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Fernando Bárcenas

El corporativismo de Aguerri y Ortega

En las ediciones de LA PRENSA del 28 de marzo y el 4 de abril, José Adán Aguerri, escribió sendos artículos sobre un mismo tema, en los que intenta justificar la alianza que el Cosep tiene con la dictadura de Ortega.

Desafortunadamente, Aguerri revela una falla gerencial al opinar sin asesoramiento profesional sobre temas que desconoce. No solo demuestra una falta completa de formación humanista, al abordar con ligereza fenómenos sociales, sino, lo que es más grave, atropella el pensamiento lógico, con dos pensamientos opuestos simultáneamente (y ambos falsos).

A favor de Aguerri, se puede decir, que no parece percatarse que tales pensamientos son falsos. De manera, que es sinceramente contradictorio.
Escribe Aguerri, para justificar el nulo interés del Cosep por la democracia:
Haciendo crecer la economía hacemos crecer la democracia.

O sea, la democracia es consecuencia inmediata de la economía, no de la política. Esta afirmación es, obviamente, falsa. Aguerri pretende que centrándose en la economía no es necesario atender la institucionalidad, ya que esta sería resultado del crecimiento económico.

La práctica demuestra que tal aseveración es falsa. Durante la dictadura de Somoza, la economía crecía a 5.6 por ciento en la década de los cincuenta, y a 6.7 por ciento en la década de los sesenta (en 1962 creció, incluso, al 10.6  por ciento). Y, evidentemente, la democracia no creció en ese período. Pero, además, gracias a la dictadura, tampoco disminuyó la pobreza y la pobreza extrema en proporción al crecimiento económico. La dictadura, más bien, es una forma de gobierno particularmente apta para el enriquecimiento ilícito. La impunidad es su característica más esencial.

Pero, evidentemente, no existe una relación determinista, mecánica, entre economía y democracia. La relación entre economía y orden jurídico es dialéctica. Es decir, ocurre por medio de contradicciones sociales.

Las formas de gobierno se corresponden, más que directamente con la economía, con las luchas sociales. Cuando una capa de aventureros puede elevarse, circunstancialmente, por encima de la sociedad, y toma impunemente lo que le venga en gana gracias al control total del Estado, cualquiera puede notar que, contrariamente a lo que sostiene Aguerri, el poder no se vuelve democrático, ajustándose al crecimiento de la economía, sino, que la dictadura le sustrae recursos estratégicos al desarrollo económico, de forma oscura y secreta.
Luego, Aguerri se contradice y agrega: Debemos darle igual importancia a lo económico que a lo político.
Como la democracia —según Aguerri— no es parte de la política, sino, de la economía, el Cosep se puede dedicar a una política que no es democrática. Así, justifica su alianza con el poder dictatorial, que le permite desempeñar un rol político, sin institucionalidad. ¡Algo huele mal en Dinamarca!

Continúa Aguerri: “Hemos venido construyendo nuestro propio modelo en lo político, lo económico y lo social, porque hemos entendido que lo que explica nuestro atraso, es que hemos sido rehenes de la intolerancia política, que ha limitado nuestro potencial en forma dramática”.
Aguerri no piensa en función de la sociedad (democracia o dictadura para los ciudadanos), y no mira el rol del Cosep en la sociedad. De manera, que piensa en su propio poder político. En un poder político directo, no sometido a reglas democráticas donde —para Aguerri— reina la intolerancia y campea el atraso. Y ve que la dictadura orteguista le ofrece una alianza que lo libera de su condición de rehén, y le da el poder que requiere para desarrollar su potencial.

Eso, precisamente, es el corporativismo. No es un mote, como sugiere Aguerri. El Cosep apoya a Ortega, comparte el poder dictatorial al margen de la institucionalidad, y Ortega favorece sus negocios. Pero, sin disminuir efectivamente los costos, y sin aumentar la productividad o la competitividad o la eficiencia. Es decir, sin un crecimiento real de las fuerzas productivas. Eso, precisamente, es el atraso. El país es rehén de la negligencia y de la corrupción.

Todos los colaboracionistas de la opresión dictatorial, usan su colaboración para ayudar a alguien aquí y allá, a la par que cooperan con la opresión en propio interés. Y vienen juzgados, no por la ayuda ocasional a alguien, sino, por la colaboración con la dictadura, y por los privilegios obtenidos por ello.
El autor es ingeniero eléctrico.

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