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Joaquín Absalón Pastora

Agosto en Mora Limpia

Una flor sembrada en la parada agostina germinó en los campos de Nicaragua: Mora Limpia. Agosto nació en la cuna donde quedaron esculpidos los brillos de la gema folclórica, donde circuló para siempre la nata vernácula.

Cuando el abdomen nocturno bajaba su intensidad, Justo Santos el autor de La Mora Limpia, iniciaba la tanda del ritmo inédito. Permitía la decadencia de la noche el solaz interno, la sensación de soltarse de la serenata pactada. El artista renovaba con el procedimiento de la rutina esas complacencias. El hábito de vagabundear en horas riesgosas lo sacó de la vida. Era un peregrino del paseo bohemio. No puede admitirse la euforia de agosto sin el gozo de Justo Santos. Tantas noches pasó probando la estabilidad anímica de su pieza para guitarra nunca para ser cantada, que finalmente produjo para quedar tallada en la hondura de la memoria. Cuando estaba en el alba de la inspiración, La Mora Limpia no se oía, salvo en los senos confidenciales de la nocturnidad. Justo en agosto la hizo solo para él, posiblemente para ver la intimidad del paisaje de Nicaragua que había trazado con su pincel de músico.

Camilo Zapata, quien conocía a fondo su ensimismamiento, la subterránea valoración que hacía de su trabajo lo indujo a que esa joya saliera del cofre. No podía quedar exenta de la fosforescencia lírica y eso porque Justo creía que no tenía los méritos para publicarla según sus propias palabras confesadas al fundador del son nica cuando hablaban sobre los diferentes rasgos de la interpretación y de la composición. En el nudillo de su introversión Justo a quien presentaba al lado del trío Los Pinoleros en la Voz de la América Central, se vanagloriaba de ser un excelente requintista. Lo que no reconocía —y lo sostenía— ante Camilo era ser un buen compositor. Tenía inquietudes, se imbuía, pero las alzaba en el arca entrañable. Sin embargo no pudo escapársele a la persuasión perseverante de aquel amigo quién al oírla por primera vez quedó prendido de la melodía y del ritmo sonero que le había puesto concordante con el que Camilo había traído al mundo. El convencimiento impidió que La Mora Limpia quedara en la serenata, en los ratos del ocio interior. La afinidad entre los dos (descansan en la eternidad) era aprovechada para darle los últimos toques a la ondulada cabellera de sones y se debió en gran parte a la forma magistral en que el requintista punteaba El Solar de Monimbó, un son que peinaba con orgullo los mechones indígenas.

Cuando escucho La Mora Limpia celebro las ondulaciones doctrinales del alma. Es mi jubilosa y lacrimosa percepción. Justo quedó consagrado por una sola pieza como el autor del segundo himno nacional. Los aires nativos justificaban la privilegiada equivalencia. La mora limpia lleva la métrica camiliana. El guitarrista la tocaba cada vez que en compañía de Los Pinoleros asistía a la fiesta de Santo Domingo. Iba a un árbol de mora productor de una fruta dorada que no ofrecía la tentación de comerla. Árbol donde el santo hacía una estación, cuando la superficie estaba lista a punta de machete se aproximaban los pinoleros para hacer uso del húmedo derecho de tocar la guitarra y ensayar la pieza. Su más nutritivo componente es la melodía.

Música delirante y melancólica nacida en la limpia agostina de un árbol de mora.

El autor es periodista.

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