Algunos despistados aseguran que nosotros queremos que fracase el acuerdo de la Organización de Estados Americanos (OEA) con el régimen orteguista sobre el tema electoral, para que “caiga” el régimen de Daniel Ortega. Es un gran disparate que no debería caber en la mente de personas inteligentes.
La verdad es que, al revés, nosotros quisiéramos que la OEA tuviera éxito y lamentamos que no lo tenga por la intransigencia dictatorial de Daniel Ortega.
Ortega inclusive ha agraviado a la misión de la OEA que estuvo esta semana en Managua, al obligarla a cancelar abruptamente las entrevistas que había programado con representantes de partidos políticos, organismos de la sociedad civil y defensores de derechos humanos. Cancelación que —según dijo la OEA— fue por “motivos de fuerza mayor ajenos a la misión”, lo cual se sobreentendió que se refería a una orden arbitraria del régimen orteguista.
A falta de información oficial se comenta que la cancelación de las entrevistas programadas por la misión de la OEA, fue porque el régimen orteguista quería imponerle que solo hablara con los partidos que participarán en las votaciones de noviembre. Y también se conjetura que fue porque Ortega se enfureció al conocer que la Nica Act había sido aprobada en el Subcomité de exteriores de la Cámara de Representantes de Estados Unidos.
Pero cualquiera que haya sido el motivo de la salida intempestiva de la misión de la OEA, el hecho es que Ortega la agravió al obligarla a cancelar las citas que había programado con los partidos políticos y la sociedad civil.
Nosotros hemos criticado el secretismo con que la Secretaría General de la OEA ha manejado sus negociaciones con el régimen orteguista, pero reconocemos la sana intención que tiene de ayudar al mejoramiento del sistema electoral de Nicaragua.
Creemos que lo mejor sería que la OEA tratara al régimen autoritario de Ortega con la misma firmeza que ha tratado a la dictadura de Venezuela. Sin embargo estamos claros de que las situaciones son diferentes, al menos en sus formas y entendemos que las estrategias del secretario general de la OEA tienen que ser también distintas, aunque apunten a conseguir el mismo objetivo de restablecer el funcionamiento de la democracia representativa, comenzando por las elecciones justas y transparentes.
Tienen razón quienes opinan que a pesar de las inconsistencias del diálogo de la Secretaría General de la OEA con el régimen orteguista, comenzando con la falta de apertura y de información al pueblo nicaragüense que es el principal interesado en el asunto, este acuerdo es un “puente de plata” que se le ha tendido a Ortega para que comience a democratizar el sistema electoral. Y para que salga gradualmente del conflicto que él mismo está construyendo con su avance dictatorial, antes de que llegue a tener las proporciones de la crisis venezolanas.
Pero Ortega es un dictador nato y compulsivo que no atiende razones democráticas. Y seguro que no las atenderá mientras la mayoría de los nicaragüenses —los que se declaran independientes en las encuestas—, permanezcan en su cómoda indiferencia y no quieran luchar para poner fin a la dictadura y recuperar su democracia.