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Pablo Centeno-Gómez

Hace 19 años se fue el poeta mago

Hace tiempo, olvidada en algún depósito del flamante Palacio Nacional de la Cultura, yace la obra que contiene la palabra magnífica y rebelde del gran Carlos Martínez Rivas. Aquel que quiso “besar lo pasajero en la cambiante/eternidad de lo fugaz”. El poeta que fue reacio a la publicidad y a “la vulgaridad del éxito”. El que “rendía párpados al fulgor, desde la ventanilla de los trenes” y que esperaba “el día de mañana/para contradecir al de hoy./ A su golpe vacío”.

El escritor, que asumió la creación de la obra poética como un crimen perfecto, que solo lograría ser exitosamente perpetrado a fuerza de ardua labor y estricto rigor estético. De él, señaló Octavio Paz: “A diferencia de otros rebeldes, Martínez Rivas no quiere ser dios, ángel o demonio; si pelea, es por alcanzar su cabal estatura de hombre entre los hombres. Su rebelión es contra lo inhumano. La rebelión solitaria es legítima defensa”.

El poeta español José María Valverde, sostuvo: “En La Insurrección Solitaria la inteligencia obtiene su propia transfiguración lírica”. Circunscrito a la marginalidad y el autoexilio, ante el envilecimiento del “vasto mundo plástico, supermodelado y vacío”, el poeta Carlos, en auto-Hamlet, inferna gesticulante con la guitarra ebria. Ecce Homo eufórico, iracundo, coronado de parras y de espinas.

Su verso “como toca un ciego el sueño” es una buena muestra para ilustrar las profundas proporciones y perspectivas de su genio. “Como toca un ciego el sueño”; urgido por su distinto afán de luz y visión, en el apasionado tentativo de crear realidades alternas.

Será preciso aludir también —aunque muy brevemente— a la presencia femenina como un estímulo y motivo para su ideal poético. Sea como fuere, CMR guardó con discreción los sentimientos y emociones vividos al extremo de la experiencia, y apenas logró velar su regocijo por saber escaparse a tiempo de las relaciones que subyugan. En fin, el poeta procuraba sentirse a gusto en el espacio soberano de sus cavilaciones; “tensa la piel con sangre como vino”, “siempre en la brecha”, “oliento a mí solo”, como dijo.

Montando y desmontando cada vez un escenario idílico, bajo los cielos de París, Madrid, México, Los Ángeles, Granada, Managua… y volviendo a escribir desde su desolada esencia humana otra nota amatoria, entre decenas, con palabras que contribuían a darle encanto y distinción a los amoríos perfectamente locos del corazón excepcional de CMR. ¿A dónde se habrán ido aquellas efusiones amatorias del poeta? No se extinguen. En algún sitio están aún ardiendo las chispas inmortales del polvo enamorado.

Escena: Carlos Martínez Rivas “el desechado/huésped del mundo” “en su magnética distancia” pronuncia versos de su poema San Cristóbal, frente al Palacio Nacional de la Cultura.

— ¿Hay paso? —gritó el niño
mirando hacia lo oscuro
en los últimos límites
de lo bruto.
(…)
Solo la pesantez eterna
ha respondido
honda y negra
(…)
Y llamó otra vez
hacia el gran hoyo mudo.
Retó al caos palurdo.
Golpeó en su oído duro.

El autor es escritor.

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