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Orlando Icaza Gallard

De la pobreza a la riqueza

La obra de Mark Twain El príncipe y el mendigo es algo que deberíamos de leer y recomendar para todos aquellos que estamos educándonos en el vivir, sobre todo en un país como Nicaragua.

Enfrentamos un mundo cada día más difícil por las innumerables tentaciones materiales que se nos presentan.

Existe una desbordante globalización con la revolución tecnológica de las comunicaciones donde solo basta apretar un botón para darnos cuenta de lo que sucede segundo a segundo aun en el rincón más escondido del planeta.

Hoy, hasta el más olvidado ser humano en el centro de las amazonas, del Sahara o de la reserva del Indio Maíz en Nicaragua se da cuenta de los lujos y riquezas que unos pocos tienen y que se presentan, a través de múltiples medios cada día más modernos, equivocadamente como derechos que todos debemos de  tener.

La irresponsable explosión electrónica como yo lo llamaría, abre las puertas de las tentaciones que antes, aunque siempre habían existido, no estaban al alcance de todos los ojos y oídos del planeta.

Tener esto o aquello no es obligación ni tampoco un deber y mucho menos un derecho, pero así lamentablemente se nos hace creer.

Y no es que sea malo querer o aspirar a ser rico. Lo malo está en creer que todo lo que se muestra y deseamos poseer lo podemos tomar de cualquier parte sin hacer el menor esfuerzo. Y peor aún creer que es un derecho y que el que las tiene no ha hecho ningún sacrificio para poseerlas y por lo tanto se las podemos arrebatar como mal aconsejan los  populistas tan de moda el día de hoy.

En Nicaragua hoy por hoy hay muchos que han pasado de la noche a la mañana a tener todo sin haber hecho nada. Estos hacen el ridículo con extravagancias reflejando lo que dice la novela de Twain.

Además, muchas de esas riquezas han sido muy mal habidas.

Y aunque parezca absurdo decirlo, existe un refrán muy cierto que el tiempo me lo ha confirmado muchas veces: “Lo mal habido mal acaba”.

Solo tenemos que esperar y verán lo muy acertado del mismo.

Sin embargo, nada les importa a los ahora por el momento nuevos ricos y poderosos con fortunas de origen dudoso y con poderes mal adquiridos y amañados.

Viven sus tesoros mal habidos luciendo anteojos, sombreros y ropajes de reyes que no les lucen, manejan carros sofisticados entre hoyos y caminos sucios, compran relojes Rolex de oro y vistosos anillos en dedos que usan para señalar nimiedades con el objeto de enseñarlos. Se sientan en club sociales a beber wiskis y vinos  que no conocen. Viajan a comprarse lujos absurdos y hacen mansiones con las estupideces más exageradas que nadie puede imaginar sin pensar que quienes los ven y tienen medio dedo de frente piensan de ellos: el mono aunque de seda se vista mono se queda.

Solo basta verlos comer.
Ni los ropajes caros, ni las mansiones lujosas son de reyes. Como no son las palabras cargadas de promesas de profetas o de elegidos de Dios.

¿Será que la locura, esa mágica enfermedad que vuelve a los seres humanos proclives a tantos disparates y que nos hace poetas, poderosos y tiranos y que quizá nos salve de la condenación eterna, nos ha contagiado colectivamente a todos?

El príncipe está loco. No entiende lo que es tener y poderlo todo. Igual el paupérrimo que no comprende su pobreza y quiere ser un príncipe sin saber las responsabilidades que esto conlleva.

Queda en el corazón de cada nicaragüense que no ha sido aún afectado por la insanidad mental la libre opción de preferir vivir y comportarse ridículamente como príncipe sin serlo o siendo príncipe vergonzosamente no entender la miseria mendigante que nos rodea.

El autor es Médico y Cirujano.

Opinión Nicaragua pobreza Riqueza archivo

COMENTARIOS

  1. Javier Mendoza
    Hace 7 años

    Hermosa reflexión y muy acertada, por cierto. Pero me parece un artículo incompleto (no por ello menos bueno, que conste) pero es comprensible dada la cantidad de espacio limitado que debe tener un artículo de este calibre en estos periódicos.

  2. Nuncio
    Hace 7 años

    Carolina: No se puede particularizar. Este es un fenómeno que sucede en el mundo entero y Nicaragua no está exento de el. El pueblo los conoce y es difícil en un artículo de 700 caracteres detallar situaciones específicas. Hay que señalar el problema y educar a nuestras futuras generaciones contra el.

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