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Fco. Javier Sancho Mas

Estaremos en deuda con ustedes

A algunos nos cuesta trabajo abrir los ojos. Somos lentos en llegar. Pero ojalá en esta ocasión valga la pena haber llegado aunque sea ya muy tarde. Quizá no nos merezcamos que un grupo de campesinos esté dispuesto a seguir marchando contra la Ley 840 de concesión del canal. Y su tozudez (la última marcha fue la número 89) empieza a parecerse a la capacidad infinita de perdonar nuestra indolencia o ignorancia.

La marcha 89 de los campesinos para la derogación de la Ley 840 volvió a poner del revés el discurso del poder en Nicaragua. Ellos, campesinos, a los que el poder del régimen seguramente considera manipulados, hablaron con la claridad de siempre. Enfrente, esta vez, no hubo cargas policiales. A cambio, se recurrió a otra táctica acostumbrada: un silencio, más parecido al desprecio que al respeto.

Uno de los campesinos iba con un ojo vacío, cosida la piel de los párpados. Lo había perdido en una marcha anterior a causa de la violencia policial, esa violencia vinculada en muchos casos a intereses de algunos de los poderes del Estado y de la empresa privada, en esa histórica y magnífica complicidad que sostiene este período de “paz social” casi sin precedentes, a costa de ¿cuántos silencios?

Pero este residuo que conserva el poder del Frente Sandinista volvió a equivocarse en su asignatura pendiente: el campesinado. Y la marcha 89 envió un mensaje de robustez y resistencia ante la negativa a explicar y explicarse del régimen Ortega-Murillo. Esta vez no tocó represión o quizá el régimen aprendió por fin que maltratar a los campesinos, dispararles y quitarles los ojos, no les va a quitar su conciencia.

La marcha 89 contra el Canal fue un discurso sencillo y claro frente a la retórica pseudo-político-espiritualista del discurso egocéntrico de la pareja presidencial. La marcha 89 contra el Canal evidenció la enorme distancia que hay entre las amenazas que se viven en el campo y la realidad de ese otro país cuyos ejes pasan revista por la casa familiar de gobierno en El Carmen; la distancia entre los caminos de lodo, el calor, la lluvia, las horas a lomos de bestias y el ambiente enfriado de los aires acondicionados del Carmen y de los Mercedes-Benz, las fiestas y las etiquetas de lujo.

La marcha 89 contra el Canal mostró que, aunque se le arrebate al campesinado la posibilidad de que sus hijos accedan a una educación de calidad, como demuestra el ínfimo nivel que Nicaragua padece en las encuestas a nivel regional, muchos no se van a dejar engañar por unas leyes escritas con letras que matan y contaminan. Más de cien años dan de sobra para aprender una lección contundente: el proyecto del Canal envenena la historia del país desde sus inicios.

La marcha 89 iba herida de sufrimiento e incertidumbre, resentida por la indiferencia de un poder que en algún momento, hace muchos años, surgió de un ideal enterrado con sangre en la montaña. Una marcha con una única pregunta, bajo banderas de color azul y blanco: ¿por qué no se deroga la Ley 840? Una pregunta que no atenta contra el poder y ni siquiera cuestiona la legitimidad de este. Es un reclamo justo y claro.

Y ante una pregunta sencilla, al otro lado no hay más que silencio. Cuál es el miedo del Gobierno a explicar qué pasó con el canal ante un aforo que no sean muchachos uniformados y que piensen diferente.

No hay derecho a ignorar a campesinos que marchan 89 veces, dispuestos a hacerlo 70 veces 7 con el mismo reclamo y la misma pregunta. La marcha 89 contra el Canal fue una gota más para horadar la piedra de todas nuestras conciencias. Estoy seguro que un día, cuando veamos esta lucha en la distancia, contaremos, inventaremos incluso que estuvimos allí, o que los vimos pasar, a ella, una mujer tostada a sol y polvo; a él, un hombre que perdió un ojo y que, a cambio, nos lo abrió a muchos de nosotros, los que siempre llegamos tarde. Espero que entonces sepamos honrar la deuda que tenemos con ustedes.

El autor es periodista.
[email protected]
@sancho_mas

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