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agua
Joaquín Absalón Pastora

Agua: tesoro en crisis

Se tendió una mirada luctuosa al espectáculo mundial del agua montado para deplorar en vez de celebrar, para ver si llega el milagro de la reflexión en el análisis vivencial del líquido ligado a la vida. El agua pesa más en el mapa del mundo donde se le visibiliza dominante no obstante el énfasis cotidiano que la pone al borde de la extinción según la percepción que no anda tan lejana de la realidad. La conmemoración oficializada por las Naciones Unidas muestra evidencia en el territorio anímico donde se posa la imagen de la incertidumbre. El hidrante supremo toma el camino de la pétrea sequedad. Corre la presunción de que “el agua será más cara que la gasolina”. La afirmación viaja en tiempo presente por la vía nerviosa de las ondas.

El doctor Jaime Incer Barquero, un erudito en el estudio y valorización de la naturaleza criminalmente ultrajada, ha hecho reiteradas exploraciones sobre el destino del agua. Cada vez que abre la boca levanta el tono de la alerta basándose en el metro verde de los bosques. La profecía sigue de pie frente al árbol aturdido por la aridez. “Sin bosques no hay agua”. Los administradores del caudal ven el panorama con indiferencia.

La pérdida boscosa proyecta de manera directa una escuálida disponibilidad de agua, mayor erosión en los suelos. Los responsables en la ronda del líquido vital no calculan el imperio que tiene ese sustento, la potestad que tiene cada gota de agua. El mínimo en el transcurso de la gesta es esencial para vitalizar a la corpulencia colectiva: juega un desempeño clave en la reducción de la pobreza, en el crecimiento económico, en la estabilidad del clima, un criterio que parte de los técnicos de las naciones unidas.

Por qué desperdiciar tantas gotas sagradas, tantos factores favorables para el entusiasmo físico y espiritual de la humanidad. La interrogación se esparce pero nadie la responde con los hechos de la salvación.

Estamos ante el verano, urgido de los beneficios de mojarse tanto para distraerse como para sobrevivir, en los dos extremos. La gente alarmada corre en la madrugada en la búsqueda de un río o de un pozo con el peso del balde ansioso de llenarse y solo encuentra la frustración del vacío y la alternativa de descubrir otras fuentes de agua sustitutas que también están agujereadas por la sequedad. Entonces a dónde ir mientras el espectro no demora en hacerse presente en el escenario insolvente. El clima no tiene corazón para perdonar los extremos calientes del verano. No le importa que los ríos se hayan secado, que el hombre haya sepultado a la flora y la fauna silvestre.

Yendo al ángulo citadino pulula la circulación de las influencias inevitables principalmente en los sectores del Gobierno donde cada funcionario con poder puede hacer lo que quiera con el semáforo verde de su “carnet”. La administración no ve a la tubería que solo saca aire por obsoleta o al chorro que sale de las fuentes rotas en el derroche del agua al “aire libre”. Cuando los ojos comprueban indignados las fugas de esas cataratas sangra el agua misma en la visión del testigo, mientras al usuario se le castiga por un mínimo escape. Queda escrita una plegaria: que fluya el agua útil para vivir y no para ser el depósito de una lágrima.

El autor es periodista.

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