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Escritores nicaragüenses recuerdan al Premio Nobel de Literatura Derek Walcott quien fue invitado de honor en el VIII Festival Internacional de Poesía  de Granada en el 2012. LAPRENSA/AP

Escritores nicaragüenses recuerdan al Premio Nobel de Literatura Derek Walcott quien fue invitado de honor en el VIII Festival Internacional de Poesía  de Granada en el 2012. LAPRENSA/AP

Muerte de Derek Walcott, Premio Nobel de Literatura, conmociona a poetas nicaragüenses

Presentamos una pequeña colección de poemas del Premio Nobel de Literatura Derek Walcott,  quien falleció ayer en la isla de Santa Lucía

Gioconda Belli. LAPRENSA/Arnulfo Agüero

Gioconda Belli. LAPRENSA/Arnulfo Agüero

Gioconda Belli: “Qué triste que se nos vaya un poeta como Derek Walcott, un poeta del mar, extraordinario personaje, un ‘Príncipe de las Islas Caribe’. Él se va a quedar en sus obras y palabras, como su dulce recuerdo que nos dejó en su paso por Nicaragua, escuchar su poesía. Él ha sido el único poeta Premio Nobel que hemos tenido en el Festival de Poesía”.

Gloria Gabuardi. LAPRENSA/Arnulfo Agüero
Gloria Gabuardi. LAPRENSA/Arnulfo Agüero

Gloria Gabuardi:“Estamos conmocionados al conocer la noticia de su muerte. Vino con un gran amor a Nicaragua, conoció León la cuna de Rubén Darío,  fue el invitado de honor del Festival Internacional de Poesía de Granada, y gozó de las danzas y de la poesía de los nicaragüenses. También le publicamos el libro al español, Poemas escogidos de Derek Walcott”.

Luz Marina Acosta. LAPRENSA/CARLOS VALLE
Luz Marina Acosta. LAPRENSA/CARLOS VALLE

Luz Marina Acosta:“Esta es una noticia que nos enluta. Fue un honor para los nicaragüenses tener la visita de un Premio Nobel de Literatura como Derek Walcott, eso nos dio renombre, y nos duele mucho su desaparición, es nuestro amigo y nos causa dolor, también es un luto para la poesía mundial”.

Blanca Castellón. LAPRENSA/Arnulfo Agüero
Blanca Castellón. LAPRENSA/Arnulfo Agüero

Blanca Castellón: “Dereck Walcot, el de Voraz apetito por las delicias de la naturaleza, atrapó con el pico de su apasionada pluma las luces del amanecer, el Plácido vuelo de pájaros coloridos, El Fuerte brebaje del conocimiento, elegancia y plasticidad. Nos deja una obra extraordinaria donde arderá para siempre la intensa luz de su sol caribeño y el ideal perfecto de su asombro”.


 

III (Midsummer)

En el Hotel Queen’s Park, con sus blancos dormitorios de cielos altos vuelvo a entrar a mi primer espejo local. Una cucaracha babosa se desvía de su camino al Parnaso en el lavatorio de porcelana. Cada palabra que he escrito equivocó el sentido.

No puedo relacionar estas líneas con las líneas en mi rostro. El niño que murió en mí ha dejado su huella sobre las enmarañadas sábanas, y fue su pequeña voz la que susurró desde la garganta gutural del lavatorio. Afuera, sobre el balcón, recuerdo cómo era la mañana. Era cual ángulo de granito en la Resurrección  de Piero della Francesca, el pie adormilado y frío picando como las pequeñas palmeras cerca del Hilton.

En la húmeda Savanah, guiados suavemente por sus lacayos, bufando, ejercitan corceles de tobillos graciosos, tan graciosos como el humo marrón de las panaderías. El sudor oscurece sus flancos, y el rocío ha escarchado la piel de los enormes taxis americanos detenidos durante la noche en la calle.

En oscuras callejuelas de pavimento, iluminadas por un rayo de sol el rostro hermético de las chozas se conmueve con esa frase de Traherne: “El maíz era naciente y el trigo inmortal”,  y los cañaverales de Caroni. Con todo el verano por delante una brisa camina hacia los muelles, y el mar comienza.

VII (Midsummer)

Nuestras casas están a un paso de la alcantarilla. Cortinas de plástico o vulgares reproducciones ocultan lo sombrío tras las ventanas, la máquina de coser a pedales, las fotos, la rosa de papel sobre su paño.

El sendero de entrada está indicado por tarros rojos. La altura de un hombre al pasar es idéntica a la de sus puertas y las puertas mismas, usualmente no más anchas que ataúdes, han tallado a veces medias lunas en sus grecas. Los montes carecen de ecos. No el eco de las ruinas.

Los sitios eriazos cabecean con sus palanquines de verde. Cualquier fisura en la vereda fue labrada por la falla original del primer mapa del mundo, sus fronteras y poderes. Cerca de un montón de arena roja, de la siembra, de la gravilla abandonada cerca de un lote quemado, una selva fresca exhibe sus verdes y salvajes orejas elefantinas de ñame y dasheen.

Si quisieras, al otro lado del pequeño muro, es posible recapturar una infancia cuyas enredaderas inmovilizarán tus pies. Ese es el destino de todo vagabundo, así su marca, que mientras más vagabundea, más ancho se le hace el mundo.

Por eso, no importa cuán lejos hayas viajado, tus pasos hacen más hoyos y la maraña se multiplica o por qué pensarías tan repentinamente en Tomás Venclova y ¿por qué ha de importarme a mí lo que fuera que le hicieran a Heberto cuando los exiliados deben dibujar sus propios mapas, cuando este asfaltote lleva lejos de la acción, más allá de los setos de flores no alineadas?

Cañaveral Marino

La mitad de mis amigos ha muerto. Te haré unos nuevos, dijo la tierra. No, grité. Devuélvemelos tal como eran, con sus fallas y todo.

Esta noche puedo arrebatar su conversación a la pálida resaca monótona entre los cañaverales, pero no puedo caminar

sobre las hojas marinas iluminadas por la luna  solo, por ese camino albo o flotar en el estado de sueño

en que las lechuzas abandonan la carga del mundo.  Oh tierra, el número de amigos que tú guardas excede en mucho al de aquellos que quedan por amar.

Los cañaverales marinos al borde del acantilado despiden un fulgor verde y plata; eran ellos las lanzas seráficas de mi fe, pero de aquello que se ha perdido nace algo aún más fuerte

que posee el brillo racional de la piedra, que resiste el claro de luna, más allá de la desesperación, tan fuerte como el viento, que nos apersona a aquellos que amamos por entre los cañaverales divisores, tal como eran, con fallas y todo, no perfectos, simplemente así.

Sargazos

Esa vela que descansa en la luz, hastiada de las islas, una goleta que surca el Caribe

en dirección al hogar, podría ser Odiseo, camino a casa en el Mar griego; aquel ansia de padre y esposo

bajo las arrugadas uvas agrias, es como aquel adúltero que escucha el nombre de Náusica en el grito de cada gaviota.

Esto no tranquiliza a nadie. La vieja batalla entre la obsesión y la responsabilidad no terminará nunca y ha sido la misma

tanto para el navegante como para el que se retuerce allá en la orilla sobre sus sandalias al encaminar sus pasos hacia el hogar, desde que Troya suspiró su última llama,

y la roca del gigante ciego sacó la batea de cuyo pozo surgen los grandes hexámetros que terminan en marejadas exhaustas.

Los clásicos pueden consolar. Más no lo suficiente.

 

Volcán

Joyce temía al trueno, mas durante su funeral los leones del zoológico de Zúrich rugieron. ¿Fue en Zurich o en Trieste? No importa. Son leyendas, así como es leyenda la muerte de Joyce, o el rumor obsesivo de que Conrad ha muerto, y Victoria es irónica.

Desde esta casa en el acantilado sobre la franja del horizonte nocturno es posible ver el resplandor de dos grúas a lo lejos en el mar hasta la hora del amanecer; es como el resplandor del cigarro y el resplandor del volcán al final de Victoria.

Uno podría abandonar la escritura por esas señas de los grandes que lentas se consumen, y ser en cambio, su lector ideal, meditativo y voraz, haciendo que el amor por las obras maestras sea superior al intento de repetirlas o mejorarlas, y ser así el mejor lector del mundo.

Por lo menos eso necesita del asombro que se ha perdido en nuestro tiempo; tanta gente lo ha visto todo tanta gente es capaz de predecir tanta que se niega a aceptar el silencio de la victoria, el desinterés que arde en la médula, tantos no son más que ceniza erguida cual cigarro, tantos dan al trueno por hecho.

¡Cuán común es el relámpago, qué perdidos están los leviatanes que ya ni siquiera buscamos!

Habían gigantes en aquel entonces. En aquel entonces se liaban buenos cigarros. Debo leer con más cuidado.

Cultura Derek Walcott fallece poemas archivo

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