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Daniel Ortega, reformas

En Letra Pequeña

El gobierno dispuso, casi decretó, que se deja de ser pobre cuando se gasta más de 50 córdobas al día, y eso solo ajusta para un Gluglú y dos roscas bañadas. Los que dejaron de ser pobres y celebran con caviar y champán son otros. No los de las estadísticas.

Caviar o Gluglú

Según datos oficiales, Nicaragua ahora es menos pobre. En números gruesos, dice el gobierno, unos 300 mil nicaragüenses dejaron de ser pobres en los últimos dos años y unos cien mil pasaron de ser “pobres en extremo” a ser solo “pobres”. Pero, un momentito, antes de destapar el champán y servir el caviar con que ahora acostumbramos celebrar en Nicaragua las buenas noticias, déjenme decirles que en esta nueva medición de la pobreza el gobierno dispuso, casi decretó, que se deja de ser pobre cuando se gasta más de 50 córdobas al día, y eso solo ajusta para un Gluglú y dos roscas bañadas. Los que dejaron de ser pobres y celebran con caviar y champán son otros. No los de las estadísticas.

Mentirosos

Como diría Arjona, el problema no es que lo digan, el problema es que les creamos. Como creerles si quienes dicen que la pobreza disminuyó son los mismos que en noviembre pasado dijeron que salió a votar casi el 70 por ciento de la población. O sea, desborde total. Son los mismos que anunciaron la caída de un meteorito en Managua y los mismos que prometieron para el 2018 un PIB de 24.7 mil millones de dólares, casi el doble del actual, con el gran Canal Interoceánico, entre otras mentiras más que sería imposible enumerar en esta columna por falta de espacio no porque falten. Al contrario, son tantas y tan  seguidas, que hasta cuando digan la verdad no les vamos a creer por aquello de que “en boca del mentiroso hasta la verdad se vuelve dudosa”.

¡Va de retro!

No creo que haya en el mundo ministros, cancilleres y otros altos funcionarios de gobierno más humillados que los de este régimen. Tal vez solo en Corea del Norte. Los usan de mandaderos. Les prohíben hablar. No pueden decidir nada. En las escasas actividades públicas en las que pueden participar se les ve nerviosos, y cuando algún medio de comunicación, de los pocos que no controlan, les hace alguna pregunta, reaccionan como vampiro ante un crucifijo. ¡Va de retro! Se retuercen, se atragantan, miran a todos lados, sudan y se escabullen como alma que lleva el diablo. Dan pena.

¡Adiós diputado!

Recuerdo que cuando era joven se hablaba de ministros, alcaldes o diputados como cargos que expresaban la cúspide de una carrera. Ahora no siento eso. Los primeros en caer fueron los diputados que cogieron fama de vendidos y tramposos, a tal punto que en una entrevista, Bayardo Arce me dijo en tono de broma que no le gustaba que le dijeran diputado, y que cuando alguien le gritaba en la calle “¡Adiós diputado!”, él contestaba dizque ofendido: “¡Más diputado sos vos!” Con los ministros es distinto. Más que fama de tramposos tienen fama de inútiles o buenos-para-nada. Parece que su duración en el cargo es inversamente proporcional a la capacidad de pensar o razonar por cuenta propia que tengan.

Decapitados

A la pruebas me remito. Este gobierno puede presumir de una larga lista de decapitaciones de funcionarios que fueron echados de mala forma porque se atrevieron a  dar  una declaración, por tonta e inútil que haya sido. ¡Si hasta han despedido funcionarios porque subieron a Facebook fotos con gente que les cae mal! ¿Se acuerdan de aquellas ministras que primero aplaudieron un premio a doña Vilma Núñez y luego salieron repudiándolo en una carta, en lo que se interpretó como un vergonzoso y desesperado gesto para conservar sus cargos porque nadie las mandó a aplaudir nada? Por eso, a golpe de verlos sufrir en ese cargo, he desarrollado en estos diez años una mezcla de solidaridad con pena ajena para con estos personajes. Debe ser difícil. Pocas personas considerarían que algún ministro esté actualmente en su cargo por su capacidades profesionales. Eso es triste.

Espadas sin filo

Quiero terminar con esta historia. Un par de siglos después de Cristo, gobernó en Roma el emperador Cómodo. Era joven,  impetuoso y, dicen, poco listo. Para ganarse el populacho organizó los más fastuosos juegos de violencia que se recuerden en el coliseo romano, y en el clímax de su megalomanía, él mismo salió a la arena a combatir como gladiador. Se disfrazaba de Hércules porque se consideraba a sí mismo un semidiós. ¡Cómodo! ¡Cómodo! ¡Cómodo! gritaba el populacho eufórico cuando el emperador aparecía venciendo a sus rivales, porque siempre los venció. Lo que se supo luego es que el emperador procuraba que a sus contrincantes los atontaran con drogas y les dieran espadas sin filo, prácticamente incapaces de hacerle daño. Por ello siempre ganaba. No sé, les cuento esto porque el episodio me recordó a Daniel Ortega y la oposición, entrando a la arena electoral. ¡Daniel! ¡Daniel! ¡Daniel!

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COMENTARIOS

  1. ramon aguilar
    Hace 7 años

    En el mundo existe riqueza material y espiritual, no creo tengamos ninguna, la fanfarronería de ser ricos no es de ahora, ser presumido es lo único que posee un idiota, yo puedo decir que soy Lucrecio Caro y lo que sea pero la realidad es otra, quien hace mención de tal dicho: nadie, entonces de la palabra al hecho cuanta distancia hay?.

  2. Carlos Manuel Rodriguez Talave
    Hace 7 años

    Total. Con dar cifras no se come. El pobre seguro sigue pobre y el rico mas rico.

  3. Rigoberto LP
    Hace 7 años

    Ta bueno eso, si le da pena al funcionario orteguista y millonario capitalista (antes guerrillero marxista que odiaba el capitalismo salvaje). Hasta a el le ofende que le digan “adiós diputado”.
    Pero a los diputados designados les va y no les da pena mientras roben el erario publico y se sientan forever” como se sentía Somoza, y como se siente la dinastía orteguista

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