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Nicaragua
Cirilo Antonio Otero

Ya se fue el balde… que se vaya el mecate

Cada junio, de todos los años escribimos, reflexionamos, nos llamamos, nos criticamos sobre la situación del medioambiente y los recursos naturales. Casi que es mecánica la acción anual, de ver y hablar ante el escenario de la vida en el planeta en general, y en Nicaragua en particular.

La pregunta obligada es, ¿cómo logramos cambiar —de verdad— la destrucción del planeta tierra?
Este año 2017 me propuse igual que el anterior, no escribir con las mismas expresiones cándidas y hasta torpe de señalar que estamos terminando con el recurso bosque, agua, aire, producción de alimentos, no sembramos, no cultivamos, le negamos a la naturaleza su desarrollo coherente, y obligamos a soportar las violaciones ambientales, mismas que en un tiempo corto lo cobrará con creces el hábitat.

Pareciera que todo está en franco y total deterioro, que administradores de la cosa pública han optado por dejar hacer y dejar pasar, sabiendo que hay muy pocas posibilidades de retorno. Un ejemplo, las políticas de la Administración Trump/Pence, en Estados Unidos, y Ortega/Murillo en Nicaragua, que han preferido negar lo evidente del cambio climático y se resisten a firmar y comprometerse con los términos de los Acuerdos de París, como quien dice, ya se fue el balde que se vaya el mecate. De todas maneras, no hay remedio, pues mejor sigamos enriqueciéndonos oportunamente y destruyamos todo. Al fin y al cabo no hay salida.

Todo hace pensar que no hay remedio, no hay inteligencia, no hay cambio de actitud frente a la realidad en que vivimos los humanos. Y veamos a Nicaragua, hemos destruido el bosque tropical, en sus tres expresiones, húmedo, seco y nuboso. Tres tipos de ambientes que la naturaleza nos ha puesto a disposición para su usufructo, no para destruirlo.

El modelo económico agroexportador ha llevado a esta sociedad a utilizar los recursos naturales para complementar las actividades productivas y obtener ganancias. Y, quizás, eso no sea equivocado, lo dramático es que no intentamos restaurar, ni devolver a la tierra algunos desechos, que podrían contribuir con la renovación del medioambiente. Un ejemplo, la utilización de las migajas orgánicas, en lugar de devolverlas a la tierra, las quemamos o lanzamos a los cuerpos de agua, como si estos fuesen cloacas (Xolotlán, Cocibolca, Tiscapa).

En el siglo XXI no hemos aprendido que la materia orgánica debe regresar a la tierra, o mejor dicho al suelo, debe retornar, los nutrientes que se encuentran en su ser, a la capa vegetal. Para que la misma continúe el ciclo de la vida. Todo lo que muere nace transformado y mejorado. Así es la existencia. Lo que sucede es que somos miopes de naturaleza, no funciona la inteligencia para el progreso, solamente para la maldad, la envidia, el autoritarismo, el orgullo, el desprecio y el descarte. Ánimo humanos, la naturaleza está esperando un cambio de actitud, pero no será eterna la espera.

El autor es sociólogo e Investigador Social
[email protected]

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