He observado con desconcierto cómo algunos sectores pretenden satanizar la denuncia internacional contra el régimen autoritario de Daniel Ortega con el fin de atemorizar y silenciar las voces valientes que denuncian a una de las dictaduras más nefastas en Nicaragua.
El diccionario define la palabra satanizar: “Alterar hechos o descripciones o desinformar acerca de personas físicas o morales: entes políticos, religiosos o culturales a los cuales se atribuyen cualidades esencialmente funestas, para propiciar detrimento de su fama pública”.
Esa misma descripción es la tarea que propician los lacayos de la dictadura, los políticos de estómago que se cambiaron de bando ideológico por prebendas, incluso sectores de la oposición que justifican su crítica argumentando que “no hay que andar poniendo quejas” o que los problemas del país deben ser resueltos entre nicaragüenses. Creo que no están claros a lo que nos enfrentamos.
Los que no quieren que haya denuncias en el exterior contra este régimen es porque tienen miedo, que es comprensible, o son cómplices, o tienen una agenda oculta.
Son pocas las voces que denuncian a nivel internacional los atropellos del régimen Ortega, pese a las amenazas y la estigmatización que ello implica.
Las amenazas son tan graves que Edén Pastora, funcionario de Ortega, amenazó marcar con pintura negra las puertas de las residencias de activistas de derechos humanos, para que sean identificados como supuestos “enemigos” de Nicaragua, por el hecho de denunciar las violaciones sistemáticas del régimen ante los organismos internacionales, una labor que les corresponde como defensores de derechos humanos. Promover la persecución y linchamiento por parte de un funcionario del régimen no solo en un acto vandálico, cobarde e inhumano, es un crimen de lesa humanidad.
El hecho de que en Nicaragua hay un régimen autoritario hace que sus asuntos merezcan la atención internacional. La denuncia es un arma de defensa contra las dictaduras. Nicaragua es suscriptora de convenios y tratados internacionales cuyo objetivo es velar por la defensa de la democracia, la libertad y el respeto a los derechos humanos en las naciones, valores y compromisos que Ortega y su esposa, la vicepresidenta designada, no están cumpliendo al instaurar una dictadura dinástica.
Callar la corrupción del régimen sería complicidad.
Cuando en un país no existe independencia en los poderes del Estado, los instrumentos jurídicos están al servicio de una pareja como medio de represión y chantaje; se viola la Constitución y las leyes de la República, se cometen fraudes electorales y cercenan el derecho de expresión a través del voto; donde hay censura y control casi total de los medios de comunicación, se reprime la protesta y se violan sistemáticamente los derechos humanos, no queda otro espacio que la denuncia internacional, guste o no al régimen y sus lacayos.
No entiendo cómo la dinastía Ortega-Murillo se rasga las vestiduras por ser denunciados cuando ellos mismos emplearon esa misma herramienta contra la dictadura de Anastasio Somoza. ¿De qué se quejan?
El régimen se gasta millones de dólares, de nuestros impuestos haciendo cabildeo en Estados Unidos para lavarse la cara y no se apruebe la Nica Act, para defenderse en las Cortes por abusos y robo de propiedades contra ciudadanos estadounidenses; incluso, para obtener privilegios aduaneros. ¿Por qué entonces tendríamos que callar? Renunciar a la denuncia sería aniquilarnos.
Nicaragua lleva el mismo rumbo que Venezuela, una tiranía que no quiere soltar el poder. ¿Será necesario esperar llegar a esa situación? Entre más tiempo pasa más se consolida el régimen, hay un arma que por ahora tiene bajo perfil, el Ejército, que está al servicio de la dinastía. No solo tiene las armas, se ha convertido en un poder económico y su complicidad con Ortega es muy peligrosa. Creo debemos reflexionar qué vamos a hacer para enfrentar esta amenaza. El silencio no es opción.
Los nicaragüenses tenemos el deber y el derecho de denunciar al régimen. Ya que no se puede hacer en Nicaragua, queda el espacio internacional y, en ese sentido hace falta se unan más voces. La denuncia es el arma más poderosa contra regímenes autoritarios como el de Daniel Ortega, y a eso no debemos renunciar ni desaprovechar.
La autora es periodista.