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pobreza, educación

Educar es algo más…

Lo que nos lleva de nuevo a encarar un reto fundamental de nuestro sistema educativo: conseguir maestros capaces de hacerlo o, al menos, deseosos de aprenderlo.

Educar es algo que todo el mundo recomienda, pero que, sorprendentemente, pocos entienden en su verdadero significado. Muchos, incluyendo los sistemas educativos actuales, suelen reducirlo a la mera transmisión de conocimientos y habilidades, dejando al margen sus dimensiones más profundas. Lo paradójico es que esto ocurre a pesar de que en el lenguaje cotidiano usamos adecuadamente el adjetivo de “educado”. Así, decimos que fulanito es educado porque dice “gracias”, “por favor”, etc., y que zutanito es mal educado porque carece de buenos modales, interrumpe o es irrespetuoso.

Si bien la intuición popular capta bien que uno de los cometidos esenciales de la educación es enseñar buenos comportamientos, a la hora de pensar o diseñar sistemas de educación formal, el esfuerzo se concentra en cómo enseñar a los alumnos nombres de próceres, ríos y capitales del mundo, fórmulas matemáticas e, idealmente, resolver problemas, marginando así el interés por hacer de ellos personas mejores.

Entre las cosas fundamentales que terminan omitiéndose destaca la educación ética o moral —precisamente cuando una de las mayores exigencias del ser humano es aprender a juzgar la moralidad o inmoralidad de distintas acciones—. Las únicas personas positivas para la sociedad son aquellas que usan sus capacidades para el bien. ¿No es más bien peligroso o contraproducente enseñar mucha ciencia y mil talentos a una persona inmoral?

Enseñar a discernir algo tan importante como distinguir el bien del mal, no era tan difícil antes; cuando la religión era parte del currículo, o cuando el grueso de la humanidad creía en valores absolutos. Mas hoy, que el laicismo ha expulsado de las escuelas públicas la enseñanza religiosa, y cuando gran parte de la población y tantos padres de familia piensan que los valores son relativos, la enseñanza moral se ha vuelto casi imposible. Ya no hay actuaciones objetivamente buenas o malas, nos dicen; cada uno debe descubrir sus propios valores y decidir por sí mismo lo que le parece correcto. Así, algunas escuelas “modernas” introducen lo que llaman “clarificación de valores”, pero sin proporcionar ningún criterio para poder diferenciar entre los buenos y los malos. El resultado es la anarquía moral.

Otra gran omisión es la enseñanza de las virtudes. Aristóteles las definía como conductas positivas convertidas en habituales por la repetición. Entre ellas se cuentan la diligencia o laboriosidad, la puntualidad, el orden, la perseverancia, la honestidad, el coraje, la limpieza, el autocontrol, etc. Las virtudes son esenciales para la vida personal y social. Poseerlas es uno de los haberes que más aprecian los empleadores y es marca distintiva de las personas más felices y productivas. También es uno de los haberes más preciados de las naciones. Aquellas con altos porcentajes de ciudadanos virtuosos son mucho más prósperas y dichosas que las que sufren grandes déficits de ellos.

Es cierto que tanto la educación ética como el grueso de las virtudes debería de incubarse en primer lugar en los hogares, pero como esto no ocurre, en gran parte por la desintegración familiar existente y por el desinterés o confusión moral de tantos padres, el sistema escolar tiene que jugar un papel complementario irrenunciable. Y este solo puede lograrlo si cuenta con el personal apropiado. La moralidad, los valores y las virtudes no se transmiten a través de las herramientas tecnológicas actuales, sino a través de personas que los modelen y enseñen. Lo que nos lleva de nuevo a encarar un reto fundamental de nuestro sistema educativo: conseguir maestros capaces de hacerlo o, al menos, deseosos de aprenderlo.

El autor fue ministro de Educación y es sociólogo e historiador.   
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COMENTARIOS

  1. Ramón Salgado Valle
    Hace 7 años

    Dr. Belli:
    Estoy de acuerdo con usted a cerca de la calidad de maestros, que con suma urgencia Nicaragua necesita. En mi opinión, para obtenerlos necesitamos del gobierno. Y aquí está el problema. “El talón de Aquiles” como usted lo llamó.
    Los hechos nos demuestran que, el actual “gobernante”, ha demostrado estar muy interesado en lo siguiente: (1) enriquecerse, cada día más. (2) Enriquecer a sus amigos, y a sus “opositores” leales a su gobierno. (3) Mantenerse en el poder, y dejarlo como herencia a su familia. Pensar en mejorar la educación, ¡ni se le ocurre! ¿Cuál es su opinión al respecto?

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