El Barcelona que llevó el futbol a otra dimensión y que daba la impresión de no poder regresar a ella, envió un contundente mensaje anoche desde el Camp Nou, justo donde materializó la más memorable remontada que la historia registre.
Pero no fue una remontada típica, de esas que se salen de la realidad. Fue más bien la consagración de la realidad, por un equipo que ha regresado a su estado de gracia y que lo ha hecho para proclamar su grandeza respecto a los demás.
Aun cuando se pueda discutir el arbitraje y la actitud de algunos de sus jugadores que pretendieron convertir en piscina el área chica, no hay obra tan grande, como la que hizo el Barsa anoche, sin inspiración. A veces más corazón que futbol, pero hizo lo que debía cuando debía.
El equipo catalán, ofreció a sus seguidores una noche para el recuerdo tras las profundas heridas abiertas en París, cuando el 4-0 del PSG, dio la impresión de haber sentenciado la eliminatoria. Pero el Barcelona no se descompuso. Transmitió seguridad y esperó el momento.
El momento fueron tres minutos tras el silbatazo inicial, Ahí dejaron en claro sus intenciones. El gol de Suárez atisbó el milagro, mientras Iniesta provocaba el autogol de Kurzawa y el 2-0 infundió temor en el corazón rival.
Del resto se encargó Neymar, aunque con genialidades dispersas dentro de un contexto confuso. A veces se lanzó al piso y en otras lanzó patadas arteras, pero cuando debió halar el gatillo, lo hizo con frialdad y precisión y recurrió a su magia cuando las circunstancias se lo exigieron.
Al Barsa de ayer le faltó un poco de brillo, pero qué importa eso cuando lo urgente era un milagro. Le sobraron agallas y un espíritu combativo que ha vuelto a inspirar al futbol, justo cuando se le imaginaba muerto.