y buenos modales de la sociedad”. Este fenómeno es consecuencia de las costumbres de la comunidad que conformamos. Comunidad preocupada en que las cosas se hagan de inmediato y no que se hagan bien. La inmediatez, un prurito que cede al rascado, sin atender lo que lo está provocando. Es el “sofocado”, que quiere todo ya, sin ver más allá. Alega que “no tiene tiempo”, siendo incapaz de planificar sus diligencias y salidas. Esta situación sin precedentes está enraizada en todas las malas costumbres de nuestra deficiente educación, a saber ¡cortesía! ¿para qué? , “si él quiere, que me salude”, “yo paso primero”, “al tonto ni Dios lo quiere”, “los nicaragüenses somos mal hablados”, “a mí me vale”, “somos turba ¿y qué?” En consecuencia no entendemos una cortesía tan necesaria en este desorden vial que vivimos.

Malas costumbres devienen en malas acciones, con consecuencias trágicas. El hombre que normalmente se acuesta pasada la medianoche en las redes sociales, viendo películas, pornografía, tragueando o simplemente hablando, no estará en condiciones óptimas para acudir puntualmente al trabajo, se levanta apresurado, traga un café, enciende la moto y sale disparado a chocar con el taxi conducido por alguien que va en similares condiciones. Otro atraviesa el laberinto de nuestra capital, inundada de vehículos, usa frenéticamente el “pito”, diciendo: “Yo primero, quitate o te quito”; pitazos prolongados y sin sentido que transmiten su impaciencia a los demás conductores, además su disgusto al peatón inadvertido o torpe que pretende atravesar corriendo los cuatro carriles. Saca medio cuerpo y grita ¡caballo, animal! Guillén, en una caricatura reciente, retrata genialmente todo esto.

¿Y la Policía? Con presencia física, pero hasta ahí nomás, limitada a “campañas a posteriori”. Estas habituales tragedias viales ponen de manifiesto nuestra vulnerabilidad social ante los acontecimientos que nos ha tocado vivir: dictaduras, revoluciones, engaños, con la mutación patológica hacia un nicaragüense que ha pasado de yoquepierdista a “destructor”, de individualista a “abusador”, de picaresco a “vulgar”, de directo a “jayán”. Rebelde, anárquico e insociable.

Pablo Antonio Cuadra en El Nicaragüense nos dice: “Los márgenes de rebeldía, anarquía o insociabilidad no son suprimibles por la represión, sino por la educación. Más todavía: la educación no suprime, orienta”.

Tenemos que reinventarnos como pueblo, mediante educación que debe empezar en la familia y ser incorporada en un plan de nación. La iniciativa de la vicepresidenta de incorporar a la Iglesia en esta gestión, tiene sabiduría. El temor de Dios, principio de la sabiduría, infunde respeto por la vida, la moral y el trato social, dan calidad a esa vida. Tenemos que educarnos en la cultura de la vida, es sorprendente ver a madres transitar en calles y aún carreteras, conduciendo a sus hijitos en carritos, exponiéndolos a golpes mortales de cualquier vehículo. La educación, agudiza la prevención. No tengamos miedo de cambiar.

El autor es médico.

Opinión accidentes Educación vial víctimas mortales archivo
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