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Joaquín Absalón Pastora

El Réquiem de Mozart

Adecuado con la índole mística es consagrar la unión auditiva y psíquica a la música religiosa cristiana en el periodo de Semana Santa que ha producido en el recorrido de los siglos a compositores emblemáticos como Haendel con sus oratorios (el Aleluya), Bach con sus Pasiones y Mozart con la alusión directa al drama a través del Réquiem. Sobre Amadeus Mozart (1756—1791) debo concentrar la atención en honor a su memoria y la distinción que alcanza en el tiempo. Trasciende la tabla temática en Semana Santa. Pero de la que está dedicada a la unción repercute desde ya la presentación del Réquiem en el Teatro Nacional Rubén Darío auspiciada por la Embajada de Alemania a la que se deben no pocos auspicios en el nivel sobrio de la cultura, escogidos para la actuación estelar los solistas Katherine Velázquez soprano nicaragüense, Lidia Rodríguez mezzo soprano costarricense, Ono Mora tenor de igual procedencia, Rafael Saborío bajo, también originario de la vecina del sur con la dirección coral del nicaragüense Gregorio Fonseca teniendo como invitado a Manuel Aybar.

Una vez más la Camerata Bach, la Orquesta Sinfónica Rubén Darío y Schola Cantorum Rubén Darío reiteran las oportunas galas en el transcurso de una obra deliberadamente programada para estar presente en equipo con todo acaecimiento donde haya respiro grato para esparcirse con las delicias clásicas de conducta despejada y no pagana que tanto predominio sigue ejerciendo en el ambiente violento de la heterogeneidad contemporánea. Sabemos que la “otra cara de la moneda” del alma concerniente a la carnosidad material se disuelve en las arenas y en los bares.

Pero quiero aterrizar en el piso inmortal de Mozart y su Réquiem. En el introito Réquiem aeternam se caracteriza por su fuerza extraordinaria infundiendo el ánimo de la traslación a lo sobrenatural, acaso el éxtasis en la naturaleza sensible. Aparecen sentimientos variados. El comienzo del tema que Mozart probablemente tomó del ajuste fúnebre de Haendel tiene la combinación de la dulzura y de la melancolía. La euforia espiritual del “et lux perpetua” forma parte de un contraste armónico, para el solo de soprano que lleva la responsabilidad de Katherine Velázquez en el  “tedecet hymnus”. Ella la soprano en el énfasis más puntiagudo de su actuación canta entusiasmada sin el menor atisbo de timidez: “Mi alma ensalza al señor”. En ese principio se resume el ideal de una semana piadosa. Intuyo que el concurrente silencioso de palco la acompaña voz adentro. No puede encontrarse una frase más descriptiva en la síntesis del periodo mayor en el cual convergen todos los actos laudatorios sobre la encarnación de la sangre derramada. Viene el “exaudi orationem mean” y luego la pasión a la que Mozart dio la forma de fuga doble. Hay en la obra la insinuación de alternar al miedo con la felicidad. El desasosiego de morir porque estaba a punto del final y la felicidad de haber vivido que suman una alineación armónica. El acto litúrgico está dividido en seis partes. La primera está expuesta por la Schola. El final está lleno de una milagrosa dulzura. Diríase sin padecer los saldos de la emotiva especulación y con el fundamento de haber muerto en el momento de la creación fúnebre que Mozart hizo su propio Réquiem lo cual le asignó una inspiración personalmente sufrida concentrada en la ruta conclusiva del destino.

El autor es periodista.

Opinión Mozart Réquiem archivo
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