La derecha y el centro político en América Latina (AL) han sido siempre timoratos, enclenques y faltos de visión. En cambio, cuando la izquierda se ha movilizado no escatima esfuerzos para imponer sus criterios y salirse con las suyas, sin importarles el costo político, económico o moral que ello signifique.
Dos ejemplos. El primero fue la revolución sandinista del 79, ahí la izquierda latinoamericana usó todas sus fichas para votar a Somoza, hasta tropas cubanas pasaron sin ser vistas por los servicios de Inteligencia de la CIA y de otras agencias de los Estados Unidos. Gobiernos como los de Costa Rica, Honduras, Venezuela, Panamá proporcionaron armamento, dinero, respaldo político, y moral a las fuerzas rebeldes, incluso un barco con municiones enviados por el Estado de Israel a Somoza, fue obligado a regresar a su lugar de origen.
En segundo caso es Honduras, con el golpe de Estado del 28 de junio del 2009 al presidente Manuel Zelaya. En esa ocasión toda la izquierda latinoamericana se movilizó, la presidenta de Argentina y el presidente de Bolivia viajaron en avión especial para intentar devolver a Zelaya a su país. La OEA llegó a suspender a Honduras como miembro de la organización hasta que el país “restaure el Gobierno democrático” (el de Manuel Zelaya), El Salvador, Nicaragua, Guatemala y Venezuela, anunciaron sanciones económicas para Honduras a causa de la sucesión política, el BID y el Banco Mundial anunciaron la suspensión de la ayuda financiera que otorgaban a Honduras y se produjo una retirada en bloque de todos los embajadores de la Unión Europea de Honduras.
Ahora el mundo está viendo el rompimiento constitucional de lo que quedaba del Estado de Venezuela, y la derecha y el centro se quedan sin hacer nada. Hermosas declaraciones, discursos, el fracaso rotundo de la OEA manejada y controlada ahora por una mayoría compuesta por islitas minúsculas, y los países grandes como Argentina, México, Brasil, Colombia se quedan estáticos, lanzándonos ditirambos mientras el pueblo venezolano es masacrado por un ejército corrupto y por fuerzas extrajeras que sí constituyen una verdadera intervención como es la presencia cubana en Venezuela.
Solo el gobierno del Perú, presidido por el demócrata Pedro Pablo Kuczynski, decidió retirar de “manera definitiva” a su embajador en el país, producto del “quebrantamiento del orden democrático”. “El Gobierno del Perú condena la decisión del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela de atribuirse las competencias parlamentarias que le corresponden a la Asamblea Nacional, arbitraria medida que violenta el Estado de Derecho y constituye una ruptura del orden constitucional y democrático en la República Bolivariana de Venezuela”. Y dio un paso más al decir: “Frente a la gravedad de estos hechos, el Gobierno de Perú ha decidido retirar de manera definitiva a su embajador en la República Bolivariana de Venezuela”.
Los Estados Unidos, con un presidente republicano, que usa un lenguaje de “hombre fuerte y guardián del orden”, sigue importando petróleo, el “excremento del diablo”. Sigue vendiéndole gasolina, y sigue inyectando la economía venezolana con dólares. Decir una bravuconada no cuesta mucho, al contrario, le dio gasolina. “Tenemos muchas opciones para Venezuela, incluida la militar si fuera necesario” la reacción no se hizo esperar, a lo interno Maduro aprovechó la ocasión que se le había servido en bandeja para agitar a sus seguidores la idea del intervencionismo estadounidense, el viejo fantasma del imperialismo yanqui.
Por su parte, los cancilleres de los gobiernos democráticos latinoamericanos volvieron a hacer el ridículo, el mejor ejemplo es el canciller de Costa Rica, Manuel González, quien dijo en sus redes sociales que “pese a la gravísima situación” que vive Venezuela, Costa Rica “rechaza categóricamente la amenaza del uso de la fuerza militar para una intervención”. ¿No es esa la misma Costa Rica, que prestó su territorio, dio armas, financió y apoyó tanto a la revolución sandinista del 79 como sucesivamente a la Contra con el Frente Sur?
Lo que requieren los pueblos de AL y en especial el venezolano son acciones concretas, no palabras. Lo contrario es caer en el cinismo y eso la derecha y el centro deberían cuidarse de no hacerlo, pues con esa actitud demuestran que sufren una grave crisis de impotencia y credibilidad.
El autor es abogado.