Yamil Antonio Romero, de 18 años, tiene puesta la camisa del 38/19. Está molesto, aburrido y asoleado porque viajó en el techo del bus. Dice que solo quiere regresar a su casa, pero vive en Jinotega, un departamento ubicado a más de 150 kilómetros de la capital, Managua.
El joven cuenta que se ha vuelto una obligación acompañar a su papá a la fiesta que el partido de gobierno hace en Managua para conmemorar la caída de la dictadura de Somoza, ocurrida en 1979. Su papá, un entusiasta de la actividad, es enfermero. No se sabe si por trabajar para el Gobierno llega al acto partidario del 38/19.
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Hay otros jóvenes al lado de Yamil. Unos se empinan la botella de licor que llevaron, otros intentan hacer una torre humana; bailan, gritan y cantan en la actividad, la que los críticos al gobierno califican como un culto a la personalidad de la familia presidencial.
Ortega no los cautiva
Pocos, quizás contados, son los que escuchan o ponen atención a lo que pasa en la tarima central, donde está Daniel Ortega junto con los invitados internacionales, cada vez menos desde que asumió el poder en enero de 2007.
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El discurso del caudillo sandinista comenzó a las 5:45 de la tarde y terminó a las 6:00, fueron 15 minutos. Ortega solo se solidarizó con Venezuela, pero calló sobre otros temas de la realidad nacional. Temas convenientes a tocar.
Ausente en el evento
Bayardo Arce, quien es asesor económico del Ejecutivo, era el único de los nueve comandantes de la revolución que podía acompañar a Ortega en este aniversario. Pero no llegó. Su ausencia fue advertida por la primera dama Rosario Murillo, quien no lo mencionó cuando saludó a los sandinistas históricos.
La mayoría de funcionarios del Gobierno asistieron. Ahí estuvieron los legisladores Gustavo Porras y Edwin Castro; el presidente del tribunal electoral, Roberto Rivas; el encargado del dragado en río San Juan, Edén Pastora; la fiscal Ana Julia Guido; la jefa de la Policía, Aminta Granera, y el del Ejército, Julio César Avilés.
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El sacerdote católico Neguib Eslaquit no dejó de bailar cada canción que se escuchaba, y, a cinco sillas de él, se encontraba el pastor Omar Duarte. Se le vio muy serio. Los aplausos para Ortega y Murillo se ausentaron. Duarte parecía no dar su venia “bendita”.
El reconocido pastor Duarte observó cómo la Policía sacaba a los jóvenes que ya ebrios iniciaban algún pleito. Sin embargo, las autoridades no estaban en todos lados y en momentos se veía cómo los jóvenes se agredían, incluso por una mala mirada.
Entre el público había algunos que buscaban demostrar su simpatía al partido sandinista. Un hombre de sombrero alto y ancho lucía al “Che” Guevara en una calcomanía. Otro intentó parecerse con su atuendo al fallecido presidente de Cuba, Fidel Castro. Incluso lució una tupida barba como la del líder cubano.
Una mujer, que tiene una hija parapléjica, la llevó a la plaza para presenciar el acto. Ni siquiera el sol intenso le importó. Este año el teatro del evento fueron 19 “árboles de la vida” de distintos colores, con estructuras luminosas a la par que simbolizaban banderas ondeando.
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Rosario Murillo cantó y bailó también. Le gustó la música caribeña. Si Ortega tocó un instrumento musical el día del Repliegue Táctico a Masaya, el pasado 7 de julio, seguro pensó que era su turno de “brillar”. Y bailó, frente a decenas en la paza.
Camila Ortega asistió en todo momento a Murillo. Fidel Moreno, el secretario de la Alcaldía de Managua y del FSLN en la capital, también estuvo cerca en un festejo marcado por la vicepresidenta designada por el Consejo Supremo Electoral. Fidel miraba, ordenaba, caminaba de un lado a otro y sudaba. Pero no le importaba. Todo debía salir bien.
El silencio del caudillo
Ortega no abordó a profundidad temas trascendentales del país, y tampoco tocó algún tema que pudiera interesar a los campesinos que asistieron al evento. Algo, que según muchos comentaron, esperaban escuchar.
Fueron 10 las personas que la pareja presidencial invitó en esta ocasión para estar junto con ellos en la tarima principal. Pero ocurrió un error. En la tarima había una silla de más, la cual fue quitada luego de 37 minutos por Fidel Moreno.
Quizás era la que tenían preparada para el presidente venezolano Nicolás Maduro, quien no vino a Managua. En estos últimos tres meses en Venezuela la crisis se ha agravado. Las más de 95 muertes durante las protestas y la férrea lucha de la oposición mantienen a Maduro en una situación crítica.