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José Antonio Gutiérrez,. accidente de tránsito, cuadrapléjico

José Antonio Gutiérrez dirige una ONG llamada Andis que reparte sillas de ruedas a personas con discapacidad. LA PRENSA/ Fabrice Le Lous.

“No me cortarán las alas”, la historia de José Antonio Gutiérrez

Un accidente le cambió la vida a sus 21 años, pero lejos de lamentarse, José Antonio Gutiérrez ha luchado por mejorar su destino y el de cientos de nicaragüenses más

En medio siglo ha tenido dos vidas. La segunda comenzó en 1984 con las luces blancas de la unidad de cuidados intensivos. El rostro le escocía y quiso rascarse con una mano. No pudo. Su brazo no respondió. Lo intentó con la otra. Tampoco. Una enfermera notó que había despertado y se apuró a explicarle: “Sufriste un accidente. Estás en cuidados”. José Antonio quiso responder, preguntar algo, pero la voz se sofocó por un agujero de su cuello. Le habían entubado la tráquea para que pudiera respirar, pero le habían imposibilitado toda protesta para cuando despertara. ¿Qué rayos había pasado?

Fue un accidente. 33 años más tarde, en El Dorado, Managua, José Antonio Gutiérrez cuenta su vida primero como guerrillero y después como filántropo. Su metro 95 de estatura con el que antes jugaba baloncesto descansa ahora en una silla de ruedas. Todavía se queja del médico residente que lo atendió, pero ya ha aceptado su destino, y cuando se le pregunta sobre momentos felices, no para de enumerarlos.

Fue un accidente de tránsito de un día de noviembre de 1984. Él iba de copiloto, pero a diferencia de su amigo que conducía, no llevaba cinturón. Un vehículo irrespetó el rojo del semáforo a toda velocidad y embistió el coche donde iba José Antonio. Su cuerpo saltó hacia delante, quebró el parabrisas, rebotó y su cabeza impactó el toldo del Toyota Land Cruiser. La próxima vez que abrió los ojos era cuadrapléjico. Hoy solo puede mover su cuello, su cabeza y sus brazos, aunque no sus manos. Pero así, desde su silla de ruedas, encabeza una oenegé que ayuda a cientos de nicaragüenses con discapacidades severas. Les brinda alimentos, medicinas, silla de ruedas y hasta les arregla la casa. También es licenciado en Derecho con un posgrado en Derecho Internacional Humanitario que obtuvo en Japón y es mediador oficial de la Corte Suprema de Justicia de Nicaragua. “Yo me prometí que el accidente no me iba a cortar las alas”, recuerda.

José Antonio Gutiérrez junto a su esposa, Alicia Rodríguez. LA PRENSA / Fabrice Le Lous
José Antonio Gutiérrez junto a su esposa, Alicia Rodríguez. LA PRENSA / Fabrice Le Lous

Suicidio subconsciente

Cuando tenía 15 años, la Guardia Nacional de Somoza mató a algunos de sus amigos, y esto le valió para enlistarse en las filas del Frente Sandinista. “Matan a tus compañeros y de alguna manera te vas involucrando. Cuando te das cuenta ya estás dentro”. José Antonio fue un insurrecto en 1978 y 1979. A los pocos años conoció a Alicia Rodríguez y se enamoraron. Contrajeron nupcias cuando él tenía 19 años, en 1982.

Para el momento del accidente la pareja ya tenía un hijo y Alicia estaba embarazada. Eran un matrimonio con ilusiones impulsadas, en parte, por una revolución que hizo metamorfosis en Nicaragua. Pero el idilio terminó pronto para ellos. Después del choque José Antonio le dijo a Alicia:

—Mi futuro es incierto. No sé si me voy a morir en una semana, en un mes. Vos tenés la libertad de volver a hacer tu vida. Si te querés volver a casar.

—No pensés en eso. Yo estoy con vos y yo me quedo con vos—, respondió ella.

Pero lo que venía era duro. Por un tiempo la vida de José Antonio solo consistía en estar en cama. O casi. “Pasé muchos años de mi vida en una cama”, dice. “De la cama al andén y del andén a la cama. Perdí muchos años de mi vida. Años valiosos. Entonces para evitar eso ahora promovemos un programa de vida independiente para personas con discapacidades serias”.

Pero antes, en el hospital, estuvo un mes sin probar bocado. Lo alimentaron a la fuerza y con instrumentos médicos. Él no sabe bien si quería dejarse morir. Dice con decisión que jamás pensó en suicidarse conscientemente, pero no descarta que fuera esa una manera de decir adiós de su subconsciente. El cambio de vida era irreversible.

“Yo solo he sentido ganas de vivir, pero nunca pensé que fuera a vivir tanto”, confiesa José Antonio. “Porque la esperanza de vida en nuestros casos, en un país desarrollado, es de 20 años. Y en esto países se considera que puede ser hasta menos”.


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Gutiérrez como guerrillero sandinista. LA PRENSA / Cortesía.
Gutiérrez como guerrillero sandinista. LA PRENSA / Cortesía.

Logros de su lucha

José Antonio Gutiérrez, de 52 años, luchó desde 2006 para que hubiera en Managua unidades de buses con rampas hidráulicas para subir a pasajeros con discapacidad. Dice que su empuje logró que en 2011 vinieran 35 unidades rusas equipadas para facilitar la vida de los ciudadanos con movilidad reducida. No obstante, según afirma Gutiérrez, hoy los buses no funcionan:
“Tenemos la suposición que los transportistas dañaron las rampas para no prestar el servicio. Ellos dicen que fueron los mismos usuarios para robar el control de mando, pero nosotros hicimos una investigación y en las 35 unidades los controles de mando aparecieron cortados. Si hubiese sido un delincuente corta uno; no va a subirse a las 35 unidades”.
El 25 de agosto del 2016, Día Nacional de la Persona con Discapacidad, el magistrado Marvin Aguilar anunció que José Antonio Gutiérrez y cinco personas más, afectadas por alguna discapacidad, —y recomendadas por Gutiérrez— serían nombrados Mediadores oficiales del Poder Judicial. “Es un sueño para cualquier abogado llegar a la Corte Suprema de Justicia”, dice Gutiérrez. “Aquí ya hay más de 30 mil abogados”.
Él trabaja de 8:00 a.m. a 1:00 p.m. en el Dirac, la Dirección de Resolución Alterna de Conflictos, donde asiste cientos de casos al año.


La ayuda social

Pasaron los años y en los noventa retomó la carrera universitaria de Derecho que el accidente había congelado en tercer año. Se graduó siendo cuadrapléjico y se fue interesando en ayudar a otros.

En el 2000 se organizó en instituciones de ayuda a personas con discapacidad, pero al ser muy general, sin querer, en las mismas se efectuaba cierta discriminación, pues las ayudas era para los que tenían un meñique amputado, por ejemplo, sobresalían sobre quienes no podían mover todo su cuerpo.

Tras estudios afuera del país y viajes por Europa, Sudamérica y sobre todo una estadía larga en Japón, donde conoció nueve ciudades y obtuvo un posgrado, José Antonio Gutiérrez fundó Andis: la Asociación Nicaragüense de Discapacidades Físicas Severas. Es una oenegé que ayuda a personas con parálisis cerebral infantil que ya son adultos y no los atienden, personas con diplejia, personas con derrame cerebral, entre muchos otros casos.

José Antonio Gutiérrez en Japón, en 2010. LA PRENSA / Cortesía.
José Antonio Gutiérrez en Japón, en 2010. LA PRENSA / Cortesía.

Con ayuda de instituciones japonesas, con quienes cultivó buenas relaciones y de Usaid, un sistema estadounidense de ayudas sociales afuera de sus fronteras, Andis ayuda a 160 personas en Managua, a casi cien en la ciudad de Masatepe y a unos 120 en los departamentos de Carazo y León. Son casi cuatrocientos afiliados en total que reciben atención personalizada y a quienes tratan de ubicar en trabajos. En su casa, mientras explica todo esto, hay tres sillas de ruedas listas para beneficiar a personas con discapacidad.

Estos son los momentos más felices de la vida de José Antonio Gutiérrez. “A veces son personas que no tienen qué comer y están con fiebre”, dice. “Cuando les damos medicinas y alimentos el rostro se les ilumina. ‘Muchas gracias’, me dicen, pero en Juan 12:26 dice Cristo: ‘Quien me sirva a mi Padre honrará’. Entonces cuando le sirvo a alguien le digo: ‘Te sirvo a ti, Señor’”.

Uno de sus riñones no funciona y de vez en cuando lo aquejan llagas que se forman en la piel por la falta de movimiento. Su esposa Alicia —que es maestra, estilista y fisioterapeuta— lo asiste a diario. Nunca quiso irse de su lado y dice a Domingo que lo ama y no se arrepiente de su decisión. A veces los cuatro salen al restaurante. El matrimonio y sus hijos Allan y Christian. El papá dice con orgullo que los dos son profesionales. El primero es licenciado en Biología y el segundo se graduó en Ingeniería Industrial.

El matrimonio con uno de sus hijos, Allan, que es biólogo.
El matrimonio con uno de sus hijos, Allan, que es biólogo. LA PRENSA / Fabrice Le Lous.

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