Kurt Russell, uno de los rostros más familiares de Hollywood durante las décadas de 1980 y 1990, vive una resurrección artística de primer orden con papeles en dos de las franquicias más populares del mundo.
A sus 66 años dice que “actuar es tan divertido que es difícil verlo como un trabajo. He hecho otras cosas en la vida y sé lo que es esforzarse y sufrir de verdad. Realmente, esto lo puede hacer cualquiera, aunque muy pocos son capaces de elevarlo a la categoría de arte. Cualquier persona que lleva su oficio a un nivel de maestría, logra que sea arte”, apuntó.
“Ser actor no es como coger una brocha y pintar. Se trata de usar tu cuerpo. No quiero hablar mal de esta profesión, pero no me veo a mí mismo como un artista. Sé que puedo alcanzar ese nivel. Al final del día, me gusta sentir que hay cierto nivel de destreza y habilidad en mi labor”, declaró.
Russell, para muchos, siempre será Snake Plissken, el icónico renegado con parche en el ojo de Escape from New York (1981) y Escape from LA (1996), aunque el actor forjó una sólida carrera entre ambos títulos con obras como The Thing, Silkwood, Big Trouble in Little China, o Stargate, entre otras.
Una carrera con casi un centenar de películas que, no obstante, dejó en un segundo plano a comienzos de siglo para centrarse en su familia y, después, en sus vinos. Hasta que llegó Quentin Tarantino y le hizo una oferta que no podía rechazar.
El díptico Grindhouse/Death Proof lo devolvió a la primera plana, pero durante aquel rodaje al norte de Santa Bárbara (California) comprobó la calidad de los vinos de la zona y decidió que quería emprender ese rumbo. Al menos por un tiempo.
El actor ahora se ha embarcado en la saga Fast and Furious (Furious 7 y Fate of the Furious), intervino en Deepwater Horizon y ahora pone la guinda al pastel con Guardians of the Galaxy Vol. 2, de estreno el 5 de mayo.