Está de moda andar con policías. Los encontramos a diario en los centros comerciales, barberías, bares, restaurantes, hoteles, bailongos, supermercados, etc. Son muchísimas las personas que en Managua andan con un policía, y a veces con más de uno. Este fenómeno del “acompañamiento policial” me llama la atención.
Como soy de Acoyapa y conozco poca gente de Managua, cuando veo a una persona —que generalmente no conozco— acompañada de un policía lo primero que viene a mi mente es que debe tratarse de una persona importante. Y si esa persona anda ya con dos o más policías me imagino que no solamente es importante sino que también debe pertenecer al “círculo del poder”.
Algunos amigos de Managua comparten parcialmente mi opinión, en el sentido de que si la persona anda con un policía, creen, como yo creo, que se trata de una persona importante, pero si anda con dos o más policías piensan que se trata de una persona importante, pero con miedo. “¡Qué habrá hecho!”, exclaman algunos amigos mal pensados.
En Nicaragua me ha interesado el caso de las policías chinas, niñeras. ¿Habrá un departamento de niñeras en la Policía Nacional? Recuerdo que en un supermercado una policía sacó del carrito a un niño que lloraba ruidosamente. A pesar de que la policía lo chineaba y lo mecía el niño no dejaba de llorar. Como me dio lástima el niño pensé que debía aconsejar a la policía que meciera más al niño y que le cantara en voz alta alguna canción de cuna, que hay muchas y muy bellas. En este caso la policía hubiera deleitado a todos los que estábamos en el supermercado. Pero no me atreví a decirle nada por el temor de no saber cómo la policía iba a reaccionar ante mi consejo, y sobre todo porque al acercarme a la china me observaba con mirada desconfiada otro policía que iba muy cerca de ella, que manejaba una carretilla del supermercado y que introducía en la misma los productos que una señora —la madre del niño— le señalaba con el dedo índice. “Este”, “este otro”, “ese”… repetía la señora al policía que manejaba la carretilla.
Da la casualidad, que ese mismo día asistí en la noche a un centro nocturno. Había mucha gente. Estaban cuatro policías. Dos afuera y dos adentro no muy lejos de la pista de baile. Yo andaba con mi esposa y un matrimonio tico. A manera de paréntesis debo manifestar que yo sé bailar salsa y merengue. He estado varias veces en el Festival del Merengue de Santo Domingo, República Dominicana, y en el Festival de la Salsa de San Juan de Puerto Rico.
Pues bien, cuando la orquesta empezó a tocar el Caballo viejo del venezolano Simón Díaz saqué a bailar a mi esposa. Yo no sé a cuántos bailarines importantes cuidaba la policía. Quizás fue idea mía, pero me pareció que uno de los policías me quedaba viendo. En un principio creí que le gustaba mi destreza salsera pero después me di cuenta que no, porque estando ya sentado me seguía observando. Es probable que mi mesa estuviera contigua a la mesa de las personas que andaban cuidando y que tal vez a lo que estaba atento era al movimiento de mis manos porque meterse las manos en la bolsa estando muy cerca de una persona importante debe ser interpretado como una señal de peligro. Ante esta incomodidad abandonamos el centro nocturno.
A la salida expliqué a mis amigos ticos que yo nunca había experimentado la sensación de ser una persona importante; que quería disfrutar esa sensación, y que por este motivo me gustaría también tener mi policía. Yo creo, que al paso que vamos en este país, todo el mundo va a tener su policía, menos yo. Entonces para no quedarme atrás quisiera andar con mi policía, para que me vean que soy una persona importante, para ver cómo me siento con mi policía. Pero prometo que a mi policía no lo incorporaré al servicio doméstico, no lo pondré a chinear a mis nietos ni a andar empujando carritos en el supermercado. Verdaderamente me daría pena ponerlo a eso.
El autor es abogado y escritor.