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tráfico de personas, exguerrillero

Las penas que marca la Ley de Tráfico de Personas en Costa Rica van de cuatro a ocho años de prisión y se agravan si las víctimas son menores, mujeres o anciano. LA PRENSA/ ARCHIVO

La historia de “W”, un exguerrillero tico que luchó contra Somoza y después se dedicó al tráfico de personas

W. se quedó en Santa Cruz (Costa Rica) pero pasaba muy a menudo a Nicaragua por la zona de Peñas Blancas y empezó a traficar a nicas que querían ir a Costa Rica y a haitianos, panameños y cubanos que querían ir a Estados Unidos.

“No me arrepiento de nada. Tenía que comer, dar de comer y ayudar a quien lo necesitaba y me aproveché de lo único que sabía hacer: andar por el bosque”, dice a Acan-Efe el sexagenario W., exguerrillero, coyote y ahora “cordero”, es decir, jubilado del tráfico de personas.

Cuatro condiciones puso W. para la entrevista: ni nombres, ni fotos, ni grabaciones, ni móviles (celulares). Pero se identificó con su cédula y una sentencia condenatoria por la Ley de Extranjería, ya que el tráfico de personas en Costa Rica se tipificó como delito en la reforma del Código Penal que entró en vigor en marzo de 2010.

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Lleva más de 20 años sentándose frente a la puerta de casa, el mismo tiempo que lleva amenazado de muerte por “unos amigos” que le tienen “viéndola fea”. Ha sobrevivido a cuatro impactos de bala.

¿Fue sandinista?

Su experiencia en el monte y en los caminos fronterizos la adquirió en la década de 1980 ayudando a la Brigada “Mora y Cañas”, compuesta por guerrilleros fundamentalmente costarricenses que lucharon junto con el nicaragüense Frente Sandinista contra el dictador Anastasio Somoza y, después, contra los grupos de la “Contra”.

“Entonces yo era un lobo joven, no era comunista ni entendía nada de política. Me hablaban, pero yo no entendía. Tenía un chinamo (tienda ambulante) donde vendía de todo, pero muy mal. Y en una de esas conversaciones que se formaban hubo un colado (extraño) que era un hueso (no compraba) y con tabaco y ron me convenció para apuntarme. Tendría como 20 años o unos pocos más”, rememora.

LA PRENSA/ ARCHIVO

“Era duro aquello, pero conocí bastante bien el río San Juan (frontera entre Costa Rica y Nicaragua), su delta, la zona de isla Calero, pero no pasó mucho tiempo ya que los sandinistas barrieron en pocos días a los contras que había por allí y las zonas de fuertes peleas estaban en el norte, en la frontera con Honduras, pero yo ya no fui allí”, comenta.

W. se quedó en Santa Cruz (Costa Rica) pero pasaba muy a menudo a Nicaragua por la zona de Peñas Blancas donde tenía amigos “y, sobre todo, amigas”, asevera con una carcajada, y por ahí comenzó primero a hacer favores y después a vivir del tráfico de migrantes.

“En aquellos años no había mucha demanda. La guerra facilitaba algunas cosas, como el contrabando, pero dificultaba otras: el coyotaje. Había mucho miedo”, relata.

Una vez establecida la paz, la cosa cambió: “Muchos nicas querían bajar a Costa Rica y muchos haitianos, panameños, cubanos querían pasar a Estados Unidos atravesando Nicaragua”, explica.

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“Cuando iba a ver a mis amigas, me acompañaba siempre alguien para no ir solo, un amigo, un familiar, para luego menudear, y se fue uniendo gente. Los migrantes no tenían dinero y poco se les podía pedir, pero cuando se extendió la voz, que se podía pasar por caminos no vigilados en uno o en otro sentido, creció la demanda, la harina (dinero) y nos pusimos a hacer pan”, recuerda.

A las mujeres las violaban y dejaban abandonadas

“Comencé cobrando cinco dólares por persona y no quería güilas (niños), otros cobraban más a las mujeres y algunos cometieron delitos muy feos con ellas. Violaban o las dejaban abandonadas, como pasó también con los hombres. La gente tenía miedo, pero eso también hizo crecer el negocio porque, a los que no engañamos, nos respetaban”, agrega.

“Ahora se cobran hasta 700 dólares por persona que quieres pasar y eso produce mafias. Los narcos han olfateado un buen negocio con el tránsito. No se arriesgan. Es fácil comprar vigilantes, yo lo he hecho. Y puedes obligar por mil maneras a un migrante a transportar cosas que no quieren. He visto majadas (palizas) por ello”, asegura.

Los “coyotes” utilizan muchas formas de contacto con las personas que quieren “contratarlos”, pero para W. es “fundamental” el de “boca en boca”.

Ahora, lo más fácil es llegar a un despacho de billetes “y decir en voz más o menos alta que quiero viajar para el norte pero que se me ha perdido la visa. Casi de inmediato contactan con él porque hay mucha gente implicada que no quiero señalar”, revela.

Las penas que marca la Ley de Tráfico de Personas en Costa Rica van de cuatro a ocho años de prisión y se agravan si las víctimas son menores, mujeres o ancianos, si el tráfico lo organiza un grupo de dos o más personas o si interviene un funcionario.

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