En un contexto como el de nosotros, en el que se suele aportar soluciones sencillas para problemas complejos, mientras nos introducimos en un círculo alienante que no solo malgasta recursos, sino también tiempo, el futbol está haciendo diferencia.
Claro, queda mucho por hacer, entre ello crear mejores condiciones para los jugadores y un sistema de recompensa más justo tras los partidos, pero no se puede negar el avance de un deporte que pasó de triunfos morales a victorias reales.
Nuestros jugadores pasaron de ser un grupo lleno de dudas y agazapados para evitar una paliza, a un equipo de criterio, con ideas y estilo, y sobre todo, con confianza en sus habilidades para subvertir una historia que ha sido altamente desfavorable.
Hemos visto su evolución, su inclinación por un futbol de ataque, agresivo y tenaz, pero sin desordenarse. Y sin descuidar la defensa, sin la cual cualquier esfuerzo ofensivo sería inútil. No se juega a evitar la derrota o buscar el empate, sino a ganar sin importar el rival.
Y eso incluye el oponente de hoy, Bolivia, un equipo de mucho respeto, que nos saca 27 puestos en el ranking de la FIFA (73 vs. 100) y más aún en el escalafón de la historia y que además viene de vencer a Argentina en las eliminatorias sudamericanas.
Jugar ante rivales de este calibre era imposible en un pasado reciente. No se nos tomaba en serio. Y era lógico. No se había hecho nada, no se le había ganado a nadie y se pensaba que era un retroceso enfrentar a los nicas.
Tampoco es para irse al otro extremo y creer que ahora sí estamos en el mapa del futbol. No, aún falta mucho. Pero se está avanzando. Y este debe ser un gran fogueo para Juan Barrera y los demás muchachos, más allá del resultado de esta noche.