Sentado en una mecedora roja, don Oscar Ruiz limpia con insistencia cada una de las piezas que forman un collar. Saluda con una sonrisa que muestra sus dientes ya gastados y con voz pausada invita a pasar. En casa no hay nadie más y no es por casualidad. Desde hace años la única que lo acompaña entre esas paredes grises, llenas de fotografías, es la soledad.
En el barrio Monseñor Lezcano lo conocen como el Cacique Mayor y de los 72 años que cumplirá el 12 de agosto, lleva 52 años bailándole a Santo Domingo. Y es que el cargo como tradicionalista se lo toma tan en serio que aún enfermo planea ir a la traída y llevada del santo.
Su salud ha empeorado desde el año pasado. Ya no puede caminar ligero porque a los minutos se cansa y debe hacer estaciones para recuperar fuerzas. Cada mañana, después de desayunar, religiosamente debe inyectarse insulina, tomar otras pastillas y nebulizarse. Se ha visto tan mal que en el Cementerio Central ya tiene lista y pintada “su otra casa”, como él mismo dice, solo a la espera para mudarse.
El primer amor
Don Oscar vive solo desde que sus papás murieron, hace casi 15 años. Perderlos fue uno de los golpes más duros que ha tenido que enfrentar, y fue tanta su tristeza que su salud desmejoró y desarrolló diabetes.
Pero este no ha sido el único golpe. El primero lo recibió cuando tenía veinte años y perdió a su esposa Cristela Guevara en un accidente donde él casi muere. Solo tenían siete meses de casados y ella estaba embarazada.
Cristela y don Oscar Ruíz se conocieron en la adolescencia cuando él llegaba con su papá a La Concha, Masaya, donde ella vivía, a vender sorbetes. Cuando ella cumplió 15 años lo invitó a su fiesta y allí comenzó el romance que duró cinco años. Hasta que se casaron el 24 de diciembre de 1963. La fiesta fue a lo grande, incluso duró dos días, recuerda viendo a lo lejos un retrato de él y su esposa.
El matrimonio solo les duró siete meses, pues a eso de las 7:00 p.m. del 17 de julio de 1967, la camioneta donde él y ella venían de Villa El Carmen a Managua cayó en un abismo.
“Cuando caímos ella se desnucó y murió. Yo me quebré el pie izquierdo, por eso tengo platino. Me fracturé el cráneo y hasta la oreja se me cortó”, narra aún aterrado.
Para ese tiempo él no pasaba de 20 años y ella 19. Estuvo varios días en cuidados intensivos y no pudo despedirse de su esposa. Cuando recuperó la conciencia entró en depresión y se quiso morir. Fue allí donde le pidió a Santo Domingo que lo ayudara a recuperarse de las heridas que sufrió y volvió a la vida.
Recuperación
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De ese accidente pasó varios meses en recuperación, anduvo seis meses enyesado, con unos alambres en la mandíbula. Pero al año siguiente ya estaba pagándole la promesa a Santo Domingo. Y aunque han pasado 53 años desde que su esposa falleció, don Oscar afirma que no volvió a enamorarse como de ella.
Don Oscar tiene dos hijas, la primera la tuvo de su segundo matrimonio, pero no le fue bien y se separó. Allí perdió el contacto con su hija porque, según él, ella no aceptó la separación de sus padres. Fue hasta el año pasado cuando se anunció públicamente que estaba muy enfermo que se reencontró con ella.
“Yo estaba en el hospital y llegó toda cambiada. Yo ya no la reconocía. Le pregunté quién sos y me dijo soy yo, tu hija. Me pidió perdón y nos abrazamos. Yo la recibí porque es mi hija y siempre la recibiré. Quedó de venir a verme más seguido. Allá está una foto que nos tomamos en abril”, cuenta con alegría, mientras señala la fotografía.
Con otra pareja tuvo otra hija, pero esta se fue a Costa Rica y solo una vez la ha visto. Por eso cuando sus papás murieron él quedó solo.
Cacique Mayor
Ahora ya jubilado pasa los días en su casa ubicada en Monseñor Lezcano. Aun tiene la costumbre de despertarse a las 5:00 a.m., como cuando iba a trabajar. Se levanta a barrer la acera de su casa y después se hace el desayuno. En el día siempre encuentra algo que hacer y al anochecer se entretiene viendo televisión, pero estar solo le ha afectado bastante.
“La soledad es dura. He estado con convulsiones cerebrales y caigo aquí solito debajo de la silla. Una vez hasta me cayó una bicicleta encima. Y cuando mi sobrina —que vive al otro lado de su casa— abrió la puerta, salí de rodadas a estrellarme a la casa del vecino”, confiesa con tristeza.
Los meses que más actividad tiene son de junio a agosto. Pues desde principios de junio comienza a prepararse para bailarle al santo. En su casa practica las danzas y confecciona el traje que usará. Su primera aparición la hace el día de la Roza del Camino y terminan las fiestas hasta que va a dejar a Santo Domingo. Después su vida sigue sin agitaciones, los hijos de su sobrina que vive al otro lado de su casa lo llegan a ver y él ya los ve como que si fueran sus nietos.
Indio Salvaje
A Santos Ocampo, el primer indio conocido como el indio salvaje, lo conoció en su juventud. Vivían en el mismo barrio y él solía regalarle dulce. Su tradición comenzó un día que él venía de unos cafetales en Diriamba y en el camino le salió un indio salvaje que quería comérselo y este le pidió a Santo Domingo que lo protegiera y que, a cambio, él le bailaría vestido como indio. Cierto o no, esa es la historia que don Oscar narra.
Para 1965, el indio salvaje enfermó y don Oscar llegó al hospital a verlo para ofrecerse a relevarlo. En agosto de 1970, la Arquidiócesis de Managua lo reconoció como el Primer Cacique Mayor de Santo Domingo. “Yo fui el privilegiado de darme el rango de cacique”, dice orgulloso.