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Joaquín Absalón Pastora

Efemérides en el tiempo

Afirmaba Justo Sierra que “el tiempo no existe”. Fundamentaba este criterio en la ausencia física. Pero existe. Es militante en la memoria. Se le puede medir en la distancia, incluso pronosticar qué edad tiene.

Hace 27 años —abril de 1990— nació el gobierno de Violeta Barrios de Chamorro en una época memorable no solo porque se haya convertido en la primera mujer presidenta de Nicaragua, sino por las circunstancias en que ella asumió el mandato constitucional en elecciones reconocidas con holgura. Mencionaba al tiempo porque a este se le ha adjudicado el temperamento de ser olvidadizo. “El tiempo todo lo olvida” es una expresión latente. Esta vez reconozco que la memoria histórica ha sido ingrata, eclipsado la estancia que tuvo ese periodo de restitución democrática, un bálsamo en medio del sabor amargo que ha menudeado en el curso adverso de la felicidad nacional, un tranquilizante a pesar de la tendencia anárquica de “gobernar desde abajo”. Creo incluso que las nuevas generaciones no conocen los capítulos de aquellas páginas que dan nutridos testimonios del lapso en que se pasó de 1979 a 1990 en una transición que envió al precipicio a las armas de guerra, impulsadas por las manos femeninas de doña Violeta. La ceremonia no fue simbólica sino que real. El suscrito fue uno de sus testigos. El gesto hizo un sumario resolutivo de llevar a la realidad la ventura de vivir en paz, desvanecida por las complicaciones posteriores.

Testigo fui en mi calidad de diputado electo por la Unión Nacional Opositora (UNO) en la casilla del PLI de la forma en que fue creada la suma unida de catorce partidos. Al comienzo sus integrantes habilitados para participar en las elecciones presidenciales tenían la pretensión de ser cada uno, un cacique. Catorce cabecillas alrededor de una sola candidatura. La plaga impedía el paso hacia la unidad hasta que los jefes partidarios tuvieron que inmolarse. En la “recta final” del acuerdo todos acordaron excluirse del derecho de figurar en la elección presidencial. Fue así como resultó la candidatura de doña Violeta orlada por los neutrales matices de la independencia no comprometida con los colores ideológicos en los que había surtido de tonalidades: comunistas, liberales, social cristianos, social demócratas, conservadores, socialistas etc. Virgilio Godoy quería ser el presidente pero Elí Altamirano se le oponía. Negociaciones bajaban y subían en el trapecio de las estrategias. Hasta que cuajó el sueño: la fórmula de las dos V de la victoria: Violeta y Virgilio. Cierto es que la UNO fue un modelo excepcional de la unidad en que catorce partidos lograron la milagrosa metamorfosis de reducirse a uno solo. En la campaña las tres letras eran la síntesis y no la fragmentación. La UNO en honor a la cruda verdad la constituían catorce micropartidos simbólicos con escasa excepcionalidad. Empero recibieron el apoyo del votante.

Lastimosamente la unidad una vez que le tocó el ejercicio del poder se hizo añicos al dispersarse la representación parlamentaria y ser blanco del disparo de los “cañonazos”. Y llegaron los “cañonazos”, la prebenda saludada por la euforia tropical. Una mirada a la actualidad basta para señalar la hazaña de esa irrepetible consolidación hace 27 años, peor si se pone como referencia comparativa la forma en que la oposición se está fraccionando. Islas separadas en un océano criollo donde están parcos los brazos unidos.

El autor es periodista.

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