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Fco. Javier SANCHO MAS

Descenso a La Paz

Esta tarde he vuelto a ver La Paz, bajando desde El Alto, el municipio con fama de decidir los presidentes de Bolivia. Hoy, a causa de las lluvias, la estrecha carretera que une el aeropuerto con la capital boliviana, estaba cortada porque un cerro se desprendió. Otras veces suelen ser los sindicatos de transportistas quien son capaces de paralizar hasta el caos absoluto todo el tránsito entre La Paz y el resto del país. Su geografía rotunda de alturas imposible y llanos sin límite marca la pauta.

Decidí subirme al teleférico que, desde hace poco, ha reducido la espera de muchos trabajadores que transitan entre estas dos comunidades. Y pienso que dentro de no muchos años, esto también quedará obsoleto como medio de transporte y será más una atracción turística, así como los viejos trenes o tranvías de las ciudades antiguas.

El sol se reflejaba en el impresionante pico del Illimani, siempre nevado, y se explayaba sobre las casas de La Paz, un lago de estructuras de ladrillos salpicado de algunos edificios blancos. No es hermoso. Tampoco es feo. Es solamente extraño. Para la mayoría de los que somos de tierra caliente, vivir en estas alturas se parece a vivir en un tiempo detenido o fuera de nuestra atmósfera.

Bolivia, a qué negarlo, ha avanzado en muchas cosas. En la cultura impositiva, por ejemplo. Antes, aquí no solía pedirse el número de identificación para hacer una factura. Se han instaurado la costumbre de declarar y pagar impuestos. El tejido productivo del país parece haber avanzado y las comunicaciones han mejorado, aunque la flota de sus aviones ciertamente es muy anticuada. Sin embargo, se nota que la gente se ha cansado del papel protagónico de un gobierno excesivamente personalizado en Evo Morales. Cuando es muy evidente una política de comunicación basada en la figura central del presidente, se generan sospechas y recelos a largo plazo.

La revolución también aquí da síntomas de cansancio. En Ecuador, el resultado electoral mostró una victoria pírrica del candidato que continúa la labor de Correa. Venezuela ya no está ni se le espera. ¿Y Cuba? Nadie sabe dónde se dirige Cuba. Y Nicaragua es la que menos cuenta para el Alba.

Cada 23 de marzo, Bolivia conmemora la pérdida del mar que le quitó Chile. Es un viejo anhelo y en todos los aeropuertos suenan repitiéndose sin parar ni misericordia con los viajeros unas grabaciones de voz de discursos de varias figuras del Alba y que concluye Chávez recordando el derecho de Bolivia a tener acceso al mar.

Para ello, Bolivia mantiene su causa en el tribunal internacional de La Haya. Es similar al caso de Nicaragua con Costa Rica. Y ello de algún modo es un símbolo de progreso: que en nuestro tiempo las disputas territoriales se diriman en tribunales internacionales y no matándose entre hermanos. Pero al mismo tiempo, seguimos anclados en conceptos de soberanía anticuados, que no nos permiten avanzar hacia una mayor unidad, así como a la custodia compartida de recursos naturales indispensables como el agua.

Esta Bolivia ha dado un paso adelante en reconocer su legado indígena tantas veces sometido, ignorado y marginado. No sé qué pasará de aquí en adelante. La oposición, como en el caso de Nicaragua, está muy débil, y no parece que haya alternativa a la de la prolongación del mandato de Evo.

Pero todo a mi alrededor, da muestras de un infinito cansancio. En cualquier caso, apenas he vuelto a un país al que desciendo en el teleférico, rodeado de trabajadores que hablan en quechua, algunos enfundados en abrigos y calados con sombrero. Mezclan palabras del quechua y el español. Capto algo de la conversación. Pero hablan muy bajito. Uno de ellos está ensimismado con una pequeña pantalla. Va jugando al FIFA 2016. Me acerco y observo que juega al clásico Madrid-Barcelona. La retransmisión ficticia está a cargo de unos periodistas deportivos españoles.

A mí sin embargo, aún me retumbaba la voz de Chávez que en los aeropuertos de Bolivia sueña desde la otra vida con “venir algún día a bañarse en una playa boliviana”.

Le tengo como el país más diferente de América Latina, de una belleza extraña y a veces hostil. Hoy parece cansado, como su vieja aspiración de reencontrarse con el mar.

El autor es periodista.
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