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Carlos Tünnermann Bernheim

Trump y la globalización

El actual presidente de los Estados Unidos está promoviendo un regreso a las políticas proteccionistas, ha externado duras críticas a los tratados de libre comercio y a la globalización. La globalización que pareciera haber llegado para quedarse, ha dado lugar a la suscripción de tratados de libre comercio y a la creación de grandes espacios económicos, comerciales y financieros. Los países se insertan en ellos favorablemente según su grado de competitividad, conocimiento e innovación.

A lo que se designa como globalización o mundialización es precisamente al fenómeno creado por el incremento del comercio internacional y de las transacciones financieras, así como a la apertura e interdependencia de los mercados. Todo esto va acompañado de un extraordinario desarrollo de las tecnologías de la comunicación e información.

Si bien la globalización no se limita al aspecto puramente económico, ya que en realidad es un proceso pluridimensional, es la globalización económica la que arrastra a todas las demás y se caracteriza por ser asimétrica: la economía global no ha conducido a la formación de una verdadera sociedad global donde sus beneficios sean mejor distribuidos, sino a una creciente desigualdad entre las naciones y al interior de ellas.  La construcción de una sociedad mundial, basada en la dignidad de los seres humanos, requeriría un compromiso con valores como la solidaridad.

Frente a esta problemática, que desafía la inteligencia, creatividad y responsabilidad de la “nación humana”, surge como impostergable una nueva visión del mundo y del futuro de la especie humana, si esta ha de sobrevivir al siglo XXI.  “Nunca antes, en la historia de la humanidad, nos dice Edgard Morín, las responsabilidades del pensamiento fueron tan abrumadoras”. El gran desafío es si seremos capaces de elaborar “un nuevo sistema de ideas”, de “repensar el mundo”, porque ha llegado el momento de redefinir el rumbo y el sentido de la vida, si es que queremos que no se extinga sobre la faz de la tierra.

La globalización no es enteramente buena ni mala. Depende de cómo las naciones se insertan en ella. La educación puede desempeñar un papel clave en la creación de las condiciones que permitan una inserción favorable, siempre que sea de calidad, la impartan docentes que enfaticen el aprendizaje de los estudiantes y sean bien remunerados. La globalización crea oportunidades para los países que saben aprovecharla. Profundiza y amplía las desigualdades económicas, financieras y científico-tecnológicas entre las naciones y al interior de estas, de los países que no se insertan en ella ventajosamente.

En los espacios económicos mundiales y regionales, no solo compiten los aparatos económicos sino también las condiciones sociales, los sistemas educativos, las políticas de desarrollo científico y tecnológicos y los sistemas nacionales de innovación.

En lugar de regresar a un proteccionismo desfasado, como el que promueve Trump, que dislocaría la economía mundial, el reto es propiciar una globalización alternativa, más allá del modelo neoliberal, que contrarreste los efectos perversos de exclusión, acumulación de riqueza en sectores reducidos y crecimiento de las poblaciones empobrecidas. Los países en desarrollo, si saben negociar los tratados de libre comercio pueden obtener grandes beneficios.

Para insertarse en la globalización, la primera tarea es analizarla críticamente. Los gobiernos de todos los países y la sociedad civil organizada deberían tratar de incidir en el “gobierno” de la globalización, de manera que se promueva una globalización más globalmente compartida, socialmente responsable y solidaria.

El Informe Delors nos dice que “la globalización es el fenómeno más dominante en la sociedad contemporánea y el que más influye en la vida diaria de las personas”. La Educación para el siglo XXI debe enseñarnos a vivir juntos en la “aldea planetaria” y a desear esa convivencia.

No podemos resignarnos a vivir en el barrio pobre de la “aldea planetaria”.  Al respecto Manuel Castells nos dice: “No hay otro remedio que navegar en las encrespadas aguas globales… Por eso es esencial, para esa navegación ineludible y potencialmente creadora, contar con una brújula y un ancla. La brújula: la educación, información, conocimiento, tanto a nivel individual como colectivo. El ancla: nuestras identidades. Saber quiénes somos y de dónde venimos para no perdernos hacia dónde vamos”.

El autor es jurista y catedrático.

Opinión Donald Trump EEUU globalización archivo
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