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confrontación
Edmundo Jarquín

Nuestro único riesgo de confrontación

En varias ocasiones hemos escrito sobre el mesianismo de Daniel Ortega y algunas de sus consecuencias, entre ellas sus delirios geopolíticos.

Su respaldo a causas como la toma rusa de Crimea, Ossetia del Sur y Abjasia, y mantener relaciones con Irán y Corea del Norte; su respaldo al dictador Bashar Al Asad, de Siria, y la posición de su gobierno en foros multilaterales, forman parte de esas pretensiones geopolíticas que no guardan relación con el peso real de Nicaragua. Su muestra de pragmatismo al normalizar relaciones con Israel, anunciado hace pocas semanas, es parte de ese juego, toda vez que el influyente yerno del presidente Trump es judío.

De la misma naturaleza fue la onerosa concesión canalera a un empresario chino, a sabiendas que si el Gobierno de China no lo construía, y este solamente lo haría por razones geopolíticas, así como Estados Unidos construyó el Canal de Panamá, el proyecto no tenía ninguna factibilidad. En la apresurada y poco transparente aprobación de la concesión, Ortega no escuchó las voces de oposición, ONG y expertos ambientalistas, que poco le importan.

En los últimos días, en la medida que se acrecientan las tensiones entre Estados Unidos y Rusia por Siria, las cuales fueron subrayadas en la gélida visita que el secretario de Estado americano, Tillerson, realizó a Moscú en la Semana Santa, los coqueteos geopolíticos de Ortega se han tornado más visibles, así como por la creciente tensión con Corea del Norte por sus pruebas nucleares.

Un reciente artículo del Washington Post sobre la presencia rusa en Nicaragua, incluyendo instalaciones de Inteligencia y suministro de armamento ofensivo como tanques T-72, en abierta violación al Acuerdo de Sapoá, vuelve a colocar a Nicaragua en el ojo del huracán geopolítico, y además como pieza negociable en el juego de intereses de las grandes potencias.

Si Ortega solamente entiende de presiones, y no de razones, cabe preguntarse, ¿qué puede hacer que cambie de rumbo, para que no someta a Nicaragua al único riesgo de confrontación que realmente enfrenta?

La respuesta es obvia: que escuche aquellas voces que sí le importan y que esas voces le adviertan de los riesgos de sus propósitos.
¿Cuáles son esas voces?

¿La verdadera oposición, cuyos partidos políticos se han quedado sin opción de participar en elecciones creíblemente democráticas, cuyas voces nunca han sido escuchadas, y los otros partidos que no ejercen ningún contrapoder a Ortega?

¿Los campesinos que se alzan en armas, precariamente, sin poder decir las causas de su rebelión, porque no son arrestados y no hay presos políticos que enciendan la imaginación con su rebeldía y proclamas, como ocurrió contra la dictadura de Somoza?

¿Los pocos medios de comunicación independientes o críticos, porque la casi totalidad son controlados por el Gobierno?

¿La Conferencia Episcopal, cuyas reiteradas solicitudes, entre ellas un diálogo nacional según carta entregada personalmente en mayo de 2014, siguen sin respuesta del Gobierno?

¿A quiénes, entonces, escucharía Ortega?

Desde luego que escucharía a voceros de los gremios económicos, que tanto advierten de no ser arrastrados por una confrontación y ven los riesgos de la Nica Act, que es consecuencia del autoritarismo, corrupción y coqueteos geopolíticos de Ortega.

Y desde luego al Ejército y Policía, que seguramente conservan autoestima de su profesionalismo y no se quieren ver en el espejo de Venezuela o en un nuevo conflicto regional.

Y también tienen un papel relevante los “históricos” del Frente Sandinista, que vivieron y sufrieron las ilusiones, conflictos y frustraciones de la revolución, y consideran la democracia y posibilidad de vivir en paz, como el fruto más preciado de la revolución.

Y desde luego al secretario general de la OEA, Luis Almagro, haciendo una propuesta de Misión de Cooperación según Acuerdo con el gobierno de Ortega del 28 de febrero, que apunte a consolidar el conjunto del sistema democrático, y no solamente los temas restringidos de observación electoral, padrón electoral y transfuguismo político, como dice ese acuerdo.

Los coqueteos geopolíticos de Ortega son consecuencia directa del ejercicio sin balances de su poder autoritario.

Si queremos evitar a Nicaragua confrontaciones y sanciones, y que conserve su estabilidad, paz y crecimiento, deben alzar su voz aquellos a quienes Ortega escucha.

El autor es economista y fue candidato a la Vicepresidencia de Nicaragua.

Opinión confrontación Daniel Ortega Nicaragua archivo
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