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La desgracia de los Pelópidas

Pero Pelópidas se les llamaba también a los descendientes de Pélope, hijo de Tántalo, el célebre personaje que fue condenado por los dioses a sufrir eternamente hambre y sed,

Pelópidas era uno de los miembros más destacados del Batallón Sagrado de Tebas, el cual estaba integrado por 150 parejas de guerreros homosexuales.

Aquel singular batallón militar fue creado por el general tebano Górgidas, quien creía que los guerreros combatiendo junto con sus amantes tenían más disposición al combate, hasta el heroísmo y el sacrificio. Pero como no era posible mandar a la guerra a hombres con sus mujeres, Górgidas organizó el legendario batallón con parejas de homosexuales que se amaban igual que los heterosexuales.

Pero Pelópidas se les llamaba también a los descendientes de Pélope, hijo de Tántalo, el célebre personaje que fue condenado por los dioses a sufrir eternamente hambre y sed, sin poder beber ni comer a pesar de estar sumergido hasta el cuello en un estanque y colgaban sobre su cabeza racimos de apetitosas frutas.

Tántalo era hijo de Zeus y solía hacer banquetes a los que invitaba a los dioses, que al parecer mucho lo estimaban.

Pero Tántalo tenía una mente malvada y un día se le ocurrió probar si era verdad que los dioses eran capaces de saberlo todo. Para comprobarlo, mató a su propio hijo, Pélope, y sirvió su carne exquisitamente cocinada a sus invitados. Pero los dioses adivinaron que era carne humana lo que les habían servido y no la comieron. Solo Deméter, diosa de la agricultura, comió un pedazo de uno de los hombros de Pélope, pues estaba distraída por la angustia de haber perdido a su hija Perséfone, raptada por Hades para hacerla su esposa.

Los dioses resucitaron a Pélope, le pusieron un hombro de marfil y a Tántalo lo condenaron a sufrir eternamente el castigo que he mencionado antes.

Cuando Pélope llegó a la edad adulta quiso casarse con Hipodamía, una bella hija de Enómao, rey de la ciudad de Pisa. Hipodamía tenía muchos pretendientes, pero su padre la celaba de manera enfermiza y dispuso que para casarse con ella el pretendiente tenía que ganarle a él una competencia de carrozas, en caso contrario era ejecutado. A Enómao nadie lo podía vencer y quien competía con él perdía la carrera y la vida.

El astuto Pélope sobornó a Mirtilo, un criado de Enómao, quien aflojó las clavijas de una de las ruedas del carro de su amo. Durante la carrera se soltó una de las ruedas y Enómao se mató al volcarse el vehículo. De esa manera Pélope pudo casarse con Hipodamía, quien creyó que la muerte de su padre había sido accidental.

Mirtilo fue recompensado por Pélope dándole riqueza y haciéndolo su criado de confianza. Pero Mirtilo trató de violar a Hipodamía (o esta lo acusó falsamente de tal delito) y Pélope mandó a que lo llevaran lejos en el mar y lo dejaran abandonado.

Mirtilo murió de insolación, hambre y sed, pero antes de morir maldijo a Pélope y a sus descendientes.

Pélope, además de los hijos que tuvo con Hipodamía, Pélope tenía un hijo fuera de matrimonio llamado Crisipo, a quien lo odiaba su madrastra porque temía que fuera el heredero del trono. De manera que mandó a que lo mataran, o lo habría matado ella misma, según las distintas versiones del mito.

Pero los hijos de Pélope e Hipodamía, cuyos nombres eran Atreo y Tiestes, se odiaban a muerte uno al otro porque cada uno de ellos quería ocupar el trono y no compartirlo con el hermano.

Por causarle mal a su hermano Tiestes sedujo a Aérope, la esposa de Atreo, pero este lo expulsa de la ciudad. Pero Atreo teme que Tiestes regrese para tratar de vengarse de manera que finge que quiere hacer las paces con él y lo invita a un banquete de reconciliación. Atreo mata a los tres pequeños hijos de su hermano, los cocina y sirve en la mesa a su hermano, quien se los come sin saber que era la carne de sus hijos.

Ese día el Sol, horrorizado por el espantoso crimen que había cometido Atreo, invirtió su recorrido por el cielo y en vez de ir a ponerse en Occidente se fue a ocultar en el Oriente.
Y Atreo, sus descendientes y todos los Pelópidas sufrieron después terribles desgracias, por la maldición de Mirtilo.

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