El secretario general de la OEA, Luis Almagro, está enfrentando con admirable firmeza al régimen dictatorial de Venezuela, exigiendo la convocatoria inmediata a elecciones libres, limpias y observadas internacionalmente. Pero, además, Almagro está dando sustento y forma a una especie de doctrina política sobre la estrategia para salir de una dictadura.
El lunes de esta semana, en una rueda de prensa que convocó en la sede de la OEA, en Washington, para explicar su posición sobre el problema de Venezuela, Almagro sentenció que “de la dictadura se sale con elecciones y esa es la solución”.
La historia de América Latina conoce muchas dictaduras de diversa clase, desde las rústicas del período de la anarquía que siguió al surgimiento de las repúblicas independientes, hasta las complejas dictaduras marxistas que fueron impuestas en Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Durante todo el siglo XX se consideraba que en la lucha contra las dictaduras eran válidas tanto las formas violentas (invasiones armadas, focos guerrilleros, insurrecciones populares etc.), como también las acciones pacíficas: movilizaciones de masas, huelgas generales, inclusive elecciones en aquellos países donde esto fuese posible.
Contra la dictadura somocista hubo más de 15 acciones armadas de distinta clase y magnitud —democráticas y revolucionarias—, incluyendo la conspiración para el asesinato del dictador Anastasio Somoza García. Y después, ya como venganza política, el asesinato en Paraguay del derrocado dictador Anastasio Somoza Debayle.
Tan válida se consideraba la lucha armada contra la dictadura, que en 1979 se formó una coalición internacional de hecho para armar y fortalecer al FSLN a fin de que pudiera derrocar al régimen somocista, una alianza en la que, paradójicamente, participaron gobiernos democráticos como el de Costa Rica y una férrea dictadura comunista como era —y sigue siendo— el régimen de Cuba.
También la derrota de la dictadura sandinista en 1990, a pesar de que se produjo por medio del voto popular, en elecciones libres, limpias y supervisadas internacionalmente, solo fue posible por la prolongada y heroica resistencia armada de las fuerzas contrarrevolucionarias.
Sin embargo, a partir de los acuerdos de paz para Centroamérica y desde el comienzo del siglo XXI, las fuerzas políticas nacionales y la comunidad internacional han descartado la lucha armada y cualquier otra forma de violencia, incluyendo golpes de Estado, como estrategia para la toma del poder. Prácticamente solo en Colombia quedaron los movimientos armados FARC y ELN, pero convertidos en agrupaciones narcocriminales que han terminado por negociar con el Gobierno para dejar las armas e integrarse a la sociedad.
En la actualidad en toda América Latina, inclusive en Nicaragua, hay conciencia de que los cambios de gobierno se deben procurar y lograr únicamente por medio de la vía electoral, inclusive salir de una dictadura como ha dicho Luis Almagro. Sin embargo, para que eso sea posible tienen que haber sistemas electorales confiables, lo cual no existe todavía en Nicaragua. De manera que el secretario general de la OEA, en aplicación de su doctrina debería actuar de manera más enérgica y efectiva para que lo haya. Cómo está actuando precisamente en relación con Venezuela.