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Oscar Chavarría

Todo llega a su momento

Todo lo deseado en la vida requiere esfuerzo, trabajo, sacrificio, perseverancia y oración; así también la hora de Dios llega y con ella la bendición.

Jesús sufrió el fracaso entre sus parientes y vecinos de Nazaret. No le creían porque era “el hijo del carpintero” (Mt. 13,55). Su predicación parece que se hacía inútil, pues, como decía el mismo Jesús: “Solo el profeta es rechazado en su tierra” (Mc. 6,5-6).

Jesús era consciente de que no solo su prédica parecía caer en tierra seca, sino que además se iba creando un ambiente de hostilidad en torno a su persona: “Fariseos y publicanos se confabulaban para eliminarle” (Mc. 3,6). Más aún, Jesús sufrió la gran decepción de sus mismos discípulos, cuando le dijeron: “Duro es este lenguaje ¿quién puede escucharle?” (Jn. 6,6).

Ante estas experiencias desoladoras, Jesús expone a sus discípulos la parábola del sembrador: “Miren el sembrador, podría haberse desanimado ante los reveses y obstáculos que destruyeron y amenazaron su siembra; sin embargo, no se desanimó, estaba seguro que, a pesar de todo, llegaría la cosecha. Jesús era consciente de lo que decía el profeta Isaías: “La Palabra de Dios siempre es eficaz y nunca vuelve a Él vacía” (Is. 55,11).

Muchas veces nosotros somos demasiado dados al pesimismo: creemos que no vale la pena luchar, que nadie nos hace caso, que es inútil esforzarnos por los demás y nos abandonamos al pesimismo de la vida. Medimos la vida con el tiempo y con el espacio, cuando Dios no tiene medidas tan cortas.

La esperanza nunca se puede perder porque el fruto siempre llega más tarde o más temprano, las comunidades cristianas primitivas estas pasaron por graves dificultades. El pueblo judío no quiere recibir la Palabra de salvación; más aún persigue a quienes confiesan que Jesús es el Señor. Algunos de los mismos cristianos, ante esta situación, ven que su fe se tambalea y otros no son consecuentes con ella. La parábola del sembrador les sirve entonces como motivo de aliento para no caer en el desánimo y como un toque de alerta para que la Palabra de Dios no caiga en saco roto.

Hoy existen también entre nosotros muchos motivos que nos pueden llevar al desánimo y pesimismo: padres de familia sin trabajo y sin esperanzas de tenerlo; padres de familia que creen que el esfuerzo que han realizado por sus hijos ha sido en vano. Jóvenes que desearían cambiar este podrido mundo y se sienten impotentes porque todo es dificultad y obstáculo para que puedan cambiarlo.

Cristianos de buena voluntad que quisieran hacer una Iglesia más comprometida y viva, pero la indiferencia y falta de compromiso que reina en ella, les impide realizar sus sueños.

Existen a nuestro alrededor muchas circunstancias que pueden ahogar la Palabra, es verdad. Pero, cuando se lucha con esperanza y alegría, siempre se da el fruto. Cuando se siembra con ilusión, la Palabra se convierte en abundante cosecha.

Qué bien cantaba Mario Benedetti a la esperanza, cuando decía: “No te rindas, aún estás a tiempo de alcanzar y comenzar de nuevo, aceptar tus sombras, enterrar tus miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo.

No te rindas que la vida es eso, continuar el viaje, perseguir tus sueños, destrabar el tiempo, correr los escombros y destapar el cielo. No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda, y se calle el viento, aún hay fuego en tu alma, aun hay vida en tus sueños”.

Quien no siembra, nunca recogerá, solo quien es capaz de echar la semilla, puede tener la esperanza del fruto de su siembra.
Bendiciones.

El autor es sacerdote.  

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