El régimen bicéfalo de Nicaragua se enorgullece de su supuesta eficiencia. Como el principal estandarte el gobierno cita el crecimiento económico que el país ha tenido en los últimos cinco años. Sin embargo, como sucede generalmente, lo que parece ser a simple vista, una vez que se examina con mayor cuidado, ya no lo es.
El crecimiento económico de los últimos años, cercano al cinco por ciento —que tenemos que aclarar— no es lo mismo a desarrollo económico, es lo que el gobierno levanta como bandera, una bandera que el régimen desearía fuese tan grande como para que la gente esté dispuesta a pasar por alto que acá se le ha arrebatado el derecho al voto a la población y que la concentración de poder ha eliminado la institucionalidad democrática. Esa institucionalidad, por ejemplo, es más fuerte en la medida que más independientes son los poderes del Estado (judicial, electoral, legislativo), la Contraloría y las municipalidades sin embargo, en nuestro país esa Independencia más bien ha desaparecido.
El gobierno bicéfalo desearía que esa bandera del crecimiento económico fuese tan grande que tapara también los abusos a los derechos humanos; o la falta de seguridad jurídica que queda clara con el endeble derecho a la propiedad que existe en el país.
Pero supongamos por un momento que estamos dispuestos a obviar esas faltas porque de alguna manera la eficiencia del régimen les hace contrapeso. ¿Estamos verdaderamente ante un régimen eficiente?
Hay un par de ejemplos que nos deberían hacer reflexionar sobre esto. Ambos están relacionados con el rubro de la leche, de gran importancia para nuestro país. Pero antes, debemos tomar en cuenta algo que con mucha facilidad se pasa por alto: estamos hablando de un régimen que tiene ya 11 años de estar en el poder.
Con esto en mente (once años con el mismo gobierno, las mismas políticas, los mismos funcionarios) ¿cuál es el resultado en temas como el llamado “golpe de leche” y por qué la planta pasteurizadora de la empresa mexicana Lala todavía no opera a su total capacidad luego de dos años de haber entrado en funcionamiento?
En el primer caso, el “golpe de leche” es literalmente un golpe que reciben los productores de leche y queso del país cada vez que hay un buen invierno. Las vacas paridas producen más leche y esta sobreproducción no puede ser absorbida por el mercado local o los mercados internacionales a los que tienen acceso los ganaderos. Si esta es una situación que se da periódicamente, ¿cómo es que un gobierno eficiente no tiene diseñado —después de once años— un plan para aprovecharlo?
El otro ejemplo se deriva del primero. Producto del seguimiento a la noticia del golpe de leche, LA PRENSA reveló que la planta de la empresa Lala instalada en San Benito, Tipitapa, opera a la mitad de su capacidad. No por falta de gestión de la empresa, sino porque el gobierno ha sido incapaz de abastecerle suficiente energía, a pesar que el régimen se llena la boca con que ahora hay mucha más capacidad de generación que la energía que se consume.
Aunque la planta de Lala el gobierno la anunció con bombos y platillos, la verdad es que en este caso se ha puesto —como dice el dicho— la carreta delante de los bueyes, y no se le puede sacar todo el provecho a esa inversión que vendría a aliviar el golpe de leche.
Entonces lo que claramente tenemos no es un gobierno eficiente. Lo que tenemos es un gobierno interesado en consolidar su poder político, donde el llamado crecimiento económico está en segundo plano y la supuesta “eficiencia” es solo una ilusión. Esta vez le tocó al sector lechero, pero sin duda podemos ver que sector por sector la eficiencia es solo un espejismo propagandístico porque en Nicaragua la carreta de la ambición política va por delante de los bueyes del desarrollo económico.
