Stephen King es tan prolífico que el horror no puede contenerlo. Las 8 novelas de la serie La Torre Oscura fusionan elementos del western con la fantasía y el horror, creando un universo particular. La película estaba supuesta a ser dirigida por Ron Howard, dando paso a varias secuelas y una serie de televisión. Casi ocho años después de los primeros reportes, nos llega con el danés Nikolaj Arcel detrás de cámara; Howard se ha retirado al nebuloso cargo de productor.
El prólogo establece una fusión de lo cotidiano y lo fantástico. Un grupo de niños juega en un parque. Es una estampa idílica, pero la fotografía de alto contraste sugiere algo siniestro. Los temores se confirman cuando una sirena los convoca a un imponente edificio donde son amarrados a sillas, sus gritos son cosechados para unirse en un rayo que se dispara contra una extraña torre, que según la mitología que eventualmente se nos explica, separa lo bueno de lo malo. El Hombre de Negro (Matthew McConaughey), autor del ataque, supervisa con gusto el espectáculo. En otra dimensión, el pistolero Roland (Idris Elba) contempla los detalles de su venganza contra esa encarnación del mal. En otra dimensión, que resulta ser el Nueva York contemporáneo, el joven Jake (Tom Taylor) experimenta visiones que traduce en dramáticos dibujos. Un enjambre sísmico sugiere que sus acciones no solo tienen repercusiones en la psiquis del muchacho, sino también en el mundo entero.
La película hace un buen trabajo a la hora de definir las reglas de este universo fantástico. Planta terreno fértil para una o varias secuelas, aunque es dudoso que lleguen a materializarse. En Estados Unidos las recaudaciones de taquilla fueron decepcionantes. Parte del problema reside en cómo el mercado exige que estos productos funcionen para el espectro más amplio de audiencia. La Torre Oscura es un sólido filme de aventuras para adolescentes, con algunos matices de horror. Sin embargo, en el clima actual, debe funcionar también para adultos.
Pareciera que el director se propuso el objetivo de hacer la mejor película posible para un público legítimamente joven.
Elba y McConaughey interpretan arquetipos del bien y el mal, respectivamente, pero son específicos a la hora de sembrar en ellos señales de humanidad reconocible.
Aunque la “humanidad” es relativa: “el hombre de negro” es, a todas luces, el diablo en persona. La manifestación más decisiva de su poder se presenta cuando le quita la vida a la gente con solo decirles “¡Deja de respirar!” En manos de un actor menos inteligente, sería ridículo. Pero McConaughey lo hace funcionar. Elba es el epítome de fortaleza masculina, pero lo calibra finamente cuando muestra vulnerabilidad y humor al confrontar el Nueva York moderno. “Ustedes han olvidado el rostro de sus padres”, le dice a dos muchachas ebrias que tratan de convencerlo de ir con ellas a una fiesta. Cuando revela que el diablo se llama “Walter”, hace que la línea funcione como uno de los mejores chistes que veremos en el cine este año. Los efectos especiales son de primera categoría, pero no llaman la atención sobre sí mismos.
Los adeptos a King encontrarán guiños a varias de sus obras, siendo el más evidente El Toque. Así traducen en los subtítulos The Shine, el término que utilizan para identificar los poderes psíquicos que Jake posee sin saberlo. Esto lo convierte en virtual hermano de Danny en The Shining. El metraje de poco más de hora y media termina de distinguir a La Torre Oscura de sus pares. Es rápida y ligera. Disfrútela, porque lo más probable es que sea única.
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