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Manto, la hija de Tiresias

Manto añoraba su patria, lloraba amargamente por la obligada ausencia y tantas lágrimas derramó, que con su llanto se formó una fuente cuyas aguas daban a quien las tomara el don de la profecía, pero al mismo tiempo le acortaban la vida.

Tiresias es uno de los adivinos más famosos de la mitología griega. Su nombre significa, según Robert Graves,   “el que se deleita con los signos”.

Un día, sin querer Tiresias vio desnuda a Atenea mientras se bañaba. La diosa lo castigó,  dejándolo ciego, pero en compensación le dio el don de la adivinación.

Se cuenta que originalmente Tiresias era mujer, sacerdotisa de Hera. Eso fue cuando las mujeres ejercían el rol dominante  en la sociedad. Pero cuando el hombre tomó la hegemonía social   Tiresias dejó de ser mujer y sacerdotisa de Hera y se convirtió en varón y sacerdote de Zeus.

En otra  versión   del mito  se dice  que Tiresias   quedó ciego por haber intervenido  en una discusión de los dioses,  acerca de   quién goza más el placer sexual,  el hombre o la mujer. Hera le pidió su opinión a  Tiresias   y este, por  su experiencia personal con   los dos sexos,  dijo que si el placer sexual   se dividiera en diez partes,  nueve serían para la mujer y solo una  para el hombre.

Hera se enojó con Tiresias porque  había revelado uno de los secretos femeninos más íntimos y lo castigó dejándolo ciego. Sin embargo, Zeus lo resarció con el don de la adivinación.

Una de las hijas de Tiresias, quien se  llamaba   Manto,   heredó de su padre  la facultad de adivinar.   Manto significa precisamente  “profetisa”, según el citado mitólogo británico Robert Graves.

Se conoce que  los antiguos griegos llamaban  “mantis”  a los adivinos y a la adivinación  “mantiké”, o sea, mántica vertido al español. De allí las palabras quiromancia, nigromancia, cartomancia, oniromancia  y otras que se refieren a la adivinación.

Pero los griegos, que   todo lo explicaban por medio de mitos, crearon el  de Manto, la hija de Tiresias, para nombrar al arte o misterio adivinatorio.

Manto vivía en Tebas y cuando los Epígonos asaltaron y tomaron la ciudad  la hicieron  prisionera. La adivina fue llevada a  Claros, en el Asia Menor, donde estableció un oráculo a Apolo.

Manto añoraba su patria, lloraba amargamente por la obligada ausencia y  tantas lágrimas derramó,  que con su llanto se  formó una fuente cuyas aguas  daban a quien las tomara el don de la profecía, pero al mismo tiempo le acortaban la vida.

Robert Graves relata en el primer tomo de su obra Los Mitos Griegos una  leyenda sobre Manto relacionada  con Níobe, hermana de Pélope y esposa de Anfión, rey de Teba.

Níobe se jactaba de que ella como hembra  era superior a Leto, porque había parido 14 hijos, 7 mujeres y 7 varones. Leto, en cambio, apenas había tenido 2: Apolo y Artemisa.

Manto oyó el alarde de Níobe y aconsejó a la mujeres tebanas que para evitar el castigo de Leto y sus hijos,  quemaran  incienso y se  adornaran el pelo con ramas de laurel. Así lo hicieron y cuando el aroma del incienso flotaba en el aire apareció Níobe,  vestida con una espléndida túnica de Frigia y acompañada por una multitud.

Níobe interrumpió el sacrificio que estaban haciendo las tebanas y en vez de retractarse de sus ofensas  a Leto, declaró que no debía tener  preferencia una diosa de origen oscuro, como según ella era Leto, que además tenía una hija hombruna (Artemisa) y un hijo afeminado (Apolo).

Níobe también alardeó de ser  nieta de Zeus y de Atlante, y además miembro de la casa real de Cadmo, el hermano de Europa y legendario rey de Tebas. Y concluyó Níobe   que si murieran dos o tres de sus hijas o hijos,  ella seguiría siendo más fecunda que Leto.

Las tebanas trataban de aplacar a la insensata Níobe y elevaban plegarias pidiendo clemencia  a Leto. Pero fue en vano, Leto ordenó a Apolo que matara con sus flechas a los hijos varones de Níobe, y a Artemisa que hiciera lo mismo con las hijas.

Níobe lloró  durante nueve días con  sus noches la trágica muerte de sus hijos, cuyos cadáveres no podían ser enterrados porque todos los tebanos fueron convertidos en piedra por Leto.

En el décimo día los  dioses olímpicos se encargaron del funeral de los hijos de Níobe y esta   huyó a Lidia,  la tierra de su padre, Tántalo. Allí, Zeus,  compadecido por su dolor y arrepentimiento la convirtió en una  estatua de piedra que, según se decía,  lloraba copiosamente cada vez que  comenzaba la temporada de  lluvias.

Columna del día Manto Tiresias archivo

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