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orteguismo
Pedro Belli

La propuesta que no existe

Derrotar al orteguismo será muy difícil sin unión de la oposición. La oposición, sin embargo, está más dividida y débil que nunca.
¿Por qué la división? En septiembre de 2014, bajo los auspicios de Hagamos Democracia, los partidos de oposición (salvo el PLI) y varias organizaciones de la sociedad civil presentaron un documento planteando las soluciones que Nicaragua requiere en lo social, lo económico y lo institucional. Este ejercicio reveló que no hay diferencias sustanciales en las ideologías de los partidos de oposición. Las causas del fraccionamiento son otras: las reglas del juego.

En las elecciones nacionales, cada partido somete su lista de candidatos. El pueblo vota por una lista (por la “plancha” en lenguaje popular), no por los candidatos individuales; o se vota por todos los candidatos de un partido, o por ninguno.

El número de diputados electos, de cada partido, es proporcional al número de votos obtenido por cada partido. Si se presentan tres partidos, A, B, y C que obtienen respectivamente cincuenta por ciento, treinta por ciento y veinte por ciento del total de votos, los diputados electos serían aproximadamente 45 (cincuenta por ciento de noventa) para el partido A, 27 para el partido B y 18 para el partido C. La aritmética es más complicada, pero los principios generales son los mismos: las diputaciones se repartan en proporción a los votos obtenidos por cada partido.

¿Cuáles 45 diputados del Partido A serían electos? La respuesta es clave para entender la perversidad de las reglas del juego. Cada partido presenta su lista de candidatos en el orden en que saldrían electos. Así, de la lista de noventa candidatos, solamente los primeros 45 candidatos de la lista del partido A serían electos. Y solo los primeros 27 del partido B y solo los primeros 18 del partido C. Evidentemente, el orden de la lista es sumamente importante porque las probabilidades de obtener una diputación en elecciones libres y justas depende del puesto en que los candidatos estén situados. Para candidatos que estén en la cola de una lista, las probabilidades son mínimas. Por lo tanto, todo candidato busca un partido que lo coloque lo más alto posible en la plancha.

¿Quién decide el orden de los candidatos en las listas? Los caudillos deciden, usando el sistema del famoso “dedazo”. Usualmente, ellos formulan las listas de diputados sin consultar al pueblo. Y nosotros votamos por las planchas sin conocer a fondo a los diputados. Una excepción fueron las elecciones primarias de 2016 entre los partidos Conservador, Social Cristiano, PLI Histórico y un grupo de Independientes.

Estas reglas del juego conducen al fraccionamiento de los partidos. Los políticos tienen que asegurarse un puesto alto en la lista de un partido para ser electos si no lo logran, se unen a otro partido o forman un nuevo partido para colocarse a la cabeza de alguna lista y mejorar así sus probabilidades de ser electo. La importancia de las posiciones en las listas es tal que Daniel Ortega está en el poder porque la oposición no se pudo poner de acuerdo en diez diputaciones. Según este diario (edición del 15-05-2016), Rizo y Montealegre no se unieron en 2006 porque Montealegre, que ya había aceptado ir de candidato a vicepresidente, “…pidió 25 diputados en posiciones ganadoras, mientras Rizo ofrecía solo 15…”

El sistema también conduce a la concentración del poder, ya que demanda lealtad absoluta de los diputados hacia sus caudillos. Si algún diputado vota en contra de los deseos de sus caudillos, la venganza no tarda en llegar (ejemplos de Xochilt Ocampo, Agustín Jarquín Anaya). Los diputados, por lo tanto, tienden a votar según las directivas de los caudillos y de los partidos.

Este incentivo perverso se ha agravado con la consagración del “transfuguismo”, el cual dicta que los escaños pertenecen a los partidos y no a los diputados. Los diputados han dejado de representar al pueblo y los partidos se han vuelto agencias de empleo para los políticos.

Aunque la Constitución caracteriza a Nicaragua como democracia representativa, en realidad no lo es. El concepto de democracia representativa nace por la enorme dificultad de la democracia directa de consultar al pueblo cada vez que se desea introducir o modificar una ley. La democracia representativa delega esta responsabilidad en representantes del pueblo (diputados) que juntos forman un grupo que aprueba leyes (asamblea).

Para esto, se ideó elegir individualmente a los diputados como representantes de los habitantes de un distrito electoral y no como representantes de los partidos, o sea se concibió el sistema uninominal de elegir a diputados.

¿Quién le pone el cascabel al gato? A los diputados actuales no les conviene cambiar de sistema, por eso esta propuesta no existe. La alternativa sería otra constituyente para redactar una Constitución que restablezca la democracia representativa y la separación de poderes, tan esencial para evitar las dictaduras.

El autor es economista.

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