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Alient: Covenant

Alient: Covenant

Crítica de cine: Alien, Covenant

La franquicia de Alien se resiste a morir y ahora regresa con el estreno Alien: Covenant. Lea la crítica de cine de Juan Carlos Ampié

Como el infame monstruo xenomorfo diseñado por el legendario H.R. Giger, la franquicia de Alien se resiste a morir. Su creador original, el director británico Ridley Scott, vuelve a las andadas 5 años después de la ambiciosa pero malograda Prometheus (2012). No recuerdo mucho sobre esa “historia de origen”, pero suficiente información es recapitulada en la nueva película como para ubicarnos.

Alien: Covenant nos lleva a bordo de una nave colonizadora. Una tripulación básica conduce a centenares de seres humanos durmientes a poblar un nuevo planeta. El grupo incluye a actores de peso como Billy Crudup, James Franco y Katherine Waterstone; idiosincráticas presencias de la pantalla chica como Danny McBride (Vice Principals) y Jussie Smollet (Empire). Para darle algo de sabor internacional, el mexicano Demián Bichir (nominado al Óscar por A Simple Life) y el neozelandés Uli Latufeku (de las series Marco Polo y Jonah from Tonga) completan un reparto que incluye a la diva del cine independiente Amy Seimetz (Upstream Color).

El casting es uno de los elementos más fuertes de la película. Cuando bordea lo genérico, las personalidades la mantienen marginalmente interesante, y potencian los intentos del guion por infundir en ellos vida interna a través de conflictos y debilidades personales. Por ejemplo, Oram (Crudup), el segundo al mando, depende emocionalmente de su esposa, Karine (Carmen Ejogo), y resiente el recelo que despierta su fe cristiana. La trama, propiamente dicha, toma tiempo en activarse. Usando subterfugios narrativos, Scott esconde su interés por explorar las dinámicas de pareja, y la tensión entre los intereses del grupo y los individuos.

Juan Carlos Ampié, crítico de cine.
Por Juan Carlos Ampié, crítico de cine

Bajo la parafernalia de ciencia ficción, Alien: Covenant es en el fondo una película de horror, pura y dura, que no se sonroja a la hora de adoptar las convenciones del género. Vive para esos momentos de anticipación espeluznante, cuando el monstruo está a punto de atacar, o la estocada sorpresiva que puede borrar la sonrisa de su cara. Y de paso, llevarse la mandíbula entera. La primera pareja que use la ducha para algo distinto del aseo personal, será simbólicamente castigada. Mas un desafortunado dice el clásico “Ya regreso”. Y la “chica final” tiene su momento de brillar.

En espíritu y ejecución, Covenant es quizás la que más se parece a la original Alien: Octavo Pasajero (1979). La temible criatura que lleva años alimentando nuestras pesadillas, eventualmente emerge, acompañada de unas cuantas variaciones genéticas igual. Pero no es el peor monstruo de la historia. Uno a uno, el grupo se ve reducido, como presas amarradas para entretener a un depredador enjaulado. Si en la primera entrega la codicia corporativa era el verdadero villano, aquí enfrentamos el impulso creador, corrompido por el mesianismo.

En sus mejores momentos, la película se beneficia de la maestría visual de Scott. Lo orgánico y lo mecánico, lo antiguo y lo futurista, crean un mundo distintivo e inquietante. Aún cuando el metraje se extiende demasiado, Alien: Covenant es un banquete visual. Pero su arma secreta son los actores. Algunos luchan sin éxito por hacerse notar en el poco tiempo que tienen como carne de cañón, pero Waterstone, Crudup y Fassbender hacen milagros con el material. Fassbender en particular, gracias a un doble papel —David, el androide sobreviviente de Prometheus, y Walter, un modelo actualizado— interactúan en uno de los mejores mano-a-mano de un actor duplicado por magia digital. Hay demasiados personajes, y algunos no logran registrar su individualidad. La economía narrativa que elevó al primer filme al estatus clásico brilla por su ausencia. Para vencer a este monstruo, tiene que armarse de paciencia.

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