No importa cuán difíciles sean las circunstancias que atravesemos, mientras hay vida, hay esperanza. Y es una lástima que una vida que apenas empezaba como la de César Díaz, de pronto se haya esfumado, disipada por acontecimientos que lo asfixiaron.
Quienes conocimos a Díaz, nos quedamos con la imagen del chavalo sonriente, dispuesto a ofrecer su mejor esfuerzo en beneficio de su equipo y empeñado en superarse cada día. En ningún momento pudimos intuir sus luchas internas y su estado emocional.
A sus 23 años, César ya se había asomado entre el grupo de chavalos de mayor futuro en el beisbol nacional. Bateador agresivo, corredor rápido, confiable a la defensa y versátil para desempeñarse en distintas posiciones en el “Pomares” y la Liga Profesional.
Ese era el pelotero, pero a la persona realmente no la conocimos. Lo que pasa es que, con contadas excepciones, formamos amistades superficiales, nos dejamos llevar por la apariencia y desperdiciamos el tiempo en tonterias, en lugar de comunicarnos.
De otro modo, se habría percibido que Díaz tenía sus propias batallas, como todos, y que sin duda, necesitaba ayuda. Y no se trata de buscar culpables o señalar a alguien, sino que debemos aprender la lección que esta lamentable pérdida nos proporciona.
No tenemos que ir muy largo para hacer la diferencia. ¿Qué tanto hablamos con nuestros hijos? ¿Conocemos su corazón? ¿Qué tanto nos comunicamos con los compañeros en el trabajo? ¿Tenemos una palabra de aliento cuando sabemos que pasan dificultades?
Ahora, si nadie desea hablar de sus dificultades con nosotros, entonces tenemos que revisarnos si realmente somos confiables como para que un amigo o compañero, nos comparta sus luchas.
Hemos perdido a César, pero no perdamos la lección. Aún hay chance para forjar amistades sinceras, en las que los protagonistas sientan la libertad y confianza de hacernos partícipes de sus dificultades y así poder alentarnos unos con otros y no para propagarlas.
Antes que jugadores de beisbol, estos muchachos son seres humanos con necesidades que resolver. Y lo que nos queda es, o nos ayudamos o lo lamentamos.