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Fco. Javier Sancho Mas

La lengua del peregrino

En un control de aeropuerto en Sudamérica, un agente sonrió al ver mi apellido. “¿Sancho?”, dijo, “como el escudero de don Quijote, ¿verdad? ¡Cómo me reía de chico con las historias de esos dos jodidos!”, y apostilló: “Ya nadie cuenta esas historias, ¿verdad?”

El escritor mexicano Carlos Fuentes hablaba del territorio de La Mancha, el espacio por donde transcurren la mayoría de las andanzas de Don Quijote y Sancho como la patria de todos los que hablamos en español. ¿Será verdad pues, como me dijo el agente en el aeropuerto, que ya nadie nos cuenta de esa patria que está en la lengua y en nuestra imaginación?

Confieso ser  un verdadero cazador de acentos. Cuando dos personas que están cerca de mí, hablan, no me resisto a escuchar la música del diálogo sin atender demasiado a su contenido. He adquirido una habilidad viajera para distinguir las variedades dialectales del español dentro de América

Latina y de la propia España. Cada acento es la música de un pueblo.

Sin embargo, a algunos ya se le sienten los años y cruces de frontera y adquieren dejes y frases que se pegan a la lengua como ramas del camino.

Siempre he escuchado con pesar las críticas o burlas hacia algunas personas que, tras pasar un tiempo en un país extranjero, vuelven a su tierra “imitando” el otro acento. Se les ridiculiza o se percibe como una “afrenta” a la propia identidad, un impostor alejado de la tribu. Puede que en ciertos casos sea, pero en la mayoría he notado que se trata de una condición del habla hay que en estas personas se vuelve más permeables a los matices y variedades de otros acentos. Y así, acaban construyendo uno propio como fruto de esa mezcolanza.

Tal vez ese sea mi propio caso, conjugado entre un deje andaluz, castellano, nicaragüense, algo parecido al canario. Y no creo que ninguna de mis tribus sea mejor o peor que otra. Así que me pongo junto a los que mudan el acento en el camino, cosa que no tiene nada que ver con el amor al terruño.

Las lenguas evolucionan más rápidamente de lo que creemos. El español se fue moldeando y enriqueciendo por otras lenguas nutridas en aventuras, pasiones, necesidad, idas y vueltas, cruces y espadas.

Y muy en sus albores, gracias a los peregrinos del Camino de Santiago que llegaban de otras latitudes hacia la supuesta tumba del apóstol.

Al recibir el premio Cervantes, Carlos Fuentes se preguntaba cómo nombrar al “vasto anonimato humano (indio y criollo, mestizo y negro) de la cultura multirracial de las Américas”. Esa misma pregunta, a diferente escala, se extiende hoy a España, que se cuestiona si dotar o no a sus variados territorios de acentos y lenguas con las fronteras administrativas de Estados soberanos.

Es el tiempo de la vuelta a la caverna y a la tribu (el “America First” de D. Trump, el “Brexit” del Reino Unido, las tendencias independistas e incluso la estrechez de miras de países como los centroamericanos que se niegan una frontera común).

En su obra Identidades asesinas, Amin Maalouf proponía un antídoto contra la xenofobia, al aislacionismo y los conflictos de identidad: relacionarse con otras culturas, enamorarse y aprender idiomas. Si no, al menos, facilitar que el propio idioma se enriquezca con sus variedades.

Es dulce encontrarse por ahí con la música del habla que uno reconoce propia. Es la patria peregrina que capto, como un regalo del aire, en la voz de aquello con quienes  me cruzo en un bus o en un tren. A pesar de todos los sinsabores, las historias dulces y amargas que hay detrás de la migración y las mudanzas, también es alentador comprobar la sabiduría de los que, habitando donde no nacieron, se relacionan o enriquecen la cultura local, donde quiera que se encuentren. La identidad como algo más grande y más íntimo que una bandera o un símbolo.

Con el tiempo, he aprendido que mi patria al menos tiene que ver con la lengua y con la luz. Cosas que son difíciles de explicar por escrito. Es mejor  hablarlas de camino, en los albergues donde nos encontramos cuando arrecia el frío, donde nos contamos las viejas historias de una patria común, una lengua múltiple de la que somos peregrinos todos.

El autor es periodista.
[email protected]
@sancho_mas

Opinión Lengua peregrino archivo
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