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Mauricio Díaz D.

Es el destino de la OEA y del hemisferio

La situación por la que atravesamos los pueblos bajo la influencia del mal llamado “socialismo del siglo XXI”, más dramáticamente Venezuela, es producto en última instancia de una aberración producida por el mal manejo del petróleo, causa primaria del sufrimiento que se infringe a los venezolanos, al haberlo destinado a los socios del “eje bolivariano” privando a esa nación del uso y disfrute de sus riquezas. Todos sabemos lo que allí ocurre, una camarilla montada sobre la inmensa riqueza que genera el petróleo, devenida en poderosos señores de horca y cuchillo en nombre del socialismo, en nombre de un Simón Bolívar cuya memoria es diariamente mancillada, destruyeron los cimientos de una democracia que se había consolidado luego de largos y brutales regímenes dictatoriales.

El mesianismo del extinto Hugo Chávez lo llevó a pretender transformar la correlación de fuerzas del continente para “derrotar al imperialismo norteamericano”. A los Estados Unidos de Norteamérica, ni cosquillas les hizo, a quienes dañó fue a los venezolanos que ahora son una inmensa diáspora huyendo de la pobreza, la inseguridad y la represión.

Ahora podemos hablar de monarquías del siglo XXI, más parecidos a los antiguos sultanatos: familias en el poder usándolo como propiedad privada, absolutismo, destrucción de Estados de Derecho, instrumentalización de las fuerzas armadas y las policías nacionales hasta convertirlas en instrumentos de represión; cooptación de sectores de la oposición política; desprecio a la dignidad esencial de las personas y, en fin, falsas esperanzas de un mundo mejor que no termina de llegar.

Al secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), Luis Almagro, le toca lidiar en medio de esa complejidad donde Venezuela vive una virtual guerra civil. Ya el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas está agendando su conocimiento a pesar de la oposición del Gobierno de Caracas. Ojalá que Naciones Unidas evite la “Siriazición” de Venezuela y en una doble acción que fortalezca las gestiones de la OEA en materias de la recuperación democrática y de la seguridad continental, lleven a soluciones que en el corto plazo eviten más muertos producto de la represión gubernamental.

Pero no es solamente el destino de Venezuela el que se encuentra en juego en estos momentos, es el destino político de un continente que “no cruza la raya” entre proyectos autoritarios que parecen consolidarse por la influencia de los petrodólares (que se acaban) del chavismo, cuya herencia para Nicaragua no es un futuro luminoso, sino una nueva dictadura familiar y que pretende ser dinástica.

Aunque parezca mentira seguimos anclados en el pasado.

El pacto de los caudillos de ahora no dejó que la democracia floreciera. Como que los nicaragüenses no merecemos ser libres.

Las tareas de la OEA tienen que ver también con la situación de la democracia y el Estado de Derecho en Nicaragua. Si nos apoyamos en la letra de la Carta Democrática Interamericana encontramos contundentes principios y valores que deben ser respetados y llevados a la práctica, entre ellos la “Defensa colectiva de la democracia” en países donde esta se encuentre en riesgo o donde haya habido graves violaciones del orden constitucional, entre otros.

Si la OEA fracasa en Venezuela y por tanto en nuestro país, viviremos una regresión sin precedentes en la historia política de América Latina. El “modelo venezolano” alentaría al gorilismo que saldría de las cavernas; los fusiles se impondrían a los votos y representaría el fin de la organización que nació en 1948 con el propósito de convertirnos en una región de paz, democracia, libertad y respeto a los derechos humanos.

El autor fue miembro de la Comisión Nacional de Reconciliación creada por los Acuerdos de Paz-Esquipulas II.

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