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Ode an die

Gorge Sand en Mallorca

En el pasado muchas mujeres se vieron obligadas a usar seudónimos masculinos para defender su vocación intelectual en una sociedad donde este derecho era un patrimonio exclusivo de los varones.

En el pasado muchas mujeres se vieron obligadas a usar seudónimos masculinos para defender su vocación intelectual en una sociedad donde este derecho era un patrimonio exclusivo de los varones.

George Sand o Aurore Dupin, no fue la excepción.

La baronesa de Dudevant, en el invierno de 1838-1839 llegó a Mallorca aún con los aires de la libertad francesa, acompañada de su amante Frederick y de sus hijos Mauricio y Solange buscando salud y retiro para dedicarse a su actividad creadora.

Esta dama liberal que vestía de pantalones negros y camisa de hombre, tenía que haber sido vista con mucho recelo por los isleños.

Los Mallorquines eran muy tradicionales y religiosos empezando apenas —gracias a los buques de vapor— a experimentar otras costumbres e ideas.

La experiencia en la isla fue muy traumática. El piano pleyel del maravilloso pianista polaco había sido retenido en aduanas. Para poder liberarlo tuvieron que pagar casi lo que costaba el instrumento.

De regreso, el capitán de El Mallorquín regateó la cama del compositor enfermo, suplicándole acostarlo en la más vieja, pues la iba a hacer quemar, tan pronto desembarcaran por miedo al contagio. ¡Esto era imperdonable!

Aurore, dos años más tarde, en Nohant, encontraba un bello volumen, Recuerdos de un viaje artístico a la isla de Mallorca, de J.B. Laurens, que la hizo inspirarse y reencontrarse con Mallorca.

En 1842 publica su novela, Un invierno en Mallorca, donde Sand diseca la naturaleza: la vegetación con sus extrañas formas, las palmeras y olivos, los cultivos, el sonido del mar y del viento, el cielo radiante, la luminosidad y belleza pintoresca, la arquitectura con sus monumentos árabes, las vestimentas griegas, la lengua mallorquina y lemosina, la danza con los boleros mallorquines, la historia.

Reconocí, nos dice: “Todos los lugares con su color poético, y volví a sentir todas las impresiones que yo creía ya borradas”.

Critica la religiosidad exagerada y sobre todo el ser austero y primitivo del Mallorquín.

Escribe una poesía épica en forma dialogada al pie de los escombros de un convento derruido no por el tiempo sino por la inquisición, diálogo que ocurre entre un monje viejo que había sufrido en las mazmorras, y que defiende la destrucción y un joven artista que se opone.

“¡Llore, pues, quien quiera sobre las ruinas! Casi todos esos monumentos cuya caída deploramos son mazmorras donde han languidecido durante siglos el alma o el cuerpo de la humanidad”. (Sand).

La familia pasa la mayoría del invierno en La Cartuja de Valdemossa, donde Chopin compone unas de sus mejores composiciones.

En la misma Cartuja, Darío reside años más tardes y escribe su novela El oro de Mallorca, donde dedica un capítulo a la pareja, remarcando la falta de información dada sobre el compositor. En efecto, Aurore le llama a menudo “el enfermo” y da pocos detalles de su creación artística.

El protagonista de Darío, Benjamín Itaspes, compensa esta carencia, diciendo:

“[…] cuando había tempestad y viento que hacía vibrar la montaña, compañía sin nocturnos, dejaba embeberse su alma en el ‘vapor del arte’, y sus dedos de enfermo desparramaban el hechizo del milagro sonoro”.

Benjamín que venía de un país patriarcal se identifica con Chopin, ya que en él reconoce a un “viejo amigo que le había abrevado, en su sed melodiosa, con el agua de plata de sus ánforas de oro […] Espíritu de estrella, corazón de ruiseñor”.

También lo victimiza: “Chopin enamorado, víctima de aquella curiosa hembra, caso teratológico por su intelectualidad… Una gata rijosa que comía ruiseñores… ¡Pobre Chopin, pobre Musset!
Agregando: “La descansada vida… la irritó, haciéndola escribir sus ásperas páginas contra los habitantes de la isla dorada”.

Tristemente George solamente conservó en sus recuerdos a dos seres: una pequeña cabra de África que les proveía leche, y una joven payesa, Perica de Pier-Bruno que le hubo indicado la ruta a La Cartuja un día extraviada en la sierra Tramontana.

Irónicamente esta brillante escritora —a la que no pudieron acusar los cuarenta abogados más astutos de Mallorca—, se convierte en un clásico de la literatura.

Rubén cuando llegó había ya leído su novela la cual utiliza de referencia, reconociéndola “que era una visual y descriptora prestigiosa”.

La autora es Máster en Literatura Española.

Columna del día Gorge Sand Mallorca archivo

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