14
días
han pasado desde el robo de nuestras instalaciones. No nos rendimos, seguimos comprometidos con informarte.
SUSCRIBITE PARA QUE PODAMOS SEGUIR INFORMANDO.
Giovanni Sartori

Persona, sociedad y revolución tecnológica

Para todo ello es necesario que se integre la tecnología en un contexto de valores y principios, en una ética del desarrollo que reafirme que el ser humano es el fin último y el objetivo fundamental de todo proceso histórico, científico y técnico.

El tema de la revolución tecnológica plantea desafíos inmensos al ser humano en su individualidad, y a la sociedad en su realidad colectiva. En verdad se está produciendo, si no se ha producido ya, un cambio de mundo en el que los referentes habituales y los componentes estructurales que lo constituyen han desaparecido o se han transformado en forma radical.

La definición de la persona como ser social que ha prevalecido alrededor de dos mil quinientos años, desde Sócrates, Platón y Aristóteles, plantea que la naturaleza individual, aún en su expresión de mayor subjetividad, viene determinada por la condición social del individuo, es decir por su pertenencia a un contexto con el cual puede coincidir o discrepar, pero que de todas maneras incide en la formación de su propia naturaleza.

El concepto del ser humano como ser social, es el sentido verdadero de aquella definición de Aristóteles que lo describe como un animal político, entendiendo lo político como equivalente de lo social. Por su parte, José Ortega y Gasset en Meditaciones del Quijote, afirma: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”.

La idea fundamental sostiene, pues, que la naturaleza individual del sujeto viene determinada por su pertenencia a una circunstancia social, circunstancia que no solo circunda sino que conforma y constituye a la persona.

Ese medio ha sido siempre el contexto social al que se pertenece, es decir la sociedad, la que ahora viene sustituida por la comunicación a través de los diferentes instrumentos tecnológicos, principalmente por el teléfono celular. La comunidad social está siendo sustituida por la comunidad cibernética, los sujetos por los objetos y los fines por los medios.

Al analizar los alcances de la revolución tecnológica es posible identificar aspectos positivos y negativos que la caracterizan. Es indudablemente positivo, el enorme progreso que conlleva; el cambio cualitativo en cuanto a la actualidad de la información; la abolición o reducción de las distancias que suponen el tiempo y el espacio; el acceso a casi toda la información requerida; las posibilidades sin precedente de la comunicación, para mencionar solo algunos aspectos de sus extraordinarios avances.

Por otra parte, la falta de una regulación adecuada de su utilización y la ausencia de valores y principios que constituyan una ética a la que debe relacionarse, producen consecuencias negativas que progresivamente deterioran la condición humana.

En esas circunstancias su uso puede producir el debilitamiento y hasta la desaparición de la comunicación interpersonal y social; la dependencia del sujeto a los objetos tecnológicos; la sustitución de la persona por los instrumentos cibernéticos; la inversión entre los medios y los fines en forma tal que el medio se convierte en fin y el fin en medio, por lo que resultan sobrevalorados los instrumentos tecnológicos, y ante ellos, disminuida la naturaleza misma del ser humano, devenido homo videns, como lo llamo Giovanni Sartori en su libro del mismo nombre, al referirse principalmente al efecto producido por la televisión.

Todo esto podría llevar a la devaluación de la inteligencia la que devendría en una racionalidad digitalizada y en la acentuación a una tendencia: la robotización.

Ante una situación semejante la filosofía y en general toda lógica, debe orientarse a un proceso de fortalecimiento del pensamiento crítico, que contribuya a racionalizar el uso de la tecnología y a evitar o superar la dicotomía extremista que pretende digitalizar la vida; o por el contrario, rechazar por principio todo avance tecnológico, cerrando sus puertas al progreso y autoexiliándose de una realidad omnipresente e incontrovertible. Ni analfabetas tecnológicos, ni bárbaros digitalizados.

Uno de los grandes temas de la filosofía y el pensamiento crítico ante los desafíos del mundo contemporáneo es, precisamente, el de contribuir a estructurar una racionalidad ética sobre el tema de la naturaleza humana, individual y socialmente considerada, ante la realidad tecnológica actual y la que en el futuro inmediato y mediato continuará avanzando y progresando.

Es una actitud racional y moral que no debe, y no puede, oponerse a los avances de la ciencia y la técnica en nombre de la defensa de la persona, pues una posición semejante además de carecer de toda fundamentación racional y ética, conlleva en sí misma una propuesta irrealizable ante la imposibilidad de impedir el surgimiento y desarrollo de una realidad incuestionable.

De lo que se trata es de encauzar esa maravillosa creación del genio y del ingenio hacia su verdadera finalidad que es el ser humano, sujeto y destinatario de la historia. Esto, además, contribuiría al mismo tiempo a la creación de un ética contemporánea de la solidaridad, y a propiciar la interrelación necesaria entre pensamiento y acción, teoría y práctica, idea y realidad, pues así como se pretende que la realidad sea una expresión de la idea y el pensamiento, debe asumirse también que el pensamiento es, puede ser, y debe ser, una forma de la realidad.

La  relación e interacción entre la técnica, la historia y la sociedad ha existido siempre. Sin embargo, la situación que plantea el mundo cibernético de hoy es diferente, pues no se trata de la modificación que experimenta la realidad existente por la acción de la técnica, sino de la sustitución de esa realidad por otra, determinada por un contexto electrónico y digital, sin la presencia del sujeto y en la que la relación interpersonal va desapareciendo, sustituida por una especie de comunidad instrumental y cibernética.

Quizás la esencia de la técnica se encuentra en ese empeño persistente de superar los límites impuestos por la naturaleza, en borrar las fronteras que circunscriben a un espacio determinado y en romper los muros que circundan la propia condición humana.

Junto a lo anterior habría que considerar el problema de la alienación que puede surgir de la tecnología y que se expresa, entre otras cosas, en la tendencia hacia una globalización uniformadora que arrastra consigo efectos que tienden a borrar identidades y diferencias, las que, producto de expresiones diversas, contradictorias y fecundas, han hecho posible las culturas y civilizaciones.

Con la tecnología se está creando una naturaleza sobrepuesta a la identidad originaria y a la historia particular de cada sociedad. Un tejido de relaciones microelectrónicas concurren a conformar un universo distinto y a disolver las diferencias y las expresiones que dan un rostro particular a las culturas y a los seres humanos, pues la técnica con tales características, como muy bien señala Octavio Paz, “uniforma sin unir”, cuando de lo que se trata es de que una sin uniformar.

Para todo ello es necesario que se integre la tecnología en un contexto de valores y principios, en una ética del desarrollo que reafirme que el ser humano es el fin último y el objetivo fundamental de todo proceso histórico, científico y técnico.

El autor es jurista y filósofo nicaragüense.

Puede interesarte

×

El contenido de LA PRENSA es el resultado de mucho esfuerzo. Te invitamos a compartirlo y así contribuís a mantener vivo el periodismo independiente en Nicaragua.

Comparte nuestro enlace:

Si aún no sos suscriptor, te invitamos a suscribirte aquí