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Raúl A. Lacayo

Estabilidad financiera y política cambiaria

En el Diario LA PRENSA del pasado 26 de junio aparecen dos notas informativas llamando a revisar la política de cambios actual, política basada en una tasa de cambio con un deslizamiento estable y predeterminado. El argumento utilizado para proponer esa revisión es, principalmente, para implementar una política cambiaria que, según los proponentes, promueva mejor las exportaciones y proteja el salario y el ahorro de los nicaragüenses.

Quiero hacer un llamado de alerta a los diferentes sectores económicos y sociales para que veamos con mucho cuidado estas propuestas, muchas de las cuales caen en contradicciones internas, ya que pretenden modificar un sistema cambiario que, tal y como ellos mismos señalan, ha traído una larga estabilidad financiera al país, por más de un cuarto de siglo.

La estabilidad financiera en Nicaragua ha sido reconocida por organismos internacionales como uno de los puntos positivos, y como una constante, que ha caracterizado al desempeño económico de los diferentes gobiernos desde la década de los noventa. Esta estabilidad, unida a la estabilidad política, permitió el crecimiento y transformación del Sistema Financiero nicaragüense, resultando en una banca robusta y en el desarrollo y crecimiento de nuevas instituciones financieras, tales como las relacionadas al sistema bursátil y las instituciones de microfinanzas. Todas estas instituciones dependen, de una forma u otra, de la estabilidad que se ha logrado construir.

Mantener la estabilidad financiera como un fin en sí mismo, no es suficiente justificación para continuarla, si esta estabilidad estuviera en contra de otras metas de la política económica que tienen precedencia, tales como el crecimiento económico y el desarrollo social. Sin embargo, un análisis objetivo de los fundamentos económicos necesarios para lograr estas metas nos llevará a la conclusión que la estabilidad financiera es uno de los principales fundamentos de ellas y que la actividad económica se ve afectada negativamente por la incertidumbre que caracteriza a la inestabilidad financiera.

En este sentido, cabe señalar que la política cambiaria actual, deslizamiento estable y predeterminado de la tasa de cambio, se origina como parte de un grupo de políticas económicas tomadas en 1991, orientadas a permitir que la actividad económica en Nicaragua fuera determinada por las fuerzas del mercado, dentro de un marco de libre iniciativa empresarial.

Estas políticas se establecieron en contraposición al fuerte intervencionismo gubernamental que caracterizó a la política económica de la década anterior, intervencionismo explicado por diversas causas, entre ellas por la economía de guerra que experimentó esa década.

En 1991 se liberó la venta de divisas a las empresas y el público en general para que fuera la demanda agregada la que definiera la composición de las importaciones, y no un comité de control de cambios. También se dejaron libres las tasas de interés y las colocaciones de préstamos por parte del Sistema Financiero, permitiendo que fuera la demanda y la oferta de fondos la que determinara la asignación de recursos financieros, y no cupos de cartera establecidos anteriormente por la Junta Directiva del Banco Central.

La tasa de cambio fue fija inicialmente, estableciéndose dos años después la tasa con deslizamiento estable y predeterminado, dentro del mismo espíritu de proveer estabilidad cambiaria y neutralidad en la determinación en los términos de intercambio del comercio internacional.

También se eliminó el mecanismo de financiar el déficit del Gobierno Central con emisiones del Banco Central, algo que eliminó inicialmente, y ha mantenido sustancialmente bajas en años posteriores, las presiones inflacionarias.

Mantener una política de cambio estable ha sido un factor que ha servido de contrapeso a la tendencia de los gobiernos, de todos los gobiernos, a no cuadrar sus finanzas.  En estas décadas, todos los ministros de Finanzas han reconocido que el Banco Central no puede financiar su déficit, manteniendo al mismo tiempo los niveles de reservas internacionales deseables y la estabilidad cambiaria.

Una tasa de cambio flotante e impredecible terminaría con este grado de restricción, abriendo el camino a las espirales de devaluación e inflación que han caracterizado a los países suramericanos y de las cuales han intentado salir dando estabilidad a sus procesos cambiarios, unos con mayor éxito que otros, aun tomando en cuenta el gran tamaño de sus economías comparadas a la nuestra, algo que les da mayor grado de libertad para tener tasas de cambio flotantes. Es decir: han buscado lograr lo que nosotros ya tenemos por medio de políticas de consensos nacionales.

En cuanto a cualquier posible discrepancia entre la tasa inflacionaria nacional y la mundial, ajustada por el deslizamiento acumulado, valdría la pena hacer un análisis detallado de cuáles bienes y servicios son los que han presentado las discrepancias entre la inflación externa ajustada y la interna. Debemos recordar que Nicaragua, al convertirse cada vez más en una economía de servicios, con el consecuente incremento en los salarios en ese sector, va a presentar esa discrepancia en crecimiento de precios, no importa cuál sea el régimen cambiario.

El resto del incremento diferencial en precios, el producido únicamente por el incremento en el costo de los bienes, valdría la pena analizarlo detalladamente si es posible producto por producto, por lo menos para los más importantes, para determinar las causas de su movimiento arriba del promedio externo y, finalmente, verificando si una devaluación sería la medida correcta para corregir esa discrepancia.

Podemos estar seguros que concluiremos que la devaluación no es la solución. Como dicen, ¡si el motor está trabajando, para qué lo vamos a cambiar!

El autor es presidente de la Bolsa de Valores de Nicaragua y expresidente del Banco Central durante el Gobierno de doña Violeta Barrios de Chamorro.

Opinión Estabilidad financiera política cambiaria archivo
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